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Ingrid volvió con un mensaje de luz
3 de julio de 2008
Como si hubiera ingresado en un oscuro túnel para salir de él casi siete años después, Ingrid Betancourt volvió para exclamar al mundo entero que la condición humana es capaz de transformar las experiencias más límites en mensajes de reconciliación, esperanza y paz.

La profunda vivencia de fe que describió la ex candidata a presidenta de Colombia durante su cautiverio y el agradecimiento a Dios por su liberación se replicaron en todo el mundo y descolocó a sociedades y estados acostumbrados a escuchar palabras que sólo conducen a profundizar las diferencias y los desencuentros.

“El rencor es una esclavitud al igual que la sed de venganza”, lanzó la mujer a poco de recuperar la libertad. Durante los años en los que permaneció secuestrada logró alcanzar un profundo conocimiento del hombre y extrajo de él las experiencias que, en definitiva, nos definen como seres humanos.

Su relación con Dios, la oración como hábito capaz de mantenerla con vida, la entrega generosa por su patria, el llamado a reconciliar y buscar sólo la paz permiten descubrir, a través de Ingrid, que la persona humana es, en definitiva, un ser movido por el amor y la búsqueda de la verdad.

En tiempos en los que fundamentalismos y guerras preventivas profundizan el odio y la violencia, Betancourt volvió de la selva para reorientar la brújula. Volvió para recordar que su mensaje y, “el milagro” de su rescate, es un signo de paz entre los pueblos.

A poco de aterrizar en Bogotá, pidió a los altos mandos guerrilleros que no ejecutaran a quienes habían sido testigos de su liberación. En su mayor momento de alegría tuvo palabras aún para sus captores, quienes durante años la sometieron a todo tipo de barbaries. Ingrid fue más allá de lo esperado y llegó a manifestar que como sociedad habrá que hacer un ejercicio para “aprender a perdonar”.

Las lecciones que llegan desde Colombia fueron esbozadas por muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia y, sin embargo, siempre resuenan como nuevas. Será, probablemente, porque aún nos resta un largo camino por recorrer hasta comprender que temores y riesgos comienzan a desaparecer en la medida en que nos animamos a creer que todos somos valiosos.