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"Leones por corderos": política para principiantes
14 de noviembre de 2007
Con “Leones por corderos”, Robert Redford entrega su séptima película como director. De las anteriores, quizás sólo dos merezcan un lugar en la historia del cine: “Gente como uno”, su debut en 1980, y “The Quiz Show”, de 1994. Pero Redford es mucho más que un actor devenido un no muy prolífico director.

Sus opiniones pesan. En Hollywood, fundamentalmente, donde las películas que elige para su festival independiente de Sundance son vistas con entusiasmo. Pero también más allá de Los Angeles, en las tribunas de opinión de todos los Estados Unidos, donde se le considera un hombre de consulta.

Quizás por eso, su incursión en la fábula política con “Leones por corderos” era tan esperada y quizás por el tamaño de la expectativa es que viene defraudando en los festivales europeos donde fue dada a conocer. Y, digámoslo por primera vez, no es que la película sea mala. Pero, a simple vista, parece algo desabrida. No es, por supuesto, la defensa a ultranza de la actual política exterior de los Estados Unidos. Y tampoco es una fuerte denuncia del régimen de intervención extranjera que podría esperarse.

¿Qué es entonces “Leones por corderos”? El filme cuenta tres historias entrelazadas. La intención de Redford parece haber sido dar varios puntos de vista sobre el problema de la guerra y de las obligaciones del “vigía de Occidente” en el mundo. Por eso apela a la multiplicidad de relatos. Veamos si lo logra.

La primera historia gira en torno a dos ex universitarios (uno hispano, el otro negro) que deciden enrolarse en el Ejército y partir hacia Afganistán, a la guerra. En un vuelo de reconocimiento, son alcanzados por proyectiles y caen heridos en medio de la cordillera afgana, a merced del talibán.

El segundo enfoque es algo más estático. Se trata de una extensa entrevista que una veterana periodista (Meryl Streep) le hace a un senador republicano (Tom Cruise) en su despacho del Congreso. Allí, el legislador explicará el lanzamiento de una nueva estrategia bélica, que incluye, por ejemplo, el envío de aquellos dos ex universitarios al campo de batalla.

La tercera línea es otra entrevista, pero de naturaleza muy distinta. Se trata de un profesor de la Universidad (Robert Redford) que intenta convencer a un talentoso alumno de Ciencias Políticas de que salga de su modorra adolescente y se decida a participar, a cambiar el mundo. Uno de los ejemplos que utiliza es el de esos dos ex alumnos que un día lo dejaron todo y partieron a la guerra para formar parte de la historia.

El planteo de la película es bastante sencillo. Tom Cruise, el senador que interpreta, representa al conservadurismo estadounidense, a los defensores de la guerra, a los “halcones” de Washington que dicen querer combatir el terrorismo “cueste lo que cueste”. Robert Redford, el docente universitario, el intelectual de los claustros que quiere cambiar las cosas, representa a los liberales de Norteamérica, que cuestionan los métodos de la derecha republicana, pero quieren dar pelea en el terreno político. El papel de Meryl Streep es más sutil. Ella es la prensa en un tiempo idealista y ahora ya más pragmática; los medios, muchas veces críticos y muchas veces cómplices.

Y los jóvenes (los dos soldados atrapados en las montañas afganas, el escéptico estudiante de Ciencias Políticas) son, en la configuración simbólica de la película, al mismo tiempo la realidad y el futuro. Por un lado, lo real de la guerra: las heridas, la camaradería, la violencia, más allá de las decisiones teóricas que se toman en los despachos. Por otro lado, el futuro del conflicto: la prescindencia o el compromiso de las nuevas generaciones, el escepticismo y las dudas.

El resultado es un cuadro prolijo y didáctico. E, incluso, entretenido. Las tramas que se desarrollan a lo largo de la película alcanzan para redondear un obra sólida y agradable. Lo que no alcanza, por supuesto, es tan siquiera a rozar la complejidad de las causas de la guerra, del desgano, de los ideales, del rumbo de la Humanidad.