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19 de abril de 2024
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Por Manuel Solanet
Democracia sin partidos y alianzas sin doctrina
El escenario político para las próximas elecciones nacionales sería muy difícil de entender para alguien que retorne a la Argentina después de varios años de ausencia
28 de septiembre de 2007
El escenario político para las próximas elecciones nacionales sería muy difícil de entender para alguien que retorne a la Argentina después de varios años de ausencia.

Los partidos Justicialista y Radical ya no son tales y, en todo caso, distribuidos en fracciones, forman parte de varias alianzas. El Frente para la Victoria abarca a peronistas, a radicales K y a una gama diversa de agrupamientos. La atracción del poder y la inmensa caja del gobierno han llevado hacia ese Frente a gobernadores, intendentes, partidos provinciales, sindicalistas, empresarios y otros interesados, cualquiera sea su color o ideología. En otra alianza, detrás de Roberto Lavagna y con el soporte de Alfonsín y tenuemente de Duhalde, se alinean el grueso de los radicales y algunos peronistas, además de otros partidos menores en extinción o con difícil supervivencia. La Coalición Cívica de Elisa Carrió es también un agrupamiento de colores políticos e ideológicos diversos. El partido ARI creado pero dejado formalmente por su fundadora, sostiene ideas de centro izquierda y es el eje de la Coalición. Pero en una suerte de giro hacia el centro, Carrió ha incorporado aliados y personas que sólo pueden imaginarse juntas a la hora de un asado o una denuncia de corrupción, pero imposible suponer que coincidan en la instrumentación de políticas de gobierno.

Hay más peronismos agrupados en otros frentes y se han formado varias alianzas de izquierda, desde las moderadas hasta las extremas. Está el PRO, que es una alianza de centro derecha, con mayor consistencia doctrinaria pero con una cohesión sumamente débil. Mauricio Macri y su gente han estado más proclives a aceptar los dictados de sus asesores de campaña que a sostener la lealtad con sus aliados en las ideas.
La confusión política se multiplica por el carácter federal de nuestro país. En las provincias y municipios las relaciones circunstanciales y las historias diferentes permiten insólitos alineamientos. En algunas provincias, entre otras la de Buenos Aires, la simultaneidad de la elección nacional con las locales agrega motivos a lideres provinciales o comunales para “colgarse” debajo de fórmulas taquilleras, aunque estén en las antípodas políticas o doctrinarias. El partido de Aldo Rico, por ejemplo, tendrá a Cristina Kirchner en la cabeza nacional de su boleta local; se trata de la unión de ex carapintadas con ex montoneros. Otra: el candidato kirchnerista Capitanich, triunfante en el Chaco, llevó el apoyo de partidos de extrema izquierda y también de Recrear, con ideologías opuestas y que en el plano nacional paradójicamente solo coinciden en su antikirchnerismo.

El juego natural de la democracia debe apoyarse en partidos. Así fue históricamente en la Argentina y así lo dice explícitamente nuestra Constitución Nacional desde la reforma de 1994. Funciona de esa forma en la mayoría de los países institucionalmente avanzados. El partido tiene un ámbito y contenido doctrinario que supone permanencia en el tiempo. El partido debe ser el espacio de formación, selección y competencia de dirigentes y la fuente de reemplazo de los que se retiran. El ciudadano podrá predecir razonablemente lo que harán sus elegidos si vota por un partido con historia y estabilidad. Por lo contrario, no tiene la misma seguridad cuando lo hace por una alianza variable y multicolor. En este caso es más probable que los legisladores electos “borocoteen”, se independicen o voten contra el pensamiento predominante de su alianza. Su incorporación a las listas responde en general al objetivo de lograr una banca, y no a la adhesión a determinadas ideas. Esto ha sido sumamente común en la Argentina de estos años y ha contribuido a desprestigiar la política. Las alianzas sin homogeneidad doctrinaria pueden ser electoralmente exitosas en una coyuntura particular, pero altamente riesgosas a la hora de gobernar. La experiencia de los años 1999-2001 fue aleccionadora a este respecto.

El fenómeno que describimos en esta Carta Semanal es una expresión de la involución institucional, que lejos de corregirse, se ha agravado en los últimos cuatro años. El intento transversal de Kirchner, su manejo autoritario y su desaprensión en la compra de adhesiones, ha empeorado los valores y lealtades de su propio partido, del radicalismo y de varios otros. Continúa postergado el tratamiento parlamentario de la reforma política, necesaria para cambiar los sistemas electorales y el régimen de partidos y para hacer factibles su fortalecimiento y estabilidad. Por otro lado y como deber de todos, la educación y la responsabilidad ciudadana tienen mucho que mejorar y otro gran aporte que hacer.

Manuel A. Solanet