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El largo vuelo del murciélago hacia la luz
Columna de Jorge Fernández Díaz publicada en el diario La Nación
15 de agosto de 2009
Borges decía que la ceguera es una forma de la soledad. Pero se equivocaba. La sala de preembarque de Ezeiza estaba atestada de turistas silenciosos, enfrascados en sí mismos, que esperaban turno para volar. Parecían personas solitarias y aburridas. En un costado, un grupo de tipos vestidos con ropas deportivas y provistos de bastones blancos plegados se hacían bromas agudas los unos a los otros para pasar el tiempo. Ellos parecían, en cambio, los únicos seres auténticamente felices y conectados de todo el piso.

Un pasajero los estuvo mirando un rato con la boca abierta, y de pronto se dio vuelta y gritó: "¡Un aplauso para Los Murciélagos!". Empezaron a aplaudir diez y los siguieron veinte y treinta, y de repente había cientos de argentinos que ovacionaban a la selección nacional de fútbol para ciegos, que viajaba a jugarse la vida en los Paralímpicos de Pekín.

El capitán de ese equipo increíble tiene un apellido irónico. Se llama Silvio Velo y es considerado el Maradona de los no videntes, el mejor jugador del mundo. "Velo a Silvio", me sugirieron cuando se me ocurrió meterme en la piel de un "murciélago". Silvio me citó en el Cenard y salió a buscarme al vestíbulo para guiarme por ese laberinto como si el ciego fuera yo.

Tiene una permanente sonrisa contagiosa y un humor ácido. Es oriundo de los Bajos de San Pedro, donde pescaba y donde también jugaba siempre a las escondidas con sus amigos, a pesar de que jamás encontraba a nadie. Me cuenta que su madre sufrió, durante el embarazo, el azote de la toxoplasmosis y que por eso él nació ciego. Pero en seguida le resta importancia al asunto.

Sus once hermanos, desde muy chico, lo llevaron a jugar a la pelota como si viera tanto como ellos o mejor, sin instrucciones especiales ni ventajas. Un chico ciego que jugaba con chicos grandes que podían ver los colores y las formas, adivinar los peligros y reconocer las oportunidades. A los diez años, cuando sus padres lo internaron en un instituto para no videntes y los profesores lo probaron con una pelota sonora, a Velo todo eso le parecía demasiado fácil. Usaban en esos tiempos un balón que llevaba cosido al cuero una argolla de llaves y chapitas aplastadas y perforadas. Ese rebusque hacía las veces de cascabel. Hoy, la técnica es más sofisticada: los "cascabeles" se ubican entre el cuero y la cámara.

Pedimos un café y regresamos un momento a San Pedro. "En mi niñez yo no le daba bola a la ceguera", me asegura, después de decirme que a pesar de la "mishiadura" su familia nunca pasó hambre y que los once hijos gozaron de una infancia plena de alegrías simples y profundas. Su padre era albañil y su madre, empleada doméstica.

Silvio participaba como cualquiera en todas las actividades del potrero. Sólo decía: "Che, hablame", cuando una imagen lo dejaba fuera de algo. Pero no guarda un solo recuerdo angustiante de aquellos tiempos. Tampoco de su ingreso al Instituto Román Rosell, de San Isidro, que a través de un sistema pupilo enseña braille, escuela y oficios a cien discapacitados visuales. Allí hizo la primaria, aprendió carpintería y electricidad, y se desarrolló como deportista: atleta de salto en largo y velocista, y, por supuesto, jugador de fútbol.


Hay tres clases de ciegos: los totales, los que distinguen luces y bultos, y los que son capaces de vislumbrar siluetas de personas. Es por eso por lo que en ese fútbol todos ellos son igualados con parches oculares y antiparras.

Enrique Nardone, legendario profesor de educación física del Román Rosell, pasa por la mesa y nos saluda. Fue el primer director técnico de Los Murciélagos y, además, quien acordó con el entrenador español y el brasileño el reglamento internacional del fútbol para no videntes. Entre esas reglas están las características de la pelota, la igualación de las antiparras y las dimensiones de la cancha: 40 metros por 20, con vallas alrededor del campo, porque los jugadores no pueden ver las líneas. Y también un curioso seguro de fair play : cada vez que un jugador está a punto de disputar fuerte una pelota debe anunciarse diciendo "voy", para que el otro se arme y no se lastime. El arquero es vidente, y detrás del arco contrario siempre hay un guía, que funciona como el ojo de los jugadores en el área de la definición.

* * *

Nardone descubrió a Velo en los picados del instituto. Y el Cenard se transformó en la sede de los primeros Panamericanos y de los Juegos Deportivos para Disminuidos Visuales. El debut de la selección fue malo, pero siguieron adelante. Cuatro años después, ya se entrenaban para el mundial. El primer día llegaron en un colectivo escolar destartalado, y en la entrada se encontraron con un lujoso micro de dos pisos para el seleccionado de voleibol: sus integrantes formaban con uniformes inmaculados. Los Murciélagos no tenían uniforme; vestían ropas dispares y muy humildes, y todos los miraban con suspicacias y sorpresa.

"Aunque no lo parezca, ésta también es una selección -le dijo Nardone al entrenador del equipo de voleibol-. Y te cuento que dentro de muy poco tiempo seremos tan prestigiosos como ustedes." Fueron subcampeones del mundo en 1998, y volvieron a serlo dos años más tarde. En 2002 vencieron a España en Río de Janeiro y se coronaron por primera vez campeones mundiales. En 2004 recibieron una medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Atenas, donde perdieron la final por penales. Y saltaron a la fama con una publicidad que reproducía las instancias de un partido verdadero que el equipo de Silvio Velo jugó una tarde fría en la cancha del Cenard con un conjunto integrado por Riquelme, Crespo, Almeida, Bonano y el Piojo López. Los futbolistas convencionales aceptaron utilizar, para la ocasión, las antiparras: a los quince minutos los ciegos les ganaban siete a cero.

Para ese entonces, Velo ya era considerado el mejor jugador del mundo en su categoría, y hacía rato que se había casado con Claudia, una chica de visión perfecta que conoció en el Tigre y a quien había dejado embarazada. Tienen cinco hijos; a ninguno le sorprende la popularidad del crack ciego que tira caños, hace sombreritos y patea cañonazos. Martín Demonte, su actual técnico, asegura que Velo es un fenómeno sin parangón. Le pega como Batistuta o más fuerte, maneja con pausas el equipo al estilo de Riquelme y tiene ojos en la nuca, como tenía Bochini: coloca de espaldas pases al vacío con alta precisión. En Corea metió un gol de taco y los coreanos amagaron con denunciar que Silvio era un tramposo, un vidente que simulaba ser ciego.

A fines de noviembre de 2006, durante la final mundialista que se jugó en Buenos Aires, la selección de Brasil tuvo en un arco todo el partido a la Argentina. Los brasileños estrellaron dos tiros en los palos y ejecutaron un penal que el arquero argentino desvió por muy poco. La situación de Los Murciélagos era desesperante. De pronto, una pelota disputada se abrió y Silvio la recibió en el medio campo, encaró en velocidad y esquivó por izquierda a un jugador que le salió al paso. En ese instante, Velo se dio cuenta de que iba quedándose sin ángulo e imaginó, en fracciones de segundos, dónde estaba el arco y hacia dónde se tiraría el arquero. Imaginó que el brasileño esperaría un bombazo al primer palo. Y entonces, sin verlo, Velo pensó que podría engañarlo: le apuntó al segundo palo, le pegó con "tres dedos" y estremecedora suavidad. La pelota se elevó en cámara lenta, hizo una comba hacia arriba y hacia adentro, y se clavó violentamente en el ángulo contrario. Fue tal la conmoción que Brasil se quedó desarmado y frío. Ese gol de oro valió un mundial, una vuelta olímpica y una fiesta interminable. Velo era el héroe invencible, capaz de todo.

Me pregunto cómo es posible concebir esa maniobra sin ver la pelota, el área, el arco y al arquero. No se lo digo, pero por primera vez sospecho que muchísimas cosas dependen menos de la vista que del instinto. Que la vista está incluso sobrestimada en este mundo de la imagen y que la imagen distrae de la esencia de la vida. Silvio no ve el fútbol, pero lo siente. No sabe cómo son los colores y las formas, pero las sospecha. Muchas veces advierte lo que nadie. Por ejemplo, que su director técnico tuvo un problema en su casa: lo descubre sólo por el tono de voz o por ciertos silencios. Porque está atento, porque no está distraído, porque escucha de verdad al otro, porque es ciego. En ocasiones se entristece durante una conversación en público porque está oyendo, con oído de tísico, las maledicencias que murmura un tercero a diez metros de distancia. Sabe que hay una pared porque chasquea los dedos y siente cómo rebota el sonido contra el cemento. Y en la calle se deja ayudar aunque no lo necesite. Sólo para que esos desconocidos sientan que están haciendo el bien y para que alguna vez lo repitan con otros discapacitados visuales.

* * *

Deja al desnudo mi extrañeza cuando me dice que los brasileños ciegos juegan igual que los brasileños videntes, que los argentinos tienen las mismas mañas en uno y en otro fútbol, y que los paraguayos son tan aguerridos en unas canchas como en otras. "Una vez, un paraguayo me apretó los testículos, le pegué y me sacaron tarjeta roja", se acuerda con una carcajada. ¿Cómo se crea la identidad futbolística? ¿Estamos seguros de que se crea viendo fútbol? Silvio nunca lo vio. Sólo escucha a su ídolo de todos los tiempos: Víctor Hugo Morales, y se imagina como todos el trámite de una final, el dramatismo de una jugada, la frustración de un tiro libre mal ejecutado, la gambeta de un pícaro.

La misma intriga me despierta su felicidad innata. Silvio no se siente discriminado y es capaz de confesarme que él, como cualquiera, a veces también discrimina, sin querer. "Soy campeón del mundo; tengo una buena familia; abracé a Dios de grande y me hice evangélico; tengo muchos amigos; tengo la capacidad de no recordar lo malo; estoy todo el día haciendo chistes; me río de los problemas; me conecto con las cosas que importan y no siento que esté disminuido ni atado a nada", me dice, para desarmarme. Recuerdo la escena de Ezeiza y le creo. Atados están los indigentes, los presos de sí mismos, los esclavos del mandato, los envidiosos, los que necesitan mucho y los que hacen oídos sordos al telegrama de la vida.

Nos abrazamos; ya es hora de volver al entrenamiento. Los Murciélagos lo esperan afuera. Vuelvo a pensar que Borges estaba equivocado. No hay hombre menos solo que Silvio Velo. Trato de reescribir de memoria El poema de los dones: "Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez el fútbol y la noche".

Al salir escucho a lo lejos la pelota de cascabeles. Gira, rebota, cae. El mago de la oscuridad practica su magia.