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Perón, una muerte anunciada
La delicada salud de Perón era un secreto a voces. La virulenta realidad de la Argentina de los 70 lo llevó a afrontar su tercera presidencia con los días contados
30 de junio de 2009
Por Roberto Aguirre Blanco

El hombre más importante de la historia política moderna de la Argentina citó en su casa de Gaspar Campos, en Vicente López, a fines de julio de 1973, a sus tres médicos de cabecera en el país para una consulta sin filtros.

El viejo caudillo, ya azotado por graves problemas en su corazón y en los pulmones, les preguntó sin rodeos, como era su estilo, a los doctores Pedro Cossio, Domingo Liotta y Jorge Taiana.

“Doctores, ¿qué esta pasando con este viejo?”, preguntó con una sonrisa un hombre que estaba a punto de cumplir 78 años y había retornado un mes antes definitivamente a un país que tenía un gobierno peronista luego de de 18 años.

Taiana, uno de los médicos que más siguió esos últimos tiempos del general fue directo en su respuesta, como le gustaba al líder del justicialismo.

“Usted está delicado, sus facultades pueden sufrir alguna declinación. Pero también sabemos como es usted y que no dejará de trabajar. Creo que debe estar preparado para una situación límite”.

El comentario sin anestesia de Taiana a Perón, publicado en el libro “El último Perón” escrito por el mismo médico y que fuera también registrado en aquellos años por la revista norteamericana “Time” (según el libro "los últimos días de Perón" de Enrique Pavón Pereyra), no sorprendió al caudillo.

“Perfectamente, entonces tengo poca cuerda. ¿Cuándo moriré?”, respondió el líder popular que obtuvo como respuestas consejos de los médicos y un pedido que se centraba en la necesidad de acotar las actividades, y no asumir responsabilidades mayores a la que su deteriorada salud podía permitirle.

Perón no hizo caso a las recomendaciones, y en realidad ya poco le quedaba para jugar en otro escenario. La renuncia solicitada a Héctor J. Cámpora a menos de 40 días de asumir y el llamado a nuevas elecciones hacía que su destino ya estuviera marcado.

Tras la consagración de la fórmula Perón-Perón y el extraordinario triunfo electoral del 23 de septiembre de 1973 por más del 62 por ciento de los votos, el nuevo presidente encaró la última etapa de su vida pública que se apagaría ocho meses después.

Entre su retorno definitivo al país, el 20 de junio de 1973 y el día de su muerte, el 1 de julio de 1974 vivió más de dos decenas de episodios de crisis de salud que fueron mellando su delicado estado.

Sin embargo, a pesar de esa debilidad, fueron meses también donde se observó un Perón brillante, lucido en casi todas decisiones y determinaciones políticas que se puede centrar en un mensaje al pueblo, en su último discurso en la Asamblea legislativa del 1 de mayo de 1974, en el Congreso, que aún hoy tiene vigencia.

Sin embargo, con sus salud jaqueada, en su alrededor se fueron tejiendo escenarios de la peor imagen del peronismo que se fue alejando sistemáticamente de los sueños “de la juventud rebelde” de la primavera política de 1973.

En los primeros días de enero de 1974, Cossio y Taiana pidieron una reunión urgente ante el Gabinete nacional y allí expusieron su preocupación por el estado de salud de Perón y la necesidad de tomar conciencia que su tiempo era “muy limitado”.

Mientras los integrantes del gobierno, consternados, preguntaban cuanto le quedaba de vida a Perón, los facultativos solo atinaron a preveer una sobrevida de siete u ocho meses.

En esa reunión, José López Rega, con un discurso místico, solo planteaba que el “general esta mejor que nunca. El está bien, porque yo me siento bien, con mis flujos magnéticos yo le retiro los malos presagios en su salud”.

El hombre que ya había comenzado a instrumentar el manejo de la terrorífica Triple A, recibió como respuesta del ministro Angel Robledo un insultó que golpeó su orgullo:“Vea López Rega, déjese de joder…”

Perón murió seis meses después, luego que además de deteriorarse en su salud por una cuestión natural, lo exigieran a obligaciones protocolares que fueron más allá de sus posibilidades físicas.

Perón con antecedentes coronarios graves y problemas en sus pulmones nunca debió asumir la responsabilidad de la presidencia según los estudios médicos, pero ¿quién se hubiera animado a ir contra el orden natural de volver a ver a Perón en el poder?

A las 14:05 de aquel 1 de julio, Isabel Perón, una mujer debilitada y conmovida, habló en cadena al país como presidenta de la nación para informar la muerte del caudillo.

El discurso comenzó con una frase premonitoria.” El país está viviendo horas aciagas…”, y no se equivocaba.