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Manuel A. Solanet
De cómo destruir confianza
9 de septiembre de 2008
Lejos de mejorar la confianza de los inversores, el anuncio de la presidenta sobre el pago de la deuda con el Club de París la deterioró y hundió aún más la cotización de los títulos públicos argentinos. El riesgo-país, medido por la diferencia entre el rendimiento exigido a nuestros bonos respecto de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos, volvió a crecer no bien se conoció la forma en que el gobierno argentino decidió resolver unilateralmente la cuestión. A pesar de proponer la cancelación de una deuda impaga, aumentó la percepción del riesgo de un nuevo default argentino. Parece paradójico pero es así.

Las crecientes trabas para acceder al crédito externo hacían cada vez más necesario salir del default con el Club de París, pero no hacía falta pagar al contado. Los acreedores de este agrupamiento, que son entidades financieras de gobiernos, se sorprendieron gratamente ya que seguramente no esperaban una cancelación total e inmediata de su crédito impago. Sólo era necesario un acuerdo de refinanciación al mayor plazo posible y con una tasa de interés razonable. Pero hay un detalle: tradicionalmente las refinanciaciones de este grupo requieren que el Fondo Monetario Internacional audite el programa de pagos en el contexto macroeconómico y fiscal del país. Esto resultaba indigerible para el matrimonio Kirchner, que siempre hizo del Fondo Monetario Internacional su demonio favorito. Ni siquiera contemplaron que el gobierno se siente a negociar como un país soberano y maduro y esperar que le pusieran las condiciones, para recién entonces decidir que no fueran aceptables. La decisión fue apriorística. Una interpretación de lo ocurrido es que el gobierno actuó infantilmente movido por un capricho ideológico y su obsesión por la agenda mediática. Otra es que no quiso someterse a una auditoría del FMI para que no se le señale el inaceptable manipuleo de los índices de precios del Indec y no se ponga en evidencia la precariedad de la situación fiscal, entre otras cuitas. Nos inclinamos por que tuvo más peso esta segunda motivación, aunque tampoco dejamos de ver el compromiso del kirchnerato con su propio discurso populista, adecuado al oído del progresismo vernáculo. Lo cierto es que quienes analizan seriamente los datos de nuestra economía e influyen en las decisiones de los mercados, han concluido en que el alto costo pagado para eludir al FMI confirma la apreciación sobre la endeble situación económica, financiera y fiscal de la Argentina. Es por esto que mientras los concurrentes al Salón Blanco aplaudieron de pie el anuncio de la Presidenta, la cotización de los títulos públicos argentinos se desplomó no bien se interpretó claramente lo dispuesto. El shock de confianza soñado por el gobierno al exponer la medida, resultó todo lo contrario. Con el correr de estos días el mundo interpretó lo actuado como una reafirmación de la invariable resistencia del kirchnerato a todo tipo de control, interno o externo.

Pero hay más. La decisión de pagar al contado llevó inevitablemente a hacerlo con las reservas internacionales del Banco Central. Esto agregó otro factor negativo al fondo económico de esta cuestión, además de algunos defectos jurídicos e institucionales de no poca importancia. De hecho se lo hizo sin la aprobación previa de las autoridades del Banco Central y, a pesar de tratarse de un arreglo de la deuda externa, sin pasar por el Congreso.

Las reservas, que son un activo del Banco Central, respaldan los pasivos de esa institución. Dentro de estos se deben computar los pesos emitidos y en circulación y los títulos de deuda (letras de corto plazo tales como los Lebac y Nobac). Estos títulos han sido desconocidos por el Ejecutivo para determinar el sobrante neto de reservas considerado “de libre disponibilidad”. Lo cierto es que ahora las reservas sólo cubren el 75% de los pasivos exigibles. La debilitada situación actual de confianza no está hoy para reducir esa cobertura. Esto también ha contribuido a aumentar la percepción de riesgo-país.

Torpeza tras torpeza, error tras error, el kirchnerato no logra corregir las distorsiones y amenazas que hoy emergen de una gestión económica que privilegió la inmediatez y que hoy se encuentra con los graves problemas que sembró y sin el viento a favor que la ayudó en los últimos años.