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“Cars”: fábula norteamericana a toda velocidad
28 de junio de 2006
La primera propuesta animada para las vacaciones de invierno viene motorizada: Pixar pone primera y nos presenta a sus nuevos “autos locos”

Nadie puede seriamente cuestionar la creatividad imperante en esa factoría de entretenimiento llamada Pixar. Junto a su principal competidora (Dreamworks), logró revitalizar el universo de las películas de animación de Hollywood, que amenazaba con derrumbarse a manos del animé japonés. Basta con enumerar sus principales producciones de los últimos diez años para tomar conciencia de lo que estamos hablando: Toy Story, Bichos, Toy Story 2, Monsters Inc., Buscando a Nemo, Los increíbles. Casi nada.

El mundo de los negocios ha determinado que Pixar sea absorbida por Disney, la empresa que dominó durante medio siglo el mercado de los dibujos animados basándose en el enorme potencial de las películas realizadas en las décadas del 30, 40 y 50. ¿Y cuál es el primer resultado de esa fusión entre la principal compañía de animación de la época dorada de Hollywood y esta usina de talento llamada Pixar? La respuesta es “Cars”, el primer “tanque” que desembarca en la Argentina para disputar la convocatoria infantil durante las vacaciones de invierno.

En el universo de ”Cars”, como es de esperarse, mandan los coches. De hecho no hay más que coches. Coches hablan, coches que compiten, coches que comercian, coches que se enamoran. Ya no son máquinas al servicio del hombre. Han ganado la pulseada, y ahora son autónomos: el mundo les pertenece. Que nadie espere ver a un automovilista en esta película. No es un filme sobre coches, es un filme de coches.

Este ya es un dato significativo, si se toma en cuenta la simbiótica relación que mantienen los estadounidenses con sus coches. La sociedad norteamericana adora sus automóviles. Las máquinas son, al norte del río Grande, indicadores de status social, de estilo, de personalidad. Si seguimos ahondando, caeremos rápidamente en la cuenta de que “Cars” es una gran fábula norteamericana. Adaptada para tener aceptación global, por supuesto. Es posible disfrutar de esta película habiendo nacido en Shanghai, en Oslo o en Río Cuarto. Pero no por eso deja de ser un relato que tiene toda la impronta del ser norteamericano.

La historia que cuenta “Cars” ya la hemos visto una decena de veces. Un joven de buen corazón, pero demasiado pagado de sí mismo, es llevado por el destino hasta un pequeño pueblo perdido en el Medio Oeste americano, donde redescubrirá aquellos valores morales que había olvidado. La humildad, la amistad, el amor, etc. Todo aquello que quedaba oculto debajo de la tentadora pátina del éxito.

Claro que, en este caso, ese joven bienintencionado y confundido no es Michael Fox (a quien le sucedía lo mismo en “Doc.Hollywood”), sino “El Rayo” McQueen, un coche de carreras que aún no ha llegado al pináculo de su carrera, pero es un novato más que prometedor. (Aclaremos que no hablamos aquí de Fórmula Uno ni de Turismo Carretera, sino de esas competencias al estilo Speed Races, con reiterativos circuitos ovalados, que son tan populares en los Estados Unidos).

En su camino hacia la gran final del año en California, “El Rayo” McQueen queda azarosamente varado en un pequeño pueblo llamado Radiator Springs, que detuvo su progreso en la década del 50, luego de que la carretera Interestatal reemplazara a la mítica Ruta 66 y lo desplazara del mapa. Allí, nuestro héroe quedará provisoriamente despojado de su fama. Y eso le permitirá mirar con nuevos ojos a los habitantes del pueblo: un remolque un poco lerdo de entendederas pero veloz en su marcha atrás, una combi hippie, un jeep militarista, un malhumorado juez que esconde un secreto y, por supuesto, una atractiva Porsche que dejó atrás Los Angeles para instalarse lejos del ruido.

Aquellos que tengan la posibilidad de elegir (es decir aquellos que no sean arrastrados por sus niños hacia la versión doblada en la Argentina), deberán enfrentar un dilema. Si se deciden por la versión original subtitulada, podrán disfrutar de Owen Wilson en el papel protagónico, de Paul Newman como un viejo Hudson Hornet de 1951 y de Michael Keaton como el “villano” Chick Hicks, principal competidor del “Rayo” McQueen en las carreras. Quien, en cambio, opte por el doblaje local se encontrará con algunas rarezas: el actor Nicolás Vázquez ha sustituído a Owen Wilson, el legendario piloto José María Traverso se ha adueñado del papel de Newman y el carismático Marcos Di Palma no tuvo empacho en ponerse en la piel (o en la voz) del malo de la película. Los puristas se inclinarán por la versión original, los “fierreros”, sin dudas, por la versión local.

En cualquiera de sus versiones, y pese a sus lugares comunes y a su aire nostálgico, “Cars” no es una mala película. Divierte pese a no ser excepcionalmente graciosa y emociona sin ser trágicamente lacrimógena. Sin llegar a las cotas de genialidad de la serie de “Toy Story” ni a esas lecciones de guión clásico que son “Buscando a Nemo” y “Bichos”, esta historia de autos cumple su cometido con eficacia. En especial si se piensa en los chicos que, en definitiva, son el target aquí privilegiado.

Dos menciones aparte. 1) Vale la pena quedarse a ver los títulos. Son lo más hilarante de toda la película. 2) El corto de animación que se proyecta antes de “Cars” y titulado “El hombre orquesta” paga gran parte de la entrada. Es un Pixar auténtico, un producto Pixar en estado puro.