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Drama: cada vez más Sin Techo duermen en hospitales
Casi 10 mil personas sin hogar tratan de pasar las noches en los hospitales porteños y bonaerenses. Algunos hasta simulan estar enfermos para acceder a cama y comida
31 de octubre de 2009
Son casi 10 mil las personas sin hogar en la Provincia y en la Ciudad.

Muchos se quedan en los pasillos de los hospitales noche tras noche.

Otros, se internan para poder tener un plato de comida y un techo.

Ya se los llama “pacientes sociales”.

El diario Perfil recorrió el Fernández, el Rivadavia, el Ramos Mejía y el Evita de Lanús, y constató la situación desesperante que viven cotidianamente.

Médicos y enfermeras los contienen, pero dicen que no pueden funcionar como refugio.

Hospital Fernández, viernes 3 AM. Más de veinte personas sin recursos duermen cada noche en los diferentes nosocomios porteños. En Provincia se repite el drama.

No todos los que esperan en las guardias de los hospitales necesitan ver a un médico. La crisis habitacional en el área metropolitana y del Conurbano empuja a que cada vez más personas queden en situación de calle, y cada noche ese fenómeno se siente con fuerza en las salas de espera, que utilizan como refugios.

Según datos de Red Solidaria, casi 10 mil personas no tienen hogar en Capital y Gran Buenos Aires.

“Yo tenía una vida hermosa”, añora Cristian Velázquez (24). Hace nueve meses vive en la guardia del Hospital Evita de Lanús, donde fue a parar después de distanciarse de su familia por lo que él considera “un malentendido”. En este tiempo bajó treinta kilos, le robaron dos veces, tuvo neumonía, un intento de suicidio y conoció a sus dos compañeros de adversidad, Rodolfo Cáceres (66) y Juan Sebastián López (24). Entre los tres forman una familia muy particular, la familia que no tienen.

Cáceres, el veterano del grupo, vivió hasta hace cuatro meses en su casa de siempre, la que heredó de su madre. Un día llegó y la llave no entraba en la cerradura: desde entonces no volvió a entrar. Dice que su cuñado –esposo de su hermana– le quitó la casa y la alquiló, que la Policía no le dio respuestas y que está con una abogada que le promete que la va a recuperar.

Juan Sebastián tiene epilepsia. Su mamá murió en 2002, y su papá, tres años después. Sus tíos vendieron la casa familiar, que pertenecía a su abuela, y él quedó en la calle.

De la plaza a la guardia. Mientras las estadísticas oficiales se resisten a ver la pobreza en su real magnitud y el Gobierno porteño es acusado de utilizar la violencia contra los sin techo para echarlos de calles y plazas, ellos siguen a la vista de todos, y cada vez son más. “El problema no se soluciona sacando a la gente de la calle, falta una política de integración. El asistencialismo perpetúa la pobreza”, analiza Patricia Merkin, directora de la revista Hecho en Buenos Aires, que da trabajo a 170 personas en situación de calle.

En la sala de espera del Hospital Ramos Mejía, en el barrio de Balvanera, cada noche unas veinte personas se acomodan para dormir o para intentar hacerlo en los ratos de relativa calma. Algunos se acuestan en el piso de los pasillos, otros debajo de los bancos y los demás se quedan sentados. Todos tienen sus cosas en bolsos y bolsas que no sueltan ni cuando duermen.

“Por favor, dejen el pasillo libre para que pasen las camillas”, grita una enfermera, sin mayores esperanzas de ser obedecida. Todos la miran como los chicos a la mamá después de una tarde de retos.

Isabel y Jorge están casados desde hace 26 años, y su historia es como la de miles de matrimonios, sólo que ellos ahora están en la calle y duermen en la guardia de un hospital.

Jorge trabajó en SEGBA, tuvo su remís, lo chocaron, perdió todo. Isabel era secretaria en un consultorio médico, hasta que su jefe decidió que era hora de contratar a una mujer más joven. Lo que sigue es fácil de imaginar: un contrato de alquiler que se vence y trabajos esporádicos que sólo alcanzan para comer a veces.

El Dr. Carlos Mercau, director del Hospital Ramos Mejía, explicó: “El problema es que no van a los paradores. Si van, a los cuatro o cinco días están por acá de nuevo. Como hospital, no podemos mirar para otro lado, es un drama social que tenemos que atender, tratamos de dar una respuesta inmediata, un paliativo, pero la realidad es que no podemos funcionar como parador”.

Los guardias de seguridad del hospital dicen que no se puede dormir en la sala de espera, pero que tampoco se los puede echar, lo cual los enfrenta a una verdadera paradoja. Y reconocen que en los últimos meses aumentó notablemente la cantidad de personas que van a dormir.

Por qué no van a los paradores

A diferencia de la provincia, Capital Federal cuenta con una red de paradores destinados a alojar a los sin techo, pero muchas veces ellos prefieren no ir a estos lugares.

“Lo que pasa es que en los paradores hay normas, y muchos prefieren estar en la calle que cumplirlas”, alega Rosana De Bonis, coordinadora de Asuntos Sociales del Ministerio de Desarrollo Social porteño.

La Ciudad tiene dos paradores para hombres, uno para mujeres y una red de hogares y centros de evacuados que en total suman 1.300 camas. Además de alojamiento, las personas sin hogar reciben elementos para la limpieza personal, comida y atención médica y psicológica. El problema es que no todos quieren ir.

Luis tiene 42 años, vende golosinas en Retiro y dice que no va a los paradores porque tiene que hacer cola desde las seis de la tarde, por lo que prefiere quedarse vendiendo hasta las diez de la noche para ganar unos pesos más. Paga una pensión cuando puede; cuando no, duerme en la guardia del Hospital Rivadavia.

De Bonis explica que los trabajadores sociales intentan convencer a los sin techo sobre la conveniencia de ir a los paradores, pero que “si no quieren, no se los pueden obligar”.