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24 de abril de 2024
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Por Manuel Solanet
Cumplir o no las reglas del mundo
Ha comenzado a diluirse la expectativa del gobierno de poder evitar al Fondo Monetario Internacional en su arreglo con el Club de París
7 de noviembre de 2007
Las últimas declaraciones del nuevo Director Ejecutivo del organismo Dominique Strauss-Kahn dan por tierra con el optimismo de la cúpula kirchnerista que imaginaba una suerte de solidaridad socialista. La ilusión fue creada por el propio Strauss-Kahn en su paso por Buenos Aires en campaña por su nominación. Sin embargo, ya en el cargo, asumió la responsabilidad de respetar las reglas tradicionales del organismo que ahora dirige.

Cuando se le preguntó si el FMI se haría a un lado en la revisión del programa de reestructuración de la deuda del gobierno argentino con el Club de París, contestó que el Fondo haría lo que decidan los acreedores agrupados en dicho Club. Otros funcionarios se encargaron de adelantar que no veían la posibilidad de modificar las reglas que siempre se han aplicado.

El gobierno ya duda que ni siquiera Strauss-Kahn le ayudará a salvar la cara mediante algún tipo de maquillaje en la intervención del siempre odiado organismo. Parecería entonces que no habrá escapatoria a que el FMI reaparezca en la escena argentina, ya que de no acordarse con el Club de París no se podrán remover los impedimentos para acceder al crédito internacional o para adquirir bienes de capital en el exterior con financiamiento de origen. Pagarle con reservas podría gatillar un impredecible y riesgoso proceso de desconfianza sobre el peso. ¡Cuánta cháchara y discurso inútil tendrá Néstor Kirchner que tirar al canasto de los dichos inservibles!

Sin embargo parecería que el gobierno aún no advirtió que no conviene seguir perjudicando su futuro con palabras fuera de lugar e innecesarias. Alberto Fernández, Jefe de Gabinete y mano derecha de la presidente electa, le salió airadamente al cruce a Madelaine Albright, ex Secretaria de Estado de Bill Clinton y asesora de Hillary Clinton, la candidata a ocupar la Casa Blanca en 2009 y a quien Cristina Kirchner intentó ostensiblemente acercarse en sus recientes viajes.

En una reunión de prensa y en una posterior conferencia en Buenos Aires, Albright respondió sobre temas planteados por los periodistas y el público. Criticó la manipulación del Indec y expresó que a la Argentina le era necesario, para convocar inversiones y sostener su desarrollo, acordar con los bonistas que no adhirieron al canje y con el Club de París.

También criticó las formas de Chávez. Todo lo dicho - absolutamente cierto y expresado de buena fe - probablemente tuvo la intención de ayudar. Sin embargo, la réplica de Fernández y de otros altos funcionarios expuso, por lo contrario, el tono descalificante que suelen utilizar cuando no los acompaña la razón.

La cuestión de Botnia transita por carriles parecidos. Varios funcionarios y legisladores oficialistas siguen hablando como si estuvieran frente a actos de guerra, mientras la planta que responde a los más modernos, estrictos y exigentes estándares sobre medio ambiente está lista para operar. En lugar de tratar de encauzar y moderar la larga e injustificada reacción colectiva de Gualeguaychú, se ha intentado lograr lo imposible en La Haya y se han llevado hasta el límite de la ruptura las relaciones con Uruguay.

El gobierno de Kirchner rehusó compartir el monitoreo de la construcción y operación de la planta y permitió que una asamblea de vecinos corte un puente internacional desde hace más de un año. Con la operación de la planta y el despeje gradual de los temores ambientales, deberá revisarse íntegramente la política seguida y ejercer autoridad desalojando de inmediato los ocupantes de puente internacional.

Ha habido de hecho una reelección en la Argentina, pero aunque el traspaso de la banda será de marido a mujer, el gobierno tiene la oportunidad de introducir algunos cambios. Uno de ellos es la recomposición de las relaciones políticas y financieras con el mundo.

El respeto por las reglas que rigen la convivencia internacional es lo único inteligente que puede hacer un país que por sus principios debiera respetarlas y que además carece de toda posibilidad de modificarlas. Muchos suponen que los viajes al exterior han hecho recapacitar a la presidente electa sobre esta cuestión. Si fuera así debiera esperarse que instruya a sus funcionarios dilectos en ese sentido, o que los descalifique si entorpecen con su lengua ese objetivo. Lamentamos que esto por ahora no parezca ocurrir y deseamos fervientemente un cambio.