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Un “libertino” con el carisma de Johnny Depp
20 de junio de 2006
Por Sebastián Martínez Daniell (Especial para Asteriscos.Tv)

”Permítanme ser franco en el comienzo. No les voy a agradar”. Con estas dos frases, pronunciadas por un Johnny Depp que clava su mirada en las butacas de la sala, empieza “El Libertino”: la trabajada biografía cinematográfica del poeta y escritor inglés John Wilmot, conde de Rochester, conocido en el Siglo XVII por su hedonismo y la capacidad para perturbar la moral de su época.

Pero se equivoca Depp cuando proclama desafiante que no va a conquistar a su platea, sea ésta la de los contemporáneos del poeta escandaloso o bien la de los espectadores del Siglo XXI que pagaron su entrada para ver la ópera prima del británico Laurence Dunmore. A medida que transcurren los 114 minutos del filme, el conde de Rochester –entre mujeres, alcohol y manifiestos contra la moralidad– se va imponiendo como un personaje carismático.

Al principio, como un “cruzado” de la rebeldía y del inconformismo. Pero, luego, también como un osado decadente, que se va transformando en una víctima de sus propios excesos. Ese doble juego entre su constante provocación y su íntima debilidad bastarían para crear una corriente de empatía favorable a Wilmot. Pero, por si acaso faltara algún elemento para hacer de este poeta maldito un verdadero héroe, lo veremos enamorarse. Y, es de suponer, no hay nada más letal para un libertino que el amor.

Volvamos al principio: ¿quién fue John Wilmot, segundo conde de Rochester? Un noble británico, tal como indica su título. Un poeta y un dramaturgo que fue reconocido después de muerto, como atestiguan sus escritos. Un transgresor empedernido, según dice la leyenda. Lo cierto es que nació en 1647 y murió a los 33 años, por una combinación de sífilis, alcoholismo y depresión. No son enfermedades azarosas, son la huella de una vida dominada por el desenfreno. Alguna vez escribió este poeta que su único dogma era el “violento amor por el placer”.

¿Cuál es el modo que elige Dunmore para contar la historia de esta breve vida? El debutante director británico –proveniente del mundo de la publicidad y el video clip– escapa al preciosismo de las películas de época diáfanas y oxigenadas. Elige filmar en video y, generalmente, con poca luz. El efecto no podría ser más acertado: la rusticidad de la imagen, el “grano” que queda impreso en la película logra crear una textura que parece tomada de un cuadro de Rembrandt. Una textura que funciona como la mejor manera de devolvernos al Siglo XVII.

Ése es el clima y el paisaje por donde avanza la trama entera de “El Libertino”. Y el tono que la acompaña y la conforma está marcado por la palabra. Cada una de las anécdotas que se van hilvanando en la película, avanzan sobre dos rieles inalterables: la irreductible voluntad del protagonista de ser irreverente y su aguda capacidad para manejar las palabras.

Hay tres datos biográficos clave sobre Wilmot para entender el acercamiento que hace Dunmore a su biografía, basándose en la obra teatral de Stephen Jeffreys, de 1994. 1) Wilmot fue un gran amigo del rey Carlos II; 2) pese a sus incontables amoríos, estuvo casado hasta el final de sus días con Elizabeth Malet, con quien tuvo seis hijos; 3) uno de sus grandes amores fue la actriz Elizabeth Barry, una de las más talentosas del teatro inglés del siglo XVII.

Es en torno a estos tres ejes que gravita la historia del Wilmot encarnado por Johnny Depp, quien es acompañado por las enormes actuaciones de John Malkovich como el rey Carlos II, Samantha Morton como la actriz Elizabeth Barry y Rosamund Pike como la esposa del conde de Rochester.

Como ya se intuye, lo que se juega en el fondo de esta historia es la fluctuante relación del conde de Rochester respecto de la fidelidad (y, por supuesto, de la infidelidad). No sólo de la fidelidad marital. También de la fidelidad política. Y, por sobre todas las otras, de la fidelidad al deseo, que en el caso de este escritor bien puede manifestarse bajo la forma de una dotada actriz de teatro, de una provocadora línea poética o de una botella de vino.

Tal como ya insinuaba en las primeras palabras del filme, el monólogo inicial de Johnny Depp concluye: “Soy John Wilmot, segundo conde de Rochester y no quiero agradarles”. Falla otra vez, el pobre conde. Después de todo, “El Libertino” es una agradable experiencia cinematográfica.