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"Vuelo 93": ¿el 11-S por dentro?
30 de agosto de 2006
El desafío no era menor. Se trataba nada menos que de representar en formato fílmico los atentados terroristas más grandes de la historia de la humanidad. Reconstruir los sucesos que conmovieron al mundo el 11 de septiembre de 2001 y adaptarlos al discurso cinematográfico, sin valerse de metáforas. Sencillamente, mostrando lo que ocurrió. O, para ser más precisos, lo que nos han contado que ocurrió. O, para ser definitivamente claros, mostrando de un modo muy particular aquello que nos han contado que ocurrió.

El guante fue recogido por el director británico Paul Greengrass (“La supremacía Bourne”, 2004) y el resultado es “Vuelo 93”, la primera película que trata directamente los hechos acaecidos hace cinco años en los Estados Unidos y cuyas consecuencias aún se sienten alrededor del mundo. Por supuesto, que Greengrass se acerca a lo ocurrido el 11-S luego de meditar sesudamente y de tomar una serie de decisiones, ninguna de ellas inocente.

Para empezar, la película elige situarse en el vuelo 93 de la compañía United Airlines. No dentro de aquellos aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas, ni en aquel otro que impactó contra el Pentágono. La elección es ese otro vuelo que despegó con 44 pasajeros del aeropuerto de Newark, New Jersey, y debía volar hasta San Francisco, pero que a medio camino fue secuestrado y terminó cayendo en un campo de Pennsylvania, sin sobrevivientes.

¿Por qué Greengrass decide contar la historia de este vuelo, de destino menos espectacular que los restantes tres aviones secuestrados aquella mañana? Porque sólo ese vuelo le permite elaborar una historia de heroísmo, basada en la versión oficial de los hechos ocurridos dentro del avión. Según se dijo prácticamente desde el mismo día de los atentados, esa aeronave había sido tomada por cuatro terroristas con la intención de dirigirla hacia Washington, recuperada por un grupo de pasajeros y finalmente estrellada contra la tierra, en un descampado.

Lo que ocurre dentro del avión es la mitad de la historia que narra “Vuelo 93”. La otra mitad, quizás la más interesante del filme, es lo que ocurre en las dependencias militares y civiles de control aéreo. Esas oficinas donde funcionarios de rango medio se vieron repentinamente confrontados con la crisis de seguridad más grande de la historia de los Estados Unidos. La incredulidad, la desesperación, la improvisación, la descoordinación, los procedimientos formales. Todo lo que sufrieron los responsables del espacio aéreo norteamericano ese día en que cuatro aviones se transformaron en misiles.

La segunda decisión que tomó Greengrass para encarar la historia del vuelo 93 fue prescindir de figuras de peso en el imaginario hollywoodense. Ninguno de los rostros que desfilan ante el espectador durante los 110 minutos de película resulta familiar. Quizás la única excepción sea David Rasche (popularizado por la serie “Martillo Hammer” y recientemente reaparecido en la película “El centinela”). Pero su participación en “Vuelo 93” es tan fugaz que no llega a modificar la impresión de anonimato que encarna el común del elenco.

En tercer lugar, el director eligió un tono particular para contar los hechos que rodearon al secuestro del avión de United. Un tono que acerca la película más a la reconstrucción histórica que a la tradicional narración cinematográfica. Un registro más cercano al docu-drama que a la ficción de Hollywood.

Los terroristas de “Vuelo 93” no son los que habitualmente vemos en las películas de acción producidas en los Estados Unidos. En este caso son personas vulnerables, comunes, hasta indecisas. Ésa es otra de las determinaciones asumidas por Greengrass: no condenar moralmente a los terroristas, no juzgarlos en su accionar. “Simplemente” mostrarlos.

Si ahora revisamos todas las decisiones tomadas por el director, detectaremos una coherente búsqueda de sentido. La ausencia de “caras famosas”, el registro documental, la “humanización” de los terroristas: todo apunta a un intento de “despolitizar” la película. Todo lleva a presentar “Vuelo 93” como una visión intensa, sí, pero más o menos objetiva de lo ocurrido a bordo de ese avión.

Por supuesto que esta pretendida neutralidad no es más que una estrategia. La película realiza, por lo menos, dos tomas de partido. La primera, en favor de la “historia oficial” sobre el vuelo 93 de United. Aquí se toma al pie de la letra la versión oficial y se desdeña toda otra hipótesis, en especial aquellas denominadas “conspirativas”. El trabajo de Greengrass intenta ser un registro de lo que acontecido y no tanto una versión de la historia. Sin embargo, es una versión. Una que desestima las teorías que apuntan, por ejemplo, a que ese avión fue finalmente derribado por las Fuerzas Armadas norteamericanas para evitar un cuarto ataque, tras los estallidos en las dos torres del World Trade Center y el Pentágono.

El otro posicionamiento político del filme es en rescate de la sociedad civil o, podría decirse, constituye una absolución de la sociedad civil. Los héroes no son aquí militares, ni funcionarios políticos, ni seres extraordinariamente posicionados por su rol en la historia. Son simples pasajeros, personas corrientes casualmente reunidas. Se diría que empiezan siendo “inocentes” y que terminan siendo héroes. Eso es exactamente lo que la sociedad de los Estados Unidos quiere creer de sí misma.