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El festival de subsidios, la inflación y el rey desnudo
3 de septiembre de 2010
La economía argentina soporta inconsistencias, producto de la construcción artificial de indicadores ajenos a la realidad, que alejan cada vez más los números de la propaganda oficial con los que la gente soporta en su duro día a día.

El gobierno viene sosteniendo que en el país casi no hay inflación, que la pobreza se encamina a convertir en un mal recuerdo gracias a los planes sociales, que la Nación se acerca al pleno empleo, que el superávit fiscal es cada vez más voluminoso y
que ingresamos en un período de bonanza de largo plazo.

El problema es que la inflación licúa los ingresos, la pobreza mantiene un núcleo duro difícil de perforar, la desocupación sigue en niveles alto especialmente entre los jóvenes, el superávit en realidad se transforma en déficit si se lo mide bien técnicamente y el crecimiento depende casi únicamente de que le vaya bien al
campo y a las automotrices.

¿Si la economía argentina funciona tan bien, por qué cada vez hacen falta más planes sociales, subsidios multimillonarios al transporte, la energía y otros, el 30 por ciento de los empleados está en negro y para la mayoría de la gente alcanzar el sueño de la casa propia es un objetivo cada vez más lejano?

Disciplina fiscal y monetaria, y calidad institucional, son cualidades que la Argentina parece haber subestimado en estos años, a pesar de que el maquillaje de las cifras -tomando fondos de cuanto organismo queda a mano, como la ANSeS, el PAMI o el
Banco Central- intentan mostrar un escenario casi tan artificial como los subsidios que crecen a un ritmo exponencial.

Sin la contabilidad creativa de incluir entre los ingresos corrientes utilidades ficticias, el déficit fiscal de los últimos 12 meses llega a los 16.000 millones de pesos, según consultores privados.

Disciplina fiscal no sólo es mantener equilibradas las cuentas públicas, sino fijar un gasto público que no ahogue al sector privado con impuestos, cuando la presión vía retenciones o la ausencia de ajuste por inflación en los balances hace que la gente
pague ganancias sobre utilidades que no existen.

El gasto aumentó a niveles récord sin que se observe como contrapartida más seguridad, mejor educación o salud.

Por el contrario, los mayores aumentos de gasto público tienen que ver con planes sociales de todo tipo que reflejan el escaso éxito que ha tenido la política económica para combatir la pobreza, la indigencia y la desocupación.

Si constantemente se están anunciando nuevos planes sociales es porque el modelo no posibilitó que la gente obtenga puestos de trabajo con mejores remuneraciones.

En la Argentina, quienes pagan impuestos reciben a cambio muy pocos "servicios" por parte del Estado: ni seguridad, ni educación ni salud en calidad suficiente.

Para colmo, los ciudadanos deben observar cómo la plata sobra a la hora de financiar iniciativas controversiales como el "Fútbol para todos", que se llevará 900 millones de pesos este año, el déficit de 2 millones de dólares diarios de Aerolíneas Argentinas o el medio centenar de medios de propaganda oficialista -que casi
nadie lee pero tienen staff millonarios-, para tratar de contar desde sus páginas que los problemas dejaron de existir y la Argentina vive una bonanza interminable.

Al analizar la política monetaria aparece otro agujero negro: la emisión fue del 27 por ciento en el último año, en línea con la inflación, en parte porque se crece más, pero sobre todo porque los billetes alcanzan cada vez menos ante la escalada de precios.

¿No notó usted que un billete de 100 pesos ya dura un suspiro?

Y eso si tiene la oportunidad de poder tener los ingresos suficientes para llegar a fin de mes.

La decisión del Banco Central de emitir la moneda de dos pesos se debe, en gran medida, al mayor uso de billetes provocado por la inflación.

El billete de 100 pesos se encuentra en la serie "J", algo inédito para la historia monetaria argentina, y sólo porque el kirchnerismo se rehúsa a emitir uno de 200 pesos, que a esta altura se torna casi indispensable.

Pero emitir ese billete sería admitir que la inflación se fue de las manos y que no hay plan para contenerla.

La disciplina monetaria es clave, porque un país que tiene inflación elevada carece de una moneda que permita generar ahorros en ese signo monetario y tampoco puede otorgar préstamos a largo plazo dado que dentro de la tasa de interés hay que cargar las expectativas inflacionarias, haciendo impagables las tasas paralos tomadores de crédito, como se ve con los préstamos hipotecarios.

El tema de la calidad institucional excede este comentario, pero basta observar que la Argentina no tiene crédito en ningún lugar del mundo, y que las principales industrias del país prefieren importar la maquinaria que necesitan, ante la falta de
claridad en las reglas de juego, donde de un día para el otro un negocio puede volar de un plumazo, como se pretende hacer con Fibertel.

La fábula del rey...

Si el gobierno sigue evitando ver los problemas reales y serios que tiene el país -como la inflación, la inseguridad y el desempleo-, será difícil poner en marcha mecanismos para corregirlos, y correrá el riesgo de caer en la fábula del "rey
desnudo".

En un lejano país, su monarca se entera que unos famosísimos sastres están de paso por su reino, por lo que les encarga un traje.

Los sastres, tras disfrutar un buen tiempo los beneficios que le brinda la vida en la corte del Rey, le comunican que terminaron su trabajo y anuncian haber confeccionado para el Rey el traje invisible más hermoso del mundo, tanto que "sólo los tontos no
pueden verlo".

Por supuesto que el Rey se ve desnudo, pero no lo reconoce porque no quiere aparecer como un tonto frente a tan famosísimos sastres.

Superada la sorpresa de ver al Rey desnudo y enterados de que semejante traje es tan hermoso que "sólo los tontos no pueden verlo", toda su corte afirma que el traje es el "más hermoso del mundo", lo cual convence definitivamente al Rey y los sastres
siguen su viaje con un suculento pago por su trabajo.

Así el Rey paseaba desnudo por su palacio luciendo su traje invisible, el más hermoso del mundo, hasta que un día decidió que su pueblo merecía también disfrutar la hermosura de su traje y sale del palacio para recorrer su reino.

El pueblo lo ve desnudo, pero por temor a contradecirlo, no dice nada. Hasta que un inocente niño lo descubre y grita: "¡El Rey está desnudo!".