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"Furia de titanes": mitos todo terreno
7 de abril de 2010
Aquí tenemos una película sobre un individuo que nació de vientre humano, pero fecundado por un dios. Un hijo de Dios, en definitiva, hecho hombre. Un individuo que se hace pescador. Un individuo que es llamado, en algún momento del filme, "nuestro salvador".

Pero no. No es Jesucristo. Es Perseo, un personaje mitológico de la antigua Grecia que llega a nosotros, otra vez, de la mano de "Furia de titanes", un pastiche de más de una hora y media que tiene destino de tanque taquillero y, la verdad, muy poco para ofrecer, más allá de la cristianización de su protagonista.

Empecemos por el comienzo. En 1981, Hollywood reunió a un puñado de prestigiosos actores europeos (Sir Laurence Olivier, Maggie Smith, Ursula Andress, entre otros) y los puso al servicio de un relato que recreaba, con bastantes licencias, algunos de los mitos griegos que giran en torno a la figura de Perseo.

El filme original, que a la distancia no parece nada del otro mundo, fue un verdadero éxito de taquilla y resultó inolvidable para cualquier niño o adolescente que lo haya visto en su momento.

Con ese antecedente, la industria volvió ahora a apuntar sus cañones hacia los libros de la mitología helénica y nos ofrece una remake con un elenco renovado: Sam Worthington en la piel de Perseo, Liam Neeson como el poderoso Zeus, Ralph Fiennes en el rol del malvado Hades, Gemma Artenton como la bella Io y algunos más que dan vueltas por los papeles secundarios.

La historia, basada lejanamente en los mitos originales, es la siguiente: Perseo nace de la unión de Zeus y una reina mortal. El rey que ha sido víctima de esa infidelidad divina mete a su esposa y al bebé en un cajón y los arroja al mar. La mujer muere, el pequeño semidios sobrevive y es adoptado por una familia de pescadores.

Mientras tanto, los hombres recelan cada vez más de los dioses, los desafían, quieren que termine su era. Por eso, Hades (el intrigante regente del inframundo) convence a Zeus de que los mortales merecen un escarmiento y le propone liberar al Kraken, un temible ser de las profundidades capaz de arrasar con una ciudad entera. Pero les da a elegir: o sacrifican a la princesa Andrómeda o mueren bajo los tentáculos del Kraken.

Ahí aparece Perseo, que acaba de perder a su familia adoptiva y que parece haber nacido para enfrentar las inequidades de los dioses. Y, junto a un grupo de soldados de la ciudad de Argos, emprende un viaje para descubrir cómo es posible vencer al temible Kraken.

Todo esto, que es bastante, es contado en "Furia de titanes" a un ritmo que se pasa de aceleración, como es la costumbre del director Louis Leterrier, a quien ya conocemos de la segunda versión de "El increible Hulk" y de "Transporter 2". Leterrier ha convencido a Hollywood de que sabe filmar películas de acción. Pero es un malentendido enorme: sus escenas son confusas, veloces pero aburridas. Y si a eso le sumamos el universo un poco grandilocuente y un poco ridículo que pergeñó para recrear el Olimpo griego, el resultado no es el mejor.

Hay estruendos (sonoros y visuales) a cada momento. El director jamás se toma un respiro para que el espectador asimile lo que está ocurriendo: ya sea una batalla o una escena romántica. Inmediatamente, siempre pasa algo que nos distrae de la propia película. La conclusión es una hora y cuarenta minutos de sobresaltos vacíos.

Allá en el fondo, muy en el fondo, sobrevive a duras penas algo de la densidad y la belleza de los mitos griegos. Pero no hay tiempo para disfrutarlas. Enseguida las imágenes nos llevan a otra parte, a un mundo vertiginoso que a cada minuto nos importa un poco menos.