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El gesto de Bergoglio que los Kirchner rechazaron
8 de febrero de 2010
Pocas veces como en las últimas horas se entremezclan tan fuertemente los signos políticos y religiosos, dejando en claro cuáles son los límites humanos, el alcance real de las intenciones y la compleja trama de las relaciones personales tamizadas por el poder.

La malograda gestión del cardenal Jorge Bergoglio para que el ex presidente Néstor Kirchner recibiera el sacramento de la unción de los enfermos minutos antes de la operación de carótida a la que fue sometido permite entrever varias aristas de una misma cuestión.

Desde el punto de vista estrictamente religioso, Kirchner, en su calidad de bautizado y ante un trance límite de su vida, tuvo a su alcance la administración de un sacramento que, para los cristianos, ofrece una reconciliación con Dios y una disponibilidad absoluta de la persona ante la gracia divina.

La celeridad en que actuó el arzobispo porteño (conoció la noticia antes de que se hiciera pública y su enviado llegó al sanatorio Los Arcos antes que el propio jefe de Gabinete) pone en evidencia, a la vez, el nivel de información que maneja Bergoglio respecto del matrimonio presidencial.

El arzobispo actuó desde una doble dimensión: la que le compete en su calidad de pastor asistiendo a un hijo de la Iglesia en un momento difícil de la vida, y, simultáneamente, como un político que exhibe un gesto de acercamiento pese a las enormes diferencias que los han mantenido alejados y desconfiados uno de otro durante los últimos años.

El enviado fue el sacerdote Juan Torrella, que se desempeña como vicario episcopal de educación del Arzobispado de Buenos Aires. Torrella es un hombre que cultiva un perfil político, que suele mantener encuentros con dirigentes y que maneja a la perfección el código del poder. Se trata de un hombre que trata a diario con docentes del ámbito de la ciudad pero que sigue de cerca el derrotero político y conoce cómo pocos en la Curia los hábitos y costumbres de la clase dirigente.

La reacción de la familia al rechazar la asistencia espiritual de Bergoglio puede leerse en términos exclusivamente políticos. Si hasta ahora el matrimonio desistió de encuentros con el arzobispo y se limitó a algún contacto frío, ocasional o estrictamente protocolar, pocos creían que ahora podía esperarse una actitud diferente.

Los desaires se remontan a la época de la presidencia de Kirchner, cuando el entonces mandatario resolvió participar de los tradicionales oficios religiosos del 25 de Mayo en el interior del país y así evitar escuchar las críticas homilías del cardenal.

Más allá de toda especulación, lo real y concreto es que Kirchner atravesó un momento límite de su vida. Un momento que lo volvió a colocar en el sendero del común de los mortales. En ese mismo sendero en el que todos somos frágiles y en el que, para muchos, la asistencia espiritual se convierte en esperanza y aliciente.