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Por Federico Baraldo
¿Más comunicación es igual a menos?
1 de octubre de 2008
Curiosa encrucijada enfrenta la sociedad planetaria contemporánea, en particular la que habita en lugares desarrollados y ¿disfruta? de los avances diarios en materia de comunicación. Puede acceder con facilidad creciente a elementos sofisticados y día a día dispone de menos posibilidades de utilizarlos.

Suena a contradictorio, pero responde a una lectura crítica de la realidad cotidiana. La casi totalidad de los habitantes de los centros urbanos poseen una o más radios en sus hogares; por lo menos un aparato de tv; un porcentaje significativo tiene computadora; muchos disponen de una línea de telefonía fija y casi todos portan un teléfono celular. A esta enumeración deben sumarse la lectura - en homenaje a la verdad decreciente - de diarios y revistas y el uso de equipos musicales portátiles.

La lista tiende a crecer y el futuro inmediato amenaza con más equipos y tecnologías a disposición de quienes quieran o puedan acceder a ellos. Lo alarmante, en este capítulo, es que cada innovación será rápidamente superada por otra, que será catapultada por campañas de marketing lo suficientemente poderosas como para incitar el deseo de acceder a ella con la mayor urgencia posible.

Por supuesto, sigue vigente la opción de negarse a estos estímulos, pero basta observar la cantidad de telefonitos portátiles y computadoras que se venden en la Argentina, para comprobar que quien elige ese camino se condena prácticamente al ostracismo.

Y al comprobar el impacto de este fenómeno, conviene reflexionar sobre sus efectos no deseados. Voluntariamente dejaré de lado el factor económico, que proviene del endeudamiento de aquellos que optan por sacrificar consumos primarios para adquirir algún equipo, pues me parece necesario referirme al fenómeno del aislamiento que suele provocar su utilización.

El tema es motivo de análisis y discusión desde hace largo tiempo. Décadas trás, la instalación del televisor en el ambiente en que se come promovíó la reunión de la familia, pero cortó el diálogo alrededor de la mesa. Hoy, la computadora aleja el diálogo personal y lo reemplaza por el chateo a distancia, muchas veces con perfectos desconocidos. El teléfono celular permite el contacto permanente cuanto aleja la calidez del encuentro y el auricular ubicado en la oreja de miles de viandantes supera las fantasías orwellianas.

Así se produce la paradoja de la mayor disponibilidad y la menor comunicación, no en volúmen, pero sí en calidad.

Ninguna de las herramientas mencionadas porta el carácter de peligrosa. Por el contrario, son elementos que contribuyen al confort si se los usa como corresponde. En comparación grosera, un cuchillo ayuda a facilitar la alimentación pero puede ser usado como arma. Una interpretación de este tipo le cabe también a los elementos descriptos.

La pregunta del millón es como educar para que se les de buen uso. Para responderla, vale también el ejemplo del cuchillo. Al niño se le enseña desde pequeño a utilizarlo, pero se le advierte que si no lo usa bien, puede lastimarse. Al niño y al no tan niño, se le debe enseñar que el maravilloso grupo de herramientas que tiene a su disposición pueden ayudarlo a comunicarse mejor, pero también pueden convertirse en una barrera que lo aísle de sus semejantes.

¿Quien debe ocuparse de ésto? Como en tantas otras cosas, se trata de sumar esfuerzos. El Estado a través de la acción docente en las escuelas. Los padres como educadores fundamentales. Los medios de comunicación como difusores y parte del sistema y toda persona responsable que pueda aportar su esfuerzo.

Se trata de evitar la disociación y la angustia que provoca el aislamiento. Una sociedad integrada garantiza mejor calidad de vida.