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La reacción de un hombre desesperado
Columna de Joaquín Morales Solá en La Nación
6 de junio de 2009
En Avellaneda, en la tarde del jueves último, Néstor Kirchner perdió la hoja de ruta. Estuvo, incluso, cerca de remedar el viejo y duro enfrentamiento con los productores rurales, aunque esta vez con los empresarios industriales. ¿Qué había pasado? En primer lugar, cada persona tiene el temperamento que tiene, ciertamente inmodificable. Los prolijos papeles se extravían con frecuencia cuando alguien finge personajes prefabricados.

No es, con todo, el único argumento. Fuentes oficiales inmejorables aseguran que existe en las últimas horas una fuerte preocupación de Kirchner por los resultados de las encuestas en la provincia de Buenos Aires, donde él juega su persona y su liderazgo. La medición de Poliarquía que La Nacion publica hoy confirma la tendencia y el rumor.

Otras cosas se confirman, además. Es por demás sospechoso que un juez extraño e incierto, Federico Faggionato Márquez, haya citado a Francisco de Narváez, el único candidato que puede tumbar personalmente a Kirchner, en una causa fogoneada por la Aduana de Kirchner. La perentoria citación del juez coincidió dramáticamente con las primeras mediciones que dan ganador a De Narváez en Buenos Aires. El juez ya había reunido suficientes antecedentes para la recusación cuando informó, evaluó y adelantó información públicamente sobre la causa. Un hombre desesperado está en el poder.

En efecto, Kirchner no está bien en el decisivo territorio bonaerense. Pero, ¿qué significa no estar bien? La sociedad y las encuestas pueden cambiar en la recta final de los últimos veinte días. Sin embargo, sólo encuestas que le dieran hoy una diferencia a su favor de 8 puntos podrían garantizar la tranquilidad del hombre fuerte del país. Siempre suceden cambios, a veces bruscos, a veces imperceptibles, en el tramo final de toda campaña. Kirchner necesita 8 puntos de diferencia porque seguiría ganando aun cuando sufriera una agónica fuga del 3 o el 4 por ciento del electorado. No cuenta ahora con esa diferencia que le permitiría ratificarse en el rol de hombre bueno y pacífico que había construido.

Debe aceptarse, con todo, que las desventuras actuales tienen el peso suficiente como para estremecer la seguridad de cualquier político. Kirchner se apoderó del gobierno legítimo de su esposa, decidió convertir una elección legislativa en una batalla dramática y terminal y, además, está peleando de antemano sólo por el primer tercio de la provincia de Buenos Aires. Aún así, las cosas le son demasiado inestables para su destino más inmediato.

En resumen, Kirchner no podría explicar fácilmente un fracaso personal en una elección tan fácil: él tiene el gobierno y los recursos y, al mismo tiempo, carece de una oposición eficiente y sólida.

Ya antes de las encuestas actuales, en el entorno más íntimo de Kirchner comenzaba a entreverse la Fronda poselectoral del peronismo. ¿Por qué no lo vislumbraría el propio Kirchner? ¿Por qué esos ruidos de sublevación en el partido gobernante? Simple. El peronismo quedaría a merced de una próxima derrota casi segura si Kirchner rondara sólo el 30 por ciento de los votos en la Nación y en la provincia de Buenos Aires. La oposición no peronista cuenta por primera vez desde 1999 con una figura, Julio Cobos, que tiene la mejor imagen positiva entre los políticos del país.

No son votos seguros los de Cobos, pero es un comienzo diferente para la oposición. La interna abierta del peronismo en 2003 y la arrogancia del oficialismo en 2007 ya no serían posibles en próximas elecciones presidenciables. Una derrota en Buenos Aires, o un módico empate, despojarían a Kirchner hasta de la ilusión de conservar cierta influencia en el justicialismo. El peronismo no perdona la derrota. Carlos Menem, que reinó en su nombre durante diez años, puede contar esa historia en la que se mezclan, con igual intensidad, la lealtad y la traición.

Con ese regusto amargo llegó Kirchner el jueves a Avellaneda. Era un acto de unos 3000 trabajadores metalúrgicos, que reclamaban a viva voz aumentos salariales antes de que llegara el ex presidente. Sus funcionarios callaron ese reclamo, pero se lo contaron a Kirchner cuanto arribó. El ex presidente tomó el micrófono y zamarreó a Techint, la multinacional metalúrgica más importante del país, porque supuestamente una de sus empresas, Siderar, había liquidado ganancias a sus socios y no aceptaba pagarles a los obreros un premio anual más grande que el que les anunció. Lo que anunció es casi un doble aguinaldo. Siderar está perdiendo plata desde hace varios meses. No liquidó dividendos.

Notificado del error, el gobierno dejó trascender que la que había liquidado dividendos era Tenaris, otra empresa que Techint tiene con otros socios y en la que no existe ningún planteo laboral. La historia de Techint en los últimos años es contradictoria. Fue la empresa industrial que más apoyó intelectualmente los planteos del gobierno de los Kirchner, pero es la que más está siendo perjudicada por el populismo autoritario de la región. Hugo Chávez ya se merendó cuatro empresas de Techint en Venezuela y el grupo industrial enfrenta aquí los intentos del kirchnerismo para estatizar la argentina Siderar.

Las demagógicas expresiones de Kirchner sobre la supuesta liquidación de dividendos en Techint confirmaron que lo que había sucedido con Edesur no era una excepción. Edesur es controlada por la española Endesa, aunque también la brasileña Petrobras tiene una parte de sus acciones. Julio De Vido directamente le prohibió a Edesur liquidar ganancias por primera vez desde la crisis de 2001. En los últimos siete años sólo liquidó pérdidas. Eran menos de 20 millones de dólares lo que liquidaría ahora, en un país donde salieron del sistema más de 25.000 millones de dólares en el último año. ¿Qué sentido tiene?
Desesperación electoral

De Vido es la paradoja caminando. En cualquier conflicto deja trascender que él está tendiendo puentes o haciendo buenas gestiones. Nunca puede nada. A Techint le aseguró que la ayudaría en sus problemas con Chávez, pero De Vido es el hombre más cercano a Chávez en el gobierno de los Kirchner.

El caso de Edesur es también un ejemplo de la ingratitud de Kirchner. Una semana antes, el gobierno español había aprobado una fórmula para resolver el conflicto del gobierno argentino con Marsans por la premeditada expropiación de Aerolíneas Argentinas. El consejo de ministros autorizó al Instituto de Crédito Oficial (ICO) a renegociar los plazos de una vieja deuda del gobierno argentino con el español, que había caído en default en 2001. La política consiste en alargar los plazos del pago de esa deuda, ya normalizada, para que el remanente sea usado por los argentinos para comprar los aviones que Marsans había encargado a Airbus.

La fórmula permite varias cosas: a Marsans recuperar los pagos que le hizo a Airbus por aviones que nunca usaría; a Aerolíneas Argentinas contar rápido con 30 aviones nuevos, y a la Argentina zafarse de los tribunales internacionales. Rodríguez Zapatero estaba más preocupado por los poderosos empresarios de Marsans, líderes de la central empresaria española, que por Kirchner. Pero fue un gesto importante, que Kirchner pagó con la descalificación pública de otra empresa española.

Los afligidos y unánimes empresarios, y no pocos peronistas, creen que Kirchner es así no más: un tren que avanza por una vía y que, por lo tanto, le es imposible girar antes de chocar. El choque definitivo sería la chavización de la Argentina. ¿Se puede ser Hugo Chávez sin petróleo, sin ejército y sin la mitad de la sociedad? No. La única pregunta que resta hacer es si Kirchner reconocerá mansamente esos límites o si, por el contrario, se dejará acorralar por la última utopía de su vida.