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29 de marzo de 2024
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Por Hugo Martini
Un balance de 25 años de democracia
30 de noviembre de 2008
El próximo 10 de diciembre se celebrará un período de 25 años sin rupturas del orden constitucional.

El más largo de la historia argentina, si excluimos los 68 años que corrieron entre 1862, cuando Mitre asumió la presidencia, hasta la revolución de 1930, cuando derrocaron a Yrigoyen.

Se están realizando actos y homenajes para recordar esa fecha –sin duda justificados- pero, al mismo tiempo, habría que preguntarse si los argentinos están mejor o peor que hace un cuarto de siglo. O sea, qué resultados se han obtenido respecto de la calidad de vida de la mayoría. Esta pregunta no cuestiona la virtud del sistema democrático que es, como sabemos, “el peor excepto todos los demás”, en la ironía de Churchill.

El escenario económico-social

Tomemos tres indicadores desde mediados de la década del 80 hasta hoy y comparémoslos con Brasil y Chile, dos países que estaban saliendo de experiencias militares parecidas, en el mismo período.

En el único indicador en el cual la Argentina muestra un mejor resultado, en términos relativos y absolutos, es en el de pobreza. Pero es necesario formular una precisión. En estos 25 años, mientras Brasil y Chile mantuvieron en este rubro una mejora constante, nuestro país produjo oscilaciones notables.

En la Argentina, en 1987, el promedio de pobreza era de 32.3%; en 1989 escaló a 47.3; en 1992 cayó a 16.8; en 1995 volvió a subir a 27.9; en 2001 alcanzó su peor momento con 54.3 y en la actualidad es de 20.6%. Una sociedad sometida en 21 años a estos cambios violentos en un índice de alta sensibilidad como el nivel de pobreza, sufre un deterioro en su tejido social y en el espíritu de confianza de sus habitantes que la estadística no refleja.

Estos cuadros muestran que la democracia ha funcionado en la Argentina con un fuerte impacto negativo sobre la vida económico-social de sus habitantes. Es como si los dirigentes de los diferentes partidos políticos que gobernaron, no hubieran tenido el requisito de aptitud para satisfacer las demandas de la sociedad y que, este déficit, les impidió cumplir con sus propias promesas.

El escenario político

El proceso democrático durante este período permite algunas observaciones:

El sistema institucional ha funcionado moderadamente bien. Pudo resolver en orden, por ejemplo, la crisis más sería que soportó el sistema, la de 2001/2002. Durante 12 días –entre el 20 de diciembre, en que renunció de la Rúa, hasta el 1ro de enero, cuando asumió Duhalde- la estabilidad democrática y la idea de legalidad quedó en manos del Congreso. En cualquier otra época de los 70 años anteriores una crisis semejante, naturalmente, terminaba en un golpe de Estado.

La renovación de los cuadros políticos ha sido muy baja. La solución la ofrece, una vez más, el pensamiento mágico argentino: “hay que cambiar a los dirigentes desprestigiados pero yo, que tengo prestigio, no pienso participar, ni personalmente, ni ayudando a financiar el cambio”. Es difícil entender como gente inteligente se propone cambiar algo, con semejante propuesta.

La consecuencia de este desinterés tiene un resultado, porque la elección de los dirigentes políticos se hace como en una empresa mediante un proceso parecido, en algunos aspectos, al de la selección de personal. Lo que los partidos políticos –gobierno y oposición- han elegido en las cinco presidencias de la democracia, “es lo que había”. Si un sistema político durante 46 años (1930-1976) se quiebra seis veces, en la mayor parte de los casos suspendiendo el ejercicio de las actividades partidarias, no esperemos que de esa ausencia de prácticas políticas salgan presidentes como Kennedy, Reagan o Clinton. El sistema democrático es una escuela, como cualquier otra.

Es muy difícil que la calidad de vida de la gente mejore si el gobierno, la oposición y la sociedad que los elige suponen que la democracia consiste, únicamente, en elegir autoridades cada dos y cuatro años.