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"Sex and the City": es una cuestión de actitud
11 de junio de 2008
Hay, por lo menos, dos modos de ver el desembarco de ese fenómeno televisivo que fue “Sex and the City” en la pantalla de los cines. Cuando uno se acomoda en la butaca para presenciar las casi dos horas y media que dura la película, uno puede asumir dos actitudes: la del impiadoso y frío analista del séptimo arte dispuesto a poner bajo la lupa el resultado de esta experiencia o la del enternecido seguidor (y hasta fanático) de un producto que durante seis años llenó las pantallas de nuestros televisores.

En el primero de los casos, uno se mantiene distante y trata de aplicar criterios rigurosos para diseccionar lo que está mirando. De este modo, en un rato, salen a relucir todos los defectos que tiene esta película que trae de regreso a las cuatro mujeres más famosas de Nueva York. Nos damos cuenta de que estamos ante lánguidas historias sobre las relaciones entre hombres y mujeres, tratadas algo superficialmente, con bastante de glamour y alguna pincelada de humor, pero también mucho de manual de autoayuda.

En cambio, si entre 1998 y 2004 uno había logrado interiorizarse sobre la historia de Carrie Bradshaw y sus amigas Miranda, Samantha y Charlotte, difícilmente podrá uno resistirse a revivir en la pantalla grande sus desventuras, su evolución y su carnadura. La identificación volverá a surgir mágicamente y, en pocos minutos, estaremos otra vez en las calles de Nueva York, padeciendo y disfrutando al ritmo de los eficaces diálogos creados por Michael Patrick King.

Pero vamos a lo importante. ¿Qué aporta “Sex and the City: la película” a aquellas seis temporadas que empezaron a conquistar el planeta hace una década? En cierto modo, es como si la película funcionara como epílogo de los seis años televisivos. Nos muestra qué ha sido de la vida de sus personajes desde entonces, para luego desbaratarlo todo y, finalmente, poner nuevamente todo en su lugar, luego de hacer pequeños retoques.

La película comienza unos cuatro años después del cierre de la serie televisiva. Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) mantiene su éxito como escritora especializada en relaciones de pareja, sigue en pareja con Mr. Big (Chris Noth) e, incluso, está haciendo planes para mudarse con él.

Miranda (Cynthia Nixon) continúa viviendo en los suburbios con su esposo, Steve (David Eigenberg), y su hijo, mientras intenta compaginar su complicada agenda entre el matrimonio, su trabajo como abogada y su vida social.

Samantha (Kim Cattrall) se ha mudado a Los Angeles junto a su joven pareja, el actor Jerry “Smith” Jerrod (Jason Lewis), a quien le maneja la carrera artística, al tiempo que trata de acostumbrarse a una conflictiva monogamia y a la vida lejos de sus inseparables compañeras de copas.

Por último, Charlotte (Kristin Davis) continúa su idílica vida en pareja con el abogado Harry Goldenblatt (Evan Handler) y Lily, la niña nacida en China que adoptaron cuando agotaron las alternativas que le ofrecía la medicina reproductiva.
Por supuesto que todo esto, que parece tan ordenado, se irá lentamente de cauce. La aparente felicidad que viene rodeando la vida de las cuatro protagonistas comenzará a ser puesta en cuestión, provocará estallidos y desajustes en cada uno de los casos, hasta finalmente encontrar un nuevo orden. Sin adelantar demasiado, se puede decir que habrá propuestas de matrimonio, habrá embarazos, habrá mudanzas, habrá infidelidades y, por sobre todas las cosas, habrá dudas.

Más centrada en el amor que en el sexo, “Sex and the City: la película” vuelve a plantear al espectador las mismas virtudes y defectos que tenían los capítulos televisivos. Aquellos que se entregaban con deleite al mundo conflictivo y glamoroso de la serie, no se verán decepcionados. Quienes ya miraban con desconfianza las seis temporadas de HBO, verán resurgir sus cuestionamientos contra ese mundo algo irreal y ligeramente banal. Con “Sex and the City” es una cuestión de actitud: ámalo o déjalo.