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29 de marzo de 2024
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El argentino que fue por el sueño americano y murió
La conmovedora historia de un argentino que murió en las Torres. Genio de la computación, emprendedor y padre de dos hijos, trabajaba en el piso 97 de la norte
11 de septiembre de 2011
Por primera vez, Michelle Chalcoff habla de la muerte de su marido Guillermo, conocida en la Argentina recién hace dos años.

Una historia que incluye el sueño de un hombre que formó una familia y buscó nuevos horizontes en un país que le generaba seguridad.

"Esa mañana estaba haciendo algo en casa y no sé por qué dejé todo y lo llamé a Guillermo. Eran las 8:30. Hablamos unos minutos y, de golpe, escuché en la línea un ruido tremendo. No sé qué era, pero la comunicación se cortó abruptamente. Pensé que más tarde me llamaría, pero nunca lo hizo". Su marido ya estaba muerto.

"A las 9:05 me llamó mi mamá: ‘Prendé la televisión, pasó algo en donde trabaja Guillermo'. Yo ni sabía bien en cuál de las torres trabajaba, entonces llamé a mi hijo a la escuela, para preguntarle: ‘En la que tiene la antena, mamá'.

Era de la que salía el humo negro. Me quedé helada mirando la tele, y en ese momento veo que llega el segundo jet. En un instante entendí todo: el ruido ensordecedor que yo había escuchado por el teléfono era el de una turbina de avión".

Mabel Chalcoff cuenta por primera vez cómo hace diez años murió su marido, que hasta hace muy poco tiempo nadie identificaba como ciudadano argentino.

"Cuando vinimos a Estados Unidos y vio que a mucha gente le costaba pronunciar su nombre, lo tradujo al inglés. Y yo hice algo parecido", explica Mabel, que a partir de ahora será Michelle.

"Como William Chalcoff era ciudadano estadounidense, nadie reparó que en verdad se trataba de un argentino".

La historia de amor que segó el atentado de 2001 había comenzado mucho antes, a fines de los 70, cuando Guillermo tenía 18 años y Michelle 16, y les tocó compartir un grupo de reflexión en un templo judío de Belgrano. Se casaron cinco años más tarde, cuando Guillermo ya tenía bajo el brazo su título de computador científico otorgado por la UBA.

"Empezó a trabajar en Aluar, mientras cursaba la licenciatura en Ciencias de la Computación. Pero no veía perspectivas de crecimiento", reconstruye su esposa.

En 1985, Chalcoff creyó que para abrirse camino en esa especie de ciencia ficción para fanáticos que en aquel entonces era la computación, tenía que estudiar para contador: eran tan pocos los especialistas en circuitos, que los pocos que trabajaban eran contadores con una pequeña especialización en sistemas.

Pero al final tomó otro camino: con una valijita y cuatro cosas, se fue a Nueva York. "Mi papá tenía una oficina acá", cuenta Michelle. "Era un escritorio y un silloncito. Guillermo se instaló ahí dos meses; se iba a bañar a la sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Sacrificio puro".

La mañana del martes 11 de septiembre de 2001 había empezado como todas. Guillermo se levantó muy temprano, desayunó apurado y salió para el trabajo, al que tardaba en llegar una hora y media.

A las 8:15 se instalaba en su escritorio, y quince minutos más tarde le sonaba el teléfono: Michelle ya había dejado a los chicos en la escuela y quería cruzar las primeras palabras tranquilas con su marido.
Las oficinas de la consultora estaban desplegadas entre los pisos 93 y 100 de la torre norte, justo en donde chocó el primer avión comandado por los terroristas. Con el atentado, la firma perdió a 295 empleados y 63 contratados, como Guillermo. "Lo que me da un poco de paz es que murió en el acto, no sufrió nada", se resigna Michelle.

"Yo no sabía qué hacer. Una amiga recogió a Eric de la escuela, pero cuando a la tarde salió Brian tampoco teníamos ninguna noticia. Le tuve que decir".