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Julio Cortázar: el artesano de un mundo fantástico
Este jueves se cumplen 25 años de la muerte de Julio Cortázar. El escritor que revolucionó las letras Iberoamericanas. El legado de su obra. El militante. El hombre desairado. El amor
11 de febrero de 2009
Por Roberto Aguirre Blanco

Julio Cortázar murió sintiendo que Paris era su hogar, con la mente puesta en las calles de Buenos Aires, pero también con el dolor de una visita que lo laceró tanto como la cruel enfermedad que lo terminó venciendo.

El 12 de febrero de 1984 había amanecido frío, muy frío en Paris. Ya hacía 10 días que Cortazar estaba internado en el Hospital Saint Lazare con un diagnóstico de leucemia que nunca le había importado más que otras cosas terrenales.

Sin embargo, ese día sintió que ya no volvería a escuchar nunca más algunos de sus discos de jazz y ni a ver algunos de sus gatos, que lograban con su mirada misteriosa llevarlo a mundos inimaginables..

La enfermedad lo venía golpeando duro, en realidad había bajado muchos sus defensas en esos días, pero los mayores dolores ya no eran los físicos, sino los que se alojaban en el alma, un lugar que el conocía tan bien y sabía que no eran fácil de erradicar.

La muerte de su última mujer, la canadiense Carol Dunlop, en 1982 y luego el frustrado regreso a Buenos Aires, dos meses antes de este final, eran aún veneno corrosivo en su sangre y difícil de expulsar.

La perdida de Carol lo alejó definitivamente de las ganas de escribir. La visita a Buenos Aires lo lastimó por la indiferencia oficial en los días previos a la asunción de Raúl Alfonsín, tras los oscuros siete años de la Dictadura militar, que él también ayudo a combatir.

Estuvo con amigos entrañables, caminó por las calles que tanto amaba y respiró los olores tan particulares de una Buenos Aires que con tanta precisión describió en muchos de sus cuentos.

Esas vivencias no fueron suficientes. El artista, el militante, el hombre y el argentino que también vivió en carne propia el exilio de no poder regresar a su patria cuando quisiera, merecían un pequeño homenaje.

Ya estaba bajo tratamiento, con infinidad de medicinas que solo hacía aletargar su destrucción física. Sin embargo, el largo cuerpo desgarbado de Julio camino entre la multitud festiva del 10 de diciembre como uno más, pero sin invitación para la fiesta.

Quizás a los nuevos dirigentes, que se ufanaron de levantar banderas progresistas contra la derecha recalcitrante de un peronismo fuera de foco, temía que su apoyo frontal, sin dilaciones a la guerrilla primero y luego gobierno sandinista de Nicaragua hiciera enojar a los dueños del poder en esta América tan desigual que él tanto conocía.

Pobre Julio, definitivamente la política y sus ideas le pasaban nuevamente factura. Como sucedió cuando nació el peronismo en 1946 y no supo interpretar el cambio y se sintió asfixiado como con el “alma tomada” y renunció a sus cargos en la Universidad de Mendoza y optó por emigrar a Buenos Aires como paso previo a su “fuga” a Paris, ante el avance irremediable de “esos cabecitas negras”.

Cuentan que para acelerar ese proceso se recibió en nueve meses de traductor francés e inglés en una carrera que a cualquier ser humano normal le hubiera llevado tres a cuatro años.

Su estado alineado –viví neurótico con la sensación de ver cucarachas en todos lados—también sirvió para disparar su creación literaria con cuentos como “Circe” y “Bestiario”.

Recuperó un poco de paz cuando ganó una beca de la UNESCO que lo depositó en Paris en 1951 para comenzar a desarrollar la etapa más rica de su obra creativa, mientras en Buenos Aires se editaba su primer libro de cuentos, “Bestiario”, que pasó prácticamente desapercibido.

Era la política el tema a esclarecer en su vida. Y, el mismo confesó años después que dejó de ser un analfabeto ideológico cuando se produjo la Revolución Cubana e inició un curso acelerado de aprendizaje de ideas y pensamientos.

“Desde ese descubrimiento, descubrí el gran vacío político que había en mi. Comencé a documentarme, a leer, a intentar entender..”, describió Julio sobre su experiencia con la revolución castrista.

Allí Cortazar comenzó a vivir otra mirada del mundo y a la vez en esos “revolucionarios” sesenta el prestó su genialidad para cambiar el estilo en la literatura latinoamericana con la aparición de “Rayuela”.

Con esa gloria que conquistó el mundo de varias lenguas, visitó Buenos Aires en los días calientes de 1973. Fue huésped de honor de un peronismo distinto, pero peronismo al fin que regresaba al poder tras 17 años de proscripción.

Y, en esa nueva mirada del país, Cortazar se recibió de argentino, con contradicciones propia de nuestra historia y la lentitud natural ver los grandes cambios, aunque con una lucidez que muchos dirigentes hubieran querido tener.

Lejos había quedado el niño que nació en Bruselas por ocupaciones diplomáticas de su padre en 1914 y permaneció en tierras europeas hasta el fin de la Gran Guerra y luego sus años de soledad paterna y esfuerzo de madre en las calles de Banfield y el centro porteño.

Perdido en algún viaje infinito sus años de maestro en Bolívar, Chivilcoy y Mendoza --¿alguien merece tanto como Cortazar el grado de docente?-- sus primero amores y los cuentos y poemas que el mismo optó por esconder, con una vergüenza casi inimaginable.

Amó como pocos los caminos lúdicos de la mente para escribir historias tan llenas de fantasía y profundas. Diseñó como un elegido la estructura casi perfecta de los cuentos. Se apasionó por el boxeo y revivió con suspenso en sus cuentos las admiraciones que tenía por al mítico Justo “Torito” Suárez y Carlos Monzón.

Después de su muerte nadie dudó donde debían ir sus restos. Había un deseo póstumo. La desaparición física de su última mujer lo había llevado a una fuerte depresión. Sus restos están en Francia, de donde era ciudadano desde 1981. En el tradicional cementerio de Montparnasse, junto a su querida Carol.

Amó la lucha revolucionaria, se comprometió. Amó el jazz y la aventura de enamorarse. Amó la vida hasta la locura de construir instrucciones perfectas para reaprender a vivirla. Amó y supo con que.

El mismo amor, el idéntico quebranto de los que 25 años después, sienten sus admiradores. Lo que aún siguen extrañando tanto a Julio.