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Monzón y la derecha más perfecta del boxeo argentino
La recibió hace 50 años el italiano Nino Benvenutti. Fue el inicio de la leyenda de su reinado único. El golpe que cambió la historia de este deporte
6 de noviembre de 2020
Roberto Blanco Macor, de la redacción de Asteriscos.TV

Dicen los especialistas que está entre los tres nocaut más famosos del boxeo argentino, y debe ser así porque a cinco décadas de aquel derechazo fulminante en el duodécimo round, el santafesino Carlos Monzón no solo logró algo impensado como el título mundial de los Medianos, sino que dio inicio a la leyenda del boxeador más importante de la Argentina.

Monzón era un desconocido del gran público, con veladas de poca gente en el mítico Luna Park, a pesar de los esfuerzos de Tito Lectoure de conseguir rivales internacionales, y de ser campeón argentino y sudamericano de la categoría.

Aquella noche mágica del 7 de noviembre de 1970 en el Palacio de los Deportes de Roma, Carlitos sorprendió al mundo del boxeo, no solo ganando de una forma magistral el cinturón mundial, sino aplastando a uno de los mejores boxeadores de su época, el ídolo italiano Benvenutti.

Un viejo dicho en el ámbito del boxeo reza que, quien cae de cara a la lona, no se levanta más. Y, en el combate del que hoy se cumplen 50 años, fue así. Tras recibir una devastadora derecha quedó en un rincón neutral como un títere al que le habían cortado los hilos.

Uno de sus segundos ingresó al ring para detener la cuenta de Rudolf Durst, pero fue inútil: la misma llegó a 10 al 1'57" del 12º round y, a partir del out del árbitro alemán, Monzón -con 28 años y tres meses exactos- consumó su obra maestra y, la Argentina, coronó al cuarto campeón mundial de su historia, el primero en Europa.



Pero llegar a esa noche no fue fácil para el santafesino. Benvenutti quería una "pelea fácil" para hacer una defensa obligatoria y evitar así a su gran rival de entonces, Emile Griffith, quien encabezaba el ranking CMB, y con el cual había peleado ya tres veces con un saldo a favor del italiano 2-1, y en donde por varios años se repartieron la corona.

Monzón no desaprovechó la oportunidad del destino. Desde agosto comenzó a concentrarse y entrenarse intensamente, y en ese marco, según un nuevo acuerdo celebrado entre Carlos y Lectoure, éste –en carácter de préstamo– le pagaría a Escopeta 80.000 pesos por mes a fin de que no tuviera problemas para mantener a su familia y se dedicara de lleno al entrenamiento de cara al combate con Benvenuti.

Así su entrenador de toda la vida Amílcar Brusa y su pupilo trabajaban muy duro en Santa Fe, donde el 5 de octubre y, tras una gran despedida que se organizó y tuvo lugar en las instalaciones del Club Atlético Unión –un asado para más de 200 personas–, Brusa y Monzón partieron a Buenos Aires.

De allí, el 24 de octubre, la delegación con Monzón, Brusa, Lectoure y José Humberto Menno (el sparring de Carlos, de casi 85 kilos, con los que practicó trabar, amarrar y palanquear, ya que Benvenuti lo hacía en sus peleas y los árbitros no solían observarlo por ello), partieron hacía el sueño que los esperaba en Roma.

Se alojaron en un hotel muy económico de la capital italiana y comenzaron en soledad su rutina de entrenamiento en doble turno, sin cobertura periodística y muy opuesta a la de Benvenutti, que tenía a toda la prensa y la atención en su lugar de preparación, en las cercanías de la ciudad eterna.

El italiano era toda una estrella, ya no solo del boxeo sino también del espectáculo, con actuaciones en cine y en televisión, y su preparación no fue justamente la de su mejores combates. Apoyado por su público y una prensa muy leal que llegó a titular, días previos la combate, un artículo donde se preguntaba: ¿Quién es Monzón? Todo para él fue demasiado relajado.

Los boxeadores recién se vieron las caras ese sábado 7 de noviembre, a la mañana, cuando concurrieron la pesaje, y Benvenutti hizo una broma que casi termina mal.

El campeón del mundo le tocó las nalgas al argentino, quien se contuvo de responder con un golpe, pero le clavó los ojos con una promesa y un balbuceo para la noche: "Te voy a matar, tano".



Tras el pesaje, Monzón, ya liberado de la responsabilidad de dar la categoría, se alimentó con libertad, y casi como cábala, se tomó un litro de caldo de gallina, que era un alimento con muchas calorías y grasas.

Sin embargo, a partir del mediodía se desató el clima de tensión en el bunker del argentino porque se necesitaba cumplir con un rito que iba más allá de las cábalas y si con la seguridad de que Monzón pudiera ganar la pelea: infiltrar su mano derecha, algo que se hacía en cada pelea.

Es ya conocido que la alimentación de Monzón en su niñez y adolescencia no fue la mejor y, por eso, la calcificación de sus huesos no había sido óptima y sufría de raquitismo. Por eso durante gran parte de su carrera profesional sufrió fue una dolorosa lesión en su mano derecha y, por ello, debió ser infiltrado antes de cada combate.

Al argentino le inyectaban Novocaína, pero por la escasa bolsa y costos del viaje el equipo no tenía médico personal en Roma, y allí comenzó a jugar un amigo que dio una gran mano en esa estadía previa: el DT argentino Juan Carlos Lorenzo.

El "Toto" dirigía entonces a la Lazio, equipo de la capital italiana, y horas antes del combate llevó al hotel, tal como había acordado con Lectoure, al médico del plantel.

Pero al revisar al boxeador, como otro tanto médicos que lo vieron en su carrera, se espantó con el estado de sus huesos y se negó a infiltrarlo, mientras repetía a los gritos: "Este muchacho no puede pelear" .

Desesperados -faltaba menos de dos horas para el combate-- Lorenzo salió a las calles romanas y regresó con el tiempo justo con dos médicos argentinos que no hicieron muchas preguntas, y a cambio de unos dólares le colocaron la medicación.

Monzón, ya vestido de boxeador, salió con su equipo al estadio, donde llegó 15 minutos antes de la hora pactada para el combate, pero con una gran preocupación en su entorno: la novocaína suministrada solo alcanzaría a tener efecto por una hora, y el combate era a 15 vueltas: el argentino debería terminarla antes del round 10.

Mientras esperaba en el vestuario, el sparring Menno, por pedido de Lectoure, golpeaba la pared que dividía con el de Benvenutti, para que el campeón creyera que era Monzón quien entraba en calor de esa manera.

Quizás ese efecto, más la mirada penetrante de Monzón en el ring, cuando el árbitro dio las últimas instrucciones, fue parte del efecto que comenzó a sentir el italiano, y que le hicieron temer que no sería una noche más.

La pelea tuvo un solo dueño, y fue Monzón, quien la dominó de principio a fin. Escopeta asumió siempre la iniciativa y, especialmente a partir del 3º round, fue minando la resistencia física, boxística y pugilística de Benvenuti quien, promediando la misma, comenzó a evidenciar signos de cansancio y preocupación.

Monzón, con su frialdad acostumbrada, quería definir la pelea rápido a pesar de que Brusa le pedía que trabajara con tranquilidad.

En el 10º asalto, una derecha del retador hizo flamear al campeón, que sonrió como si no hubiera pasado nada pero que, en realidad, lo conmovió hasta los huesos. En el 11º round el visitante salió a buscar la definición por la vía categórica, pero Nino se las arregló a duras penas para escapar del asedio.

El round siguiente fue el de la obra maestra. Don Amílcar lo tuvo claro y antes de sonar la campana se lo dijo: "Ese hombre está muerto. Vaya y póngalo nocaut".

Para narrar la epopeya nadie mejor que su propio protagonista para contarla: "Lo dejé venir para que se confiara, hice cintura, le puse una derecha cruzada y, con la izquierda, lo fui llevando de un rincón a otro. Ahí bajé las manos para que se animara a sacar sus manos y, sobre su izquierda, que estaba baja, le metí la derecha a fondo. Cuando vi que se caía, me di cuenta de que no se levantaba más. Le podían haber contado mil. Benvenuti estaba muerto".

Los italianos no lo podían creer. Muchos lloraban y tras la primera impresión comenzaron a tirar objetos al ring, mientras Monzón y su equipo no paraban de festejar, y Tito Lectoure, como podía, intentaba subir al ring con dificultad, porque tenía un esguince de tobillo que se lo hizo días previos jugando al fútbol.

Esa victoria se vio por televisión en blanco y negro, y en directo, iniciando una costumbre que marcaría a los argentinos, reunirse como un acto religioso cada vez que Carlos hizo una defensa de su título.

Al borde del ring, los periodistas argentinos Hernán Santos Nicolini (quien había comprado los derechos de TV y radio) junto a Osvaldo Caffarelli y Horacio García Blanco, de Radio Rivadavia, únicos medios presentes para transmitir el combate, gritaban de alegría ante el silencio de los italianos, inmersos en la más profunda tristeza.

Nicolini, el único que creyó en la posibilidad de Monzón, compró los derechos en 32 mil dólares, hipotecó su casa en Mar del Plata y negoció, a último momento con Rivadavia.

Como años después haría Silvester Stallone con Rocky, negándose a vender su guión si él no lo actuaba, a pesar de estar endeudado, Nicolini, a quien el Gordo Muñoz le propuso hacer "vestuarios", reclamó el relato o no vendía los derechos.

Tras negociar, logró compartir esa responsabilidad con Caffarelli, quien relataría los round impares (se aseguró el primero y el eventual 15 final) y él los pares. La noche le dio el regalo de relatar el nocaut en el 12. Sueño cumplido.

Aquella noche en Roma llovía a cántaros. Los italianos lloraban a su ídolo y en la Argentina no solo se festejaba, sino que se comenzaba a erigir un ídolo popular inmenso. Desde esa noche se comenzó a escribir la leyenda de Monzón, su reinado invicto de siete años y sus inolvidables 14 defensas. Pero esa ya es otra historia...

rob
el inolvidable round 12 de la consagración de Monzón