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19 de abril de 2024
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Los Kirchner dieron muestra de poder refugiados en el peronismo
Columna de opinión de Eduardo van der Kooy publicada en Clarín
2 de abril de 2008
Fue la de ayer, en Plaza de Mayo, una tarde de contrastes. Ese contraste se desplegó entre la multitud que ocupó el paseo y un palco imponente, con reminiscencias del viejo peronismo, desde el cual Cristina Fernández desgranó su discurso serpenteante. ¿Donde radicó aquel contraste? En una asistencia de inconfundible sello peronista, donde sobresalió el sindicalismo y el PJ bonaerense con su poderosa maquinaria para movilizar a la gente. No hay memoria de tantos micros utilizados para un acto, al punto que dejaron bloqueada la avenida 9 de Julio entre la Autopista y Belgrano. También en un discurso de la Presidenta que buscó la identificación con ese público pero que, dado el momento de crisis que atraviesa, navegó otros canales de vínculo con la sociedad. Las contradicciones asomaron, entonces, insalvables.

Si el Gobierno pretendía ofrecer una demostración de fuerza política, lo logró. Aunque esa demostración tenga parentesco con cierto anacronismo. La fuerza no estuvo reflejada sólo por la multitud. En especial, por la disciplina alrededor de Cristina y de Néstor Kirchner. El ex presidente fue el ingeniero de la convocatoria. Esa convocatoria se había convertido en un examen porque el conflicto con el campo venía provocando grietas en el frente oficial. Algunos senadores que estuvieron renuentes al momento de votar el respaldo a las medidas oficiales. Las críticas de ex gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, que indujo a muchos intendentes provinciales a seguir al socialista Hermes Binner, que instó a rever al plan de retenciones móviles y a poner fin a los bloqueos de las rutas. El difícil equilibrio de Juan Schiaretti en Córdoba, que alzó desde el primer día del conflicto la bandera de una negociación, aunque sin condicionamientos. Del palco erigido frente a la Plaza se colgaron casi todos los gobernadores peronistas y no hubo ausencia de funcionarios de primera, segunda y tercera línea del poder.

Los dirigentes rurales pueden tomar nota de que la refriega que desató el plan de retenciones móviles no ha corroído al oficialismo. No lo ha corroído, al menos, en esta pelea. El tiempo será el encargado de decir cómo la opinión pública terminará de tamizar la confrontación. El veredicto quizás se conozca recién el año que viene, durante las elecciones parlamentarias. Los ruralistas deberían comenzar a entender además que el método de la protesta, el bloqueo de las rutas, llegó a su límite. Ese método puede desvirtuar, al final, la naturaleza del reclamo. Así le sucedió a los movimientos piqueteros, que el Gobierno de Kirchner jamás desalentó, y así le ocurre a los asambleístas de Gualeguaychú en su cruzada contra la pastera Botnia, emplazada en Fray Bentos.

Cristina, esta vez, rogó "encarecidamente" a los manifestantes del campo para que terminen los bloqueos. Ya será difícil aguardar nuevas súplicas presidenciales. Quizás la duda que pueda envolver a los dirigentes rurales sea la misma que quedó boyando entre muchos argentinos, una vez concluido el mensaje: ¿A cuál de las palabras y los tonos de la Presidenta habrá que atender?. ¿A la convocatoria de unidad para todos los sectores, que marcó en la agenda para el próximo 25 de mayo? ¿O a esas muestras de enojo y de fastidio que desnudó cuando habló sobre aquellos que observan, opinan y trazan la realidad de una manera diferente?

Quizás cuatro discursos en una semana, impulsados por el mismo conflicto, hayan sido demasiados como para no incurrir en equívocos y contradicciones. Quizás hasta hayan sembrado interrogantes sobre su conveniencia política, medida con la vara de la fortaleza o la debilidad. Lo cierto es que aquellas contradicciones estuvieron a la orden del día. Fueron como ráfagas intermitentes de luz y de sombra. Al promediar su discurso encendió una ilusión cuando llamó a no desperdiciar la oportunidad inmejorable que enfrenta la Argentina y convocó a discutir el futuro y olvidar el pasado.

Pero el pasado había figurado con peso en el prólogo de su alocución. Relacionó este conflicto del campo del 2008, en los umbrales del bicentenario y con un mundo mutante, con aquel lock out patronal de febrero de 1976 que jaqueó a Isabel Perón y fue como una alfombra para el golpe militar sangriento de marzo.

¿Que parentesco verdadero existiría hoy entre una cosa y la otra? Nadie puede negarle a la Presidenta el derecho que le asiste a la libre interpretación de la historia: pero esa interpretación así presentada, en esta instancia política delicada, ayudaría antes a los antagonismos, a los cuales llamó a desterrar, que a la conciliación.

Aquellos antagonismos no se sueldan únicamente con palabras. Hay actitudes, sobre todo, que resultan simbólicas y determinantes. Luis D''Elia fue la semana pasada, después del cacerolazo, un símbolo de la provocación y el divorcio entre los argentinos.

El ex piquetero y funcionario profiere cada día insultos contra sus enemigos políticos o contra ciudadanos que, simplemente, no le agradan. D''Elia puede decir lo que quiere pero el Gobierno comete un pecado imperdonable ante la sociedad cuando lo apaña. D''Elia estuvo en Parque Norte y reapareció, como si nada, en el palco que se levantó a las puertas de la Casa Rosada. D''Elia ha sido una escofina para el Gobierno frente a la observación popular en su puja con el campo.

Cristina hace poco más de cien días que comenzó a gobernar. Lo recordó ayer cuando aludió a los ataques de que, según su óptica, fue objeto en ese corto tiempo. Parecieron problemas o errores más que ataques.

Habrá que ver cuánto esos problemas —o esos ataques— consumieron del capital político de votos y expectativas que la catapultaron en octubre.