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25 de abril de 2024
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Manuel A. Solanet
De lo pequeño, mediano y grande
9 de abril de 2008
Si en la Argentina usted es empresario, tiene que ser pequeño para que se lo perdonen. Hasta hace unos días usted podía ser mediano y estar a salvo. Era Pyme.

Pero desde el viernes 28 de marzo pasado, cuando el Jefe de Gabinete anunció las medidas para el campo, el cerco se estrechó. Sólo los “pequeños” productores agropecuarios recibirían compensaciones por el último mazazo impositivo. Los medianos pasaron al club de los excluidos, junto con los grandes y los pooles cultivadores de la maléfica soja. El kirchnerato ha elaborado su propia categorización de réprobos y elegidos, combinando conceptos elementales de populismo con dosis de la teoría de la conspiración capitalista y algo de ecologismo.

De esa manera intenta vestir su voracidad y arbitrariedad fiscal y dividir a los productores agropecuarios. No lo logró, y la mayor resistencia la dieron justamente los pequeños productores. El gobierno cree que ellos no saben hacer números y que confían en que las prometidas compensaciones llegarán a sus bolsillos. Desde el agricultor más humilde hasta el más grande conocen la frustrante experiencia de depender de subsidios oficiales.

Debemos reconocer sin embargo, que del otro lado del gobierno nadie se ha atrevido a discutir la preferencia por la pequeñez y la discriminación inversa por tamaño. Las entidades del agro sin excepción han dicho que la aceptan, posiblemente para no quebrar su unidad con la Federación Agraria. Los políticos de la oposición temen ser acusados de insensibles u oligarcas.

No estamos poniendo en duda el imperativo cristiano y moral de velar por quienes no puedan hacerlo por sí mismos. De lo que se está hablando es de formas de organización de la producción y no de la estructura social ni de la ayuda a los más necesitados. Si en materia de producción y comercio sólo lo pequeño fuera bueno y lo grande reprobable, y los países regularan sus estructuras productivas bajo ese concepto, el mundo hubiera quedado empantanado un siglo atrás. La tecnología y el aumento de productividad que es la base del crecimiento del salario real y del bienestar, se apoyan en las escalas más convenientes de producción en cada caso. En muchas industrias son escalas grandes, en otras pueden ser pequeñas. Lo mismo ocurre con los servicios. Ni Arcor ni Techint podrían competir mundialmente como lo hacen, si por su tamaño los gobiernos les impusieran un trato impositivo abusivo y discriminatorio. Esto está en la esencia del mundo moderno. En todo caso de lo que se tienen que ocupar los gobiernos es de preservar una razonable competencia interna y externa.

En las últimas dos décadas el agro argentino ha atravesado por una verdadera revolución tecnológica. Los rendimientos y la producción se triplicaron sobre la base de la ampliación de la frontera agrícola, apoyados en notables avances como la siembra directa, la utilización de agroquímicos sin efectos contaminantes, la genética, los fertilizantes, y las mejores técnicas culturales, que incluyen el empleo de maquinaria compleja e información satelital. Contribuyeron además los avances en la logística, el transporte, la informática y las telecomunicaciones, la simplificación del almacenaje en campaña, los puertos privados, el funcionamiento de los mercados a término y la enorme expansión de la agroindustria. Todos los cultivos fueron impulsados, particularmente la soja que se adaptó con ventaja en tierras que antes no eran agrícolas. La rotación y el buen manejo han permitido esta expansión sin la temida degradación de suelos que hoy muchos exponen sin fundamento para demonizar esa especie.

Estos avances no hubieran tenido el mismo impulso si no se hubieran canalizado importantes inversiones hacia el agro. Esto a su vez ha requerido escala de negocio para acceder a los mercados de capital, para aprovechar equipos gerenciales y para diversificar geográficamente la siembra y reducir el riesgo climático. La respuesta eficiente han sido los pools de siembra y las grandes empresas agropecuarias. Son formas modernas que nada tienen que ver con antiguos terratenientes ni implican algún tipo de opresión. No son suficientemente grandes como para manipular precios ni modificar la elevada competencia de los mercados agropecuarios. Conviven sin dificultad con explotaciones de diverso tamaño, y sin duda ayudan e impulsan a las menores a mejorar sus técnicas y eficiencia. La difusión de las mejoras entre grandes y chicos y viceversa, ha encontrado canales apropiados en los grupos CREA y en la grandes ferias agrícolas.

La Argentina no hubiera sido hoy una potencia mundial en la industrialización y en la exportación de soja, otros granos y sus subproductos, si los anteriores gobiernos hubieran actuado bajo los conceptos con que se está manejando en estos días el kirchnerato. Corremos el riesgo de involucionar en una de las pocas actividades donde nos hemos destacado. Siga el gobierno haciendo el culto a lo pequeño por su temor a algún imperialismo, y terminaremos siendo pequeños. Vale aquella frase tan lúcida de Francisco G. Manrique: “Al único imperialismo que hay que temerle es al de la estupidez”.

Manuel A. Solanet