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Por Manuel Solanet
Te quito. Después te doy, si quiero
16 de abril de 2008
Estos últimos cinco años de la vida política argentina han sido pródigos en la experimentación de mecanismos de creación de poder. Dan para escribir un manual que podría emular a “El Príncipe” de Nicolás Macchiavello. El imaginario popular ha encontrado una denominación breve y precisa para el instrumento más eficazmente empleado por el kirchnerato: “La Caja Rosada”.

Hemos visto cómo en un país con organización federal, el poder central ha construido un excedente presupuestario a costa de la debilidad fiscal de las provincias y municipios. El excedente se emplea en transferencias asignadas discrecionalmente por el Presidente, o por su brazo ejecutor, el Jefe de Gabinete, según la sumisión política comprometida por quien la reciba. Para que esto sea legalmente posible, el Parlamento ha votado los necesarios superpoderes, con mayorías que a su vez responden a la sujeción creada mediante la Caja Rosada. Un perfecto círculo virtuoso, o más bien dicho, vicioso.

La posibilidad para que esto haya ocurrido nació con la devaluación de comienzos de 2002. Hasta entonces, los gobiernos provinciales recibían de forma casi automática la parte que les correspondía de los impuestos recaudados por el Gobierno Nacional. Este último se quedaba con la parte que le asignaba la Ley de Coparticipación Federal, más los impuestos al comercio exterior que, de acuerdo a la Constitución, son exclusivamente de carácter nacional y no se coparticipan. La fenomenal devaluación de enero de 2002 abrió un gran espacio para poner impuestos a las exportaciones - las conocidas retenciones. El posterior aumento de los precios internacionales de los granos amplió esa posibilidad y el gobierno la aprovechó.

Las retenciones no se coparticipan, de manera que el gobierno central generó un notable excedente mientras que las provincias, sometidas a aumentos de gastos salariales, pasaron a tener carencias. Sus programas de obras públicas pasaron a depender de los fondos que arbitrariamente decidiera enviarles el Gobierno Nacional.

Duhalde no llegó a construir poder de esta manera, o tal vez no lo quiso. Kirchner lo hizo con desmesura y sin disimulo. Cada viaje que hacía al interior era precedido por avisos a una página en todos los diarios, con el listado de obras que la Nación contribuiría a ejecutar en la provincia o el municipio visitado. Fue así que los gobernadores radicales o los intendentes duhaldistas del Conurbano, claramente contrarios a Kirchner, se volvieron milagrosamente sus más fieles apoyos. También de esa misma forma muchos ex menemistas saltaron el cerco encandilados por la prodigalidad de la Caja Rosada. Dinero y poder alentaron el transfuguismo que abarcó hasta a legisladores que habían sido electos por partidos de oposición.

Este modelo de construcción de poder – anteriormente experimentado en la provincia de Santa Cruz - está presente en otras variantes de sometimiento al sector privado. Tarifas congeladas para las concesionarias de servicios públicos y posterior compensación con subsidios que las obligan a ponerse de rodillas. Precios controlados de la mano del comisario Moreno que aplica garrote o clemencia, y de la ONCA que reparte esquivos subsidios. Ahora le tocó al campo: retenciones abusivas para todos y posterior compensación a los “pequeños”. Te quito y después te doy, si quiero. De ahí la pregunta lógica, frontal y transparente del dirigente de Gualeguaychú, Alfredo De Angelis: “Si me la van a devolver ¿por qué me la quitan?” La respuesta del gobierno intenta vestirse de motivaciones sociales pero no puede disimular su hipocresía.

La creación de poder mediante la caja tiene un límite: su dilución. Esto está ocurriendo inexorablemente en la medida que los gastos del Gobierno Nacional siguen creciendo a mayor velocidad que sus recursos. Lo que podemos decir es que, a nuestro juicio, el manotazo sobre el agro respondió seguramente a la realidad, no declarada públicamente pero cierta, de la rápida reducción del superávit fiscal. Esta es otra razón para predecir la declinación del poder del kirchnerato. La erosión del poder debida a la desaparición de la caja, tendrá el impulso de la reacción por el resentimiento acumulado de esos cientos de funcionarios que debieron hacerse K y someterse a una humillante obsecuencia.