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Por Federico Baraldo
Medios y cultura: ¿Un salto regresivo?
16 de septiembre de 2009
Hace poco más de medio siglo el analfabetismo cubría un grueso porcentaje de la población del mundo. En sólo cinco décadas, y gracias al esfuerzo desplegado por entidades nacionales y de cobertura global, ese grupo se ha reducido de manera considerable, aunque represente todavía varios millones de habitantes.

Por supuesto, hablamos del acceso al conocimiento elemental, pues en el mismo lapso apareció una nueva forma de analfabetismo funcional, derivado del continuo descenso en la saludable práctica de la lectura.

Números a la vista y ya en relación con la Argentina. Pocos años antes de 1940, un vespertino porteño -"Crítica"- llegó a vender más de 300.000 ejemplares en sus dos ediciones diarias, para una población que en el radio metropolitano se acercaba a los dos millones de habitantes.

Sesenta años después, el diario de mayor venta -"Clarín"- oscila entre los 330.000 y 340.000 ejemplares por día, con excepción de la edición dominical, en la que incrementa sensiblemente su tirada.

¿Qué pasó en medio siglo para que disminuyera de manera tan significativa la venta de diarios, habida cuenta que la población metropolitana se multiplicó por seis?

Ocurrieron muchas cosas. Llegó la TV; se hizo casi imposible leer un diario en un transporte público; las noticias llegan de inmediato a cuanto artilugio electrónico se pueda imaginar; sobrevinieron transformaciones culturales y sociales, y con todo esto y más, se creó un nuevo modelo humano que privilegia el consumo sobre el conocimiento.

No es casualidad. Las generaciones previas a la inundación informativa disponían de tiempo para disfrutar del placer de la lectura. La diferencia entre el alfabetizado y el analfabeto abría abismos de oportunidades. Se cultivaba la charla y florecían los cenáculos literarios al compás de la disponibilidad de horas libres. En épocas doradas del periodismo, también en las primeras décadas del siglo veinte, era usual que el "Tortoni" y otros bares albergaran a los redactores de los diarios hasta cerca de la madrugada, en horas que pasaban entre cafés, generalas y mucha conversación.

Hoy es impensable imaginar semejante despliegue. Sería considerado un desperdicio de tiempo y además impediría darle al descanso el tiempo necesario como para desempeñar otras actividades. El negocio de la noticia exige atención y no se cuenta con lapsos libres para la especulación intelectual.

Por supuesto, esto sucede entre los profesionales de la comunicación, pero se repite agigantado entre los millones de personajes comunes que dedican sus vidas a otros menesteres. ¿Cuántos leen diarios o simplemente los miran? ¿Qué retiene un ciudadano común de la información que recibe por la pantalla de TV? ¿Cuántos satisfacen su curiosidad con los dos o tres minutos de noticias que cada media hora emiten las radios? ¿Qué cantidad de usuarios ingresan a los portales informáticos? Ahondando un poco en el universo comunicacional, sería interesante conocer cuantos minutos diarios dedica el mismo ciudadano a informarse y cuanto retiene de esa información.

En épocas de análisis cuali-cuantitativos, toda o buena parte de estas inquietudes ya deben estar indagadas y procesadas. Además, habrán sido divididas o segmentadas por edades; nivel socio económico y cultural; hábitos de entretenimiento cotidiano, etc. Sin acudir a precisiones extremas, es posible barruntar que en las últimas dos tres décadas se ha producido un quiebre en los hábitos informativos, con una pérdida progresiva y firme del consumo de material impreso. Así lo revelan las cifras de ventas de medios gráficos, que siguen una curva inversamente proporcional al aumento de las horas ante la TV y los medios alternativos..

Pero no conviene dramatizar. En pocos años la misma pantalla que provee de telenovelas, chimentos, programas de entretenimiento elemental y sobretodo fútbol fútbol y más fútbol, exhibirá las páginas de los diarios matizadas con imágenes y comentarios en vivo.

Será un golpe bajo para los añosos cultores del invento de Gütenberg, pero puede significar un nuevo modelo de acercamiento al consumo de material escrito, que comience a cambiar el abusivo galimatías que transmiten los "mensajitos" SMS del celular y se extienden al vocabulario juvenil.