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La triste incertidumbre nuestra de cada día
El accidente de trenes en Once dejó una vez más un dolor inmenso en miles de argentinos. Pero vale la pena ponerse a pensar qué está pasando para que nadie se dé cuenta de que esto no puede seguir así
23 de febrero de 2012
Seguramente estaremos errados en algún análisis que se haga, pero lo concreto es que las tragedias -evitables- que la Argentina está viviendo últimamente no tienen razón de ser, y causan un impacto tremendo en la gente damnificada, aunque pareciera que "mañana ya nadie se acuerda".

Ver los rostros de los heridos pidiendo auxilio de manera desesperada en una mañana en la estación de Once entre los hierros retorcidos, mientras al lado suyo un cuerpo inerte era el fiel y triste reflejo de la desgracia consumada, son imágenes que dificilmente puedan evitar conmover a alguien.

La desesperación de familiares en busca de una respuesta, de una ayuda y del ser querido, ya sea fallecido o herido, fue un largo peregrinar que tambien pudo ser evitable.

Pero parece que los argentinos, la sociedad, el Estado, las empresas y hasta uno mismo, no tomamos nota de los errores y los volvemos a cometer. Tal vez porque tenemos memoria frágil o no queremos ver lo que nos hace tanto daño y deja secuelas.

La gente que falleció y que sufrió graves heridas en el accidente del ex ferrocarril Sarmiento en la estación de Once, era toda trabajadora, que viaja y viajaba apìñada en un vagón de más de 60 años, en muchos casos hacinados y jugándose la vida, como lamentablemente pasó en la mañana del martes.

Todos saben que es así, que viajar en un tren en hora pico es poco menos que arriesgarse a todo.

De un lado todos se echan culpas. El Gobierno a la empresa TBA, los trabajadores al Estado y a los dueños de la concesión, y en el ir y venir de palabras, los pasajeros -únicos damnificados por toda esta desidia- tratan de cumplir con el objetivo de llegar a destino de una manera normal. Ni más ni menos.

Tuvimos en Argentina, no hace mucho tiempo, la tragedia del boliche República Cromañón, donde 194 personas -en su mayoría jóvenes- perdieron la vida en una noche de locura sin control, por la irresponsabilidad de muchos.

Sin embargo, a veces parece que con eso no alcanza, con el ver y sentir el dolor tan cerca, viendo cómo el destino nos juega una mala pasada nuevamente, y nos arranca ilusiones y esperanzas de un jirón.

Tenemos que entender que todos somos responsables, incluso aquellos pasajeros que provocaron incidentes en la estación de Once, cuando por la tarde -a la hora del regreso a sus hogares- el servicio no funcionaba y ellos querían viajar, sin ponerse por un segundo en la piel de los familiares de las víctimas que desde hacía 8 ó 10 horas estaban deambulando por los hospitales y morgues de la ciudad en busca de una respuesta.

Lo destacable fue la tarea de cientos de anónimos, policías, bomberos, enfermeros, médicos y demás, que ayudaron y trataron de contener a todas las personas que, como era lógico, no entendían qué pasó y porqué.

Lo lamentable es que en el último año los ferrocarriles se cobraron, en diferentes accidentes, 70 víctimas, en su gran mayoría evitables, pero lo patético es que las personas que deben dar explicaciones y llevar claridad a las cosas que suceden, siguen en sus puestos, como si nada hubiera pasado de una tragedia a otra, como si la historia fuese como en los teatros, donde "la función debe continuar", y desde un humilde rincón uno puede reclamar algo más que eso.

Dignidad para que tomen conciencia y, por respeto al prójimo, dejen su lugar a alguien más capacitado, así -por favor- no tengamos que volver a escribir de lo mismo.