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Por Manuel A. Solanet
Crisis internacional y oportunidades
12 de marzo de 2008
La crisis de las hipotecas “sub prime” ha evolucionado hacia una recesión claramente insinuada en los Estados Unidos. Así lo están indicando las más recientes cifras sobre actividad económica y empleo y con más claridad los mercados financieros. La Reserva Federal, que sin duda lee con profundidad los indicadores, ha actuado con contundencia reduciendo la tasa de interés. Este ha sido el instrumento elegido para evitar la recesión y revertir el ciclo de caída.

Como efecto colateral, el dólar ha continuado devaluándose respecto del Euro y prácticamente de todas las monedas, a excepción del peso argentino. La balanza comercial estadounidense ha comenzado a reducir su déficit y consecuentemente el resto de los países están achicando sus exportaciones e incrementando sus importaciones desde los Estados Unidos. Los impulsos recesivos se transmiten a través del comercio además del impacto negativo claramente observado en los mercados financieros. Europa y los países más desarrollados del Asia no podrán eludir algún efecto, leve o más intenso, de la onda recesiva. Pero la cuestión que hoy se discute, y la de mayor relevancia para la Argentina, es el desacople de las economías emergentes.

Así como la demanda internacional de automóviles, electrodomésticos o casas sufre los efectos de la crisis, no parece ocurrir lo mismo con la soja, el trigo, el maíz o la carne. Ocurre que países altamente poblados como China e India, y otros de África y Asia, están incorporando una buena parte de sus poblaciones al círculo de mejor alimentación. Este proceso es difícilmente reversible y forma parte de objetivos de carácter social y de cambios culturales inducidos por las comunicaciones y la globalización.

Es probable que aunque China o la India sufran finalmente algún contagio de la crisis internacional, su demanda de alimentos continúe trepando. Se agrega a esto la creciente utilización de las oleaginosas, el maíz o el azúcar, para producir combustibles líquidos que sustituyen los derivados del petróleo. El propósito estratégico de no depender energéticamente de los conflictivos y cartelizados países petroleros de medio oriente o de Venezuela, ha llevado a los Estados Unidos y a otros países a incentivar la producción de biocombustibles. Todo esto ha impulsado la demanda de productos agrícolas haciendo trepar sus precios a niveles inéditos. La crisis, por lo tanto, parece no afectar este fenómeno y le da a la Argentina una excelente oportunidad de desacople.

¿Estamos aprovechando esta oportunidad? No como se debiera. ¿Podremos aprovecharla en el futuro? Ciertamente sí, pero hay que corregir de plano las políticas actualmente aplicadas.

El primer beneficiario de la bonanza internacional de los mercados de bienes primarios ha sido el Gobierno Nacional, o sea el fisco. Mediante derechos de exportación – las retenciones – ha quitado a los productores una gran parte de sus posibles beneficios. Esto ha ocurrido con la agricultura, la ganadería, la lechería y también con el petróleo. Más recientemente el fisco ha avanzado sobre las exportaciones mineras, violando el compromiso legal de la estabilidad tributaria en esa actividad. Pero los mayores recursos fiscales no se han volcado a inversiones y menos a aquellas que son prioritarias desde el punto de vista económico o social.

Por lo contrario, se han aplicado principalmente al crecimiento del gasto corriente por aumento de la burocracia, a los subsidios para hacer sostenibles los congelamientos y controles de precios, al gasto político, a cebar consumos irracionales, a inversiones sobrevaluadas y, duele decirlo, a desvíos non sanctos.

A pesar de las retenciones y la voracidad fiscal, la agricultura ha visto en general mejorar sus precios en términos reales. Sin embargo, el equivocado ataque a la inflación mediante controles de precios y prohibiciones de exportar nos ha llevado a una absurda paradoja: que mientras el mundo demanda carne, lácteos, trigo o maíz a precios elevados, la Argentina no los exporta, pierde mercados y los productores locales han comenzado a sufrir.

El mero hecho de depender de decisiones oficiales ha creado desaliento cuando se requieren inversiones de más lenta recuperación. La caída de la producción de petróleo y gas, así como la de carne y leche, son un claro ejemplo de las consecuencias de estos errores. De no modificarse estas políticas podrá sucedernos de caer en una crisis inflacionaria y finalmente productiva, mientras dejamos pasar la oportunidad inédita que el mundo nos ofrece.

La corrección es posible. Se debe sincerar el sistema de precios y contener la inflación en sus causas, no en sus consecuencias y, menos aún, trampeando los índices. Se debe actuar estructuralmente sobre el gasto público para asegurar en forma genuina la solvencia fiscal. Se debe salir del default negociando los correspondientes acuerdos con el Club de París y los bonistas que no adhirieron al canje. Se debe mejorar la institucionalidad en todos los frentes. Se debe pacificar el país dejando de presionar la justicia para que actúe con parcialidad revolviendo vengativamente el pasado, y mirar hacia el futuro.

Fuente: Futuro Argentino. Centro de Estudios del Futuro Argentino.