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Destino Sudáfrica: cuando la alegría no es sólo brasilera
Mundial de 1950: Brasil preparó una fiesta para ganar el título. El carnaval fue un velorio y la culpa fue de Uruguay. La historia del "negro jefe" Obdulio Varela. Vealo
8 de mayo de 2010
Por Roberto Aguirre Blanco

Para entender cómo una fiesta popular por excelencia, como es el carnaval brasileño, se convirtió, en 90 minutos de juego, en un velorio futbolístico, sólo hay que rememorar la final de la cuarta Copa del Mundo de 1950, que Uruguay ganó tras vencer a la selección "verde-amarela" por 2 a 1.

El festejo preparado por todo un país fervoroso y fanático del fútbol se ensombreció cuando la "garra charrúa" brotó de la piel de esos once humildes jugadores, para darle a Uruguay el triunfo más espectacular de su historia deportiva.

El silencio sepulcral de más de 190 mil almas -la mayor cantidad de público que presenció una final mundialista- aún se recuerda en el sentimiento de los brasileños, que tardaron
años en entender como ese título mundial les escapó de las manos.

La respuesta estuvo en el temple de los jugadores uruguayos, que a pesar de perder 1 a 0, no se "achicaron" ante la locura festiva de los locales, y con la humildad de un equipo equilibrado dio vuelta el resultado y alcanzó la gloria.

"Adentro somos 11 contra 11", repitió decenas de veces con su voz pausada y ronca el eterno capitán de la "celeste", Obdulio Varela, que con el temperamento y el fuego sagrado de los indios "charrúas", le puso el pecho a la adversidad y empujó a su
equipo a la hazaña.

Eso ocurrió en la cuarta cita mundialista, en Brasil 1950, la primera vez que el mundo del fútbol se reunía después de la tragedia que significó la Segunda Guerra Mundial.
Trece países aceptaron el desafío de viajar a las tierras brasileñas, que le ganó la pulseada de organizar el mundial a Argentina, tras el congreso de 1946, situación que provocó en
enojo de los "albicelestes", quienes por éste y otros motivos extra futbolísticos, decidieron no participar.

Quien lo hizo por primera vez desde que se jugaban los mundiales fue Inglaterra, que dejó atrás su orgullo flemático y aceptó la invitación a participar.

Los creadores del fútbol no tuvieron un buen debut, ya que finalizaron en el octavo lugar, con un solo triunfo (ante Chile, 2-0) y dos derrotas increíbles ante Estados Unidos (1-0) y España
(1-0).

La fase final fue con cuatro equipos (Brasil, Uruguay, Suecia y España), jugando todos contra todos y clasificando campeón al ganador por puntos.

Brasil, con el peso de la responsabilidad de ser favorito y local, fue de menor a mayor, con jugadores de la talla de Ademir, y los artilleros Zizinho y Jair, los locales demostraron, hasta ese momento, mucho juego y habilidad, pero nadie había puesto en reacción el temperamento del equipo, una clave fundamental para alzarse con la Copa del Mundo.

El conjunto uruguayo, que además del "Negro" Varela tenía entre sus filas al arquero Roque Máspoli, saltó al campo de juego del estadio Maracaná, como el partenaire de la fiesta preparada por los locales.

El imponente escenario de Río de Janeiro se construyó para esta ocasión en un tiempo récord de 22 meses y, fiel a la historia de ese país, se levantó con el orgullo de ser el "mais grande do mundo".

El 16 de julio, el escenario estallaba con 199.350 espectadores, y Brasil no defraudó en los primeros minutos, al salir decidido a "comerse vivo" a su rival.

El primer tiempo terminó igualado sin goles y eso fue un llamado de atención para los hinchas locales, que tuvieron un respiro a los dos minutos del complemento, cuando Friacca abrió el marcador.

El Maracaná fue durante casi tres minutos un volcán en erupción, tiempo en el que "El Gran Capitán" Varela, tardó en recoger el balón desde el fondo de la valla y llevarlo caminando con extrema lentitud, y la frente alta, hasta el círculo central.

Con esta acción el uruguayo dejó que las voces se acallaran y se creara un silencio de expectativa sobre su figura, la adrenalina de los locales bajó abruptamente y el temor subió a sus cabezas con la misma velocidad.

Uruguay, calmo y seguro de si mismo, comenzó a dominar el encuentro hasta emparejarlo, con un gol de Juan Schiaffino, a los 21 minutos del segundo tiempo.

Ese mismo impulso, sirvió para que sobre los 34 minutos, Alcides Ghiaggia les diera a los uruguayos la llave de las puertas del cielo y a los brasileños el acta de defunción para empujarlos al infierno.

El 2 a 1 hizo que la tristeza de un país fuera más trascendente que la alegría de ese grupo de uruguayos que se apiñó en el campo de juego a festejar en medio de un silencio que caló sus propios huesos.

Años después, el protagonista principal de ese hazaña, el "Negro" Varela, recordó que esa noche triunfal festejaba con sus compañeros tomando una copa en un bar de Río de Janeiro, en medio de un clima de muerte popular, y sentenció: "Nunca vi. algo así, por un instante me arrepentí de haber ganado ese partido".