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La verdad que obligó a la Iglesia a pronunciarse
9 de octubre de 2007
La condena por delitos de lesa humanidad que dictó la Justicia al ex capellán de la policía bonaerense Cristian Von Wernich obligó a un nuevo pronunciamiento de la jerarquía eclesiástica argentina.

Los testimonios relatados por víctimas de la dictadura y el rol que jugó el religioso, y que quedó al descubierto durante el proceso, impiden mirar hacia otro lado. Así lo entendió la mayoría de los obispos que, respetuosos de los tiempos de la Justicia, esperó hasta conocer el fallo para emitir un documento.

A diferencia de lo que sucedió durante los años más oscuros de la historia argentina, la mayoría de los prelados entendió ahora que resultaba imperioso hacer escuchar su voz. El silencio de aquellos tiempos se convirtió en palabra y la palabra no dejó, esta vez, lugar a dobles interpretaciones.

“En estos días, la Iglesia en Argentina está conmovida por el dolor que causa la participación de un sacerdote en delitos gravísimos”, señaló la Comisión Ejecutiva del Episcopado, liderada por el cardenal primado Jorge Bergoglio.

“Creemos que los pasos que la Justicia da en el esclarecimiento de estos hechos deben servir para renovar los esfuerzos de todos los ciudadanos en el camino de la reconciliación y son un llamado a alejarnos, tanto de la impunidad como del odio o el rencor”, agregó la Comisión en un texto que también lleva la firma de los vicepresidentes Héctor Villalba y Agustín Radrizzani, y del secretario general, Sergio Fenoy.

El caso es emblemático. Se trata del primer sacerdote católico juzgado y encarcelado por el rol que desempeñó en tiempos en los que se movía junto al ex jefe de la policía Ramón Camps. Von Wernich no es el único hombre de la Iglesia que avaló, calló o influyó para que crímenes de lesa humanidad sucedieran en este país. Hubo otros tantos. Curas, obispos y laicos. Pero también hubo quienes ofrecieron en aquella época testimonio de compromiso y denuncia de violaciones a los derechos humanos.

La primera autocrítica de la Iglesia fue en 1997 cuando se preparaba el Jubileo del año 2000. Si bien aquel mea culpa no fue suficiente, no hubo, por otro lado, instituciones que siguieran el ejemplo. Pese a todo, la historia volvió a colocar a la Iglesia en el lugar ideal para pedir perdón. Y siempre hay tiempo para eso.

En esta oportunidad, los obispos reiteraron la autocrítica del año 2000 en Córdoba, cuando apuntaron: “Si algún miembro de la Iglesia, cualquiera fuera su condición, hubiera avalado con su recomendación o complicidad alguno de esos hechos (la represión violenta), habría actuado bajo su responsabilidad personal, errando o pecando gravemente contra Dios, la humanidad y su conciencia”.

La verdad es dolorosa. La verdad se impone por sí misma. La verdad no puede estar reñida con el Evangelio. Siempre habrá ocasión para reconocerla y asumir, con humildad y madurez, las responsabilidades de cada uno. Como ahora.