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19 de abril de 2024
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Por Eduardo Van der Kooy
Con la iniciativa, pero muy aislado
El Gobierno de Cristina y Kirchner no recupera popularidad, pero rehízo su capacidad de gestión luego de la derrota con el campo. Ese conflicto vuelve a insinuarse. El foco está ahora en Entre Ríos. Afloran internas desconocidas en los tiempos del poder kirchnerista.
28 de diciembre de 2008
Columna dominical en Clarín

El año agoniza. Cristina y Néstor Kirchner podrán estar insatisfechos con ese año político que los vapuleó. Pero serían arbitrarios, injustos, si no tuvieran la capacidad de reconocer algo: el Gobierno concluye de mejor manera que lo que cualquier mortal hubiera imaginado, después del derrumbe y de la pérdida de capital político que le produjo la larga y arrebatada confrontación con el campo.

Existe otro mirador, es cierto, que descubre un paisaje bastante menos conformista que aquel. El matrimonio presidencial tuvo condiciones objetivas, internas y externas, hasta promediar su primer año que le hubieran permitido consolidar el proyecto que arrancó en el 2003. Un sostenido envión económico, una dosis alta de confianza social y un sistema político controlado por el oficialismo, donde la oposición apenas atinaba a deambular.

Todas aquellas condiciones se modificaron. Sólo una de esas condiciones escapó a la responsabilidad entera de los Kirchner: la crisis internacional financiera y económica que, al comienzo, fue observada con desdén por la pareja. El resto de los cambios resultó disparado por los errores de Cristina y de Kirchner. Sólo la omnipotencia podría explicar tantos errores en tan poco tiempo.

Casi nadie hubiera ofrecido ni un puñado de monedas por la subsistencia del Gobierno luego de la derrota en el Senado que consagró, a la par, un triunfo frágil y efímero del campo y de la oposición. Menos todavía cuando Cristina y Kirchner, decepcionados y huérfanos, estuvieron a un tris de la renuncia.

Pero el tembladeral multiplicó otra vez el sentido de emergencia que ha caracterizado siempre al devenir del peronismo. Kirchner, antes que Cristina, supo fomentar ese espíritu. Al margen de una marcada ausencia de afecto y comunión con el matrimonio presidencial, nadie en el PJ pensó en cargar con la culpa eterna e irredimible que hubiese significado empujar al vacío a un Gobierno del mismo grupo sanguíneo.

Asomó entonces un fenómeno que todavía perdura. El Gobierno de Cristina recuperó la capacidad de gestión que había extraviado en el pleito con el campo. El Congreso se convirtió, en ese aspecto, en herramienta clave. El oficialismo ganó desde julio, cuando el voto no positivo de Julio Cobos sentenció la suerte de la resolución 125, todas las votaciones que propuso con llamativa holgura. Desde la reestatización y expropiación de Aerolíneas Argentinas hasta la reestatización del sistema jubilatorio. También los paquetes de medidas económicas, urgidas por la crisis, que incluyeron decisiones controvertidas como el blanqueo de capitales o la moratoria impositiva. El PJ se acopló a todas las propuestas porque los Kirchner, desde la debilidad, abrieron pequeños márgenes de discusión en el Congreso que antes estaban clausurados.

El final de la fiesta de los años precedentes también colaboró con la estrategia matrimonial. La dimensión de la crisis internacional causó varias rarezas simultáneas: la sociedad bajó el tenor de sus demandas y se retrajo; el campo y la oposición quedaron descolocados por la fiereza y los efectos de la crisis que desdibujó su victoria; el Gobierno contó con espacio suficiente para retomar la iniciativa. Con errores y aciertos. Demasiadas veces con espasmos antes que con una planificación cavilada.

La reacción de los Kirchner frente a la adversidad no alcanzó, sin embargo, para subsanar un problema de base que persiste. El liderazgo de Kirchner ya no es el que fue; Cristina no supo construir su autoridad e identidad en el primer año; la gente se siente defraudada. Hay una crisis económica que acecha pero hay, además, una crisis de popularidad y confianza entre el matrimonio y la sociedad que se encargó de entronizarlos.

Los Kirchner suelen subestimar ese déficit. De otro modo resulta difícil de comprender que el ex presidente en cada aparición pública —sucedió en el último acto partidario de La Plata— despache palabras provocativas sobre conflictos pendientes que poseen alta sensibilidad popular. Un caso es el del vicepresidente Cobos, a quien las críticas de Kirchner catapultan en todas las encuestas. Otro caso es el del campo, donde no existe una guerra en escena como meses atrás, aunque pervive un belicismo solapado.

Se huele que los Kirchner persiguen alguna revancha. No podrá decirse que el Gobierno no contempló en sus últimas medidas situaciones puntuales que padece el campo. Pero lo hace a su manera. Una manera inconsulta, sin la participación de los dirigentes del agro. El Gobierno pretende imponer condiciones al sector que le propinó la peor paliza. La marcha atrás en la baja de las retenciones a la soja suena casi a un símbolo de aquel afán de revancha.

La Mesa de Enlace no es la de mitad de año porque las apetencias políticas y las diferencias ideológicas terminaron consumiendo su unidad. Pero el descontento circula con ritmo creciente en las provincias donde la actividad agropecuaria resulta vital.

Al cambio de situación en los mercados internacionales —la caída en los precios de los comodities— se agrega la peor sequía que conocieron varias zonas del país en 53 años. La caída en las exportaciones de granos (de 6 millones de toneladas a 4 millones de toneladas) puede representar una pérdida de alrededor de 300 millones de dólares.

Santa Fe está volviendo a padecer y ese padecimiento se derrama en la política. La administración socialista de Hermes Binner tiene infinidad de problemas pero tampoco Carlos Reutemann, su rival, está entusiasmado con llevar las riendas del carro kirchnerista para las elecciones legislativas del año que ya viene. Juan Schiaretti hace en Córdoba un equilibrio delicado porque cerró con el Gobierno tiempo atrás un trato por una vieja deuda de la Nación sobre jubilaciones.

Sobresale ahora Entre Ríos donde se concentra la dirigencia agraria más díscola, con Alfredo De Angeli a la cabeza, y donde las nuevas decisiones del Gobierno no impactan como en otras zonas. El Gobierno explica que el incremento de insumos ya no puede ser un argumento de los dirigentes agrarios porque el precio del barril de petróleo cae a pique. Los campesinos responden que los costos de los insumos se cuadruplicaron desde el 2003 y que la actual baja petrolera no compensa. No todo es igual a todo: la región entrerriana, característica de medianos y pequeños productores, requiere más del doble de insumos de lo que necesita la fértil tierra pampeana.

De nuevo las secuelas en la política. El ex gobernador Jorge Busti, con este panorama, vacila sobre la conveniencia de encabezar la lista de diputados en octubre. El panorama no tiene que ver en Entre Ríos sólo con el campo: el mal humor atraviesa de nuevo a Gualeguaychú luego de que el gobernador Sergio Uribarri sincerara que, hasta ahora, la planta de Botnia en Fray Bentos no ha contaminado las aguas del río que separa dos orillas. El bloqueo del paso fronterizo con Uruguay se estaba apagando pero aquellas declaraciones lo volvieron a encender.

Jorge Taiana se sintió frustrado porque hacía rato que en silencio urdía alguna solución para poner fin al corte en el puente internacional. Aunque la frustración del canciller viene de antes: las gestiones quedaron moribundas cuando Tabaré Vázquez vetó la candidatura de Kirchner para presidir la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). Nunca más fue posible hablar sobre el conflicto con el matrimonio.

Esa dificultad no está fuera de memoria en la historia kirchnerista. El encierro ha sido una marca del estilo matrimonial. La ausencia de un debate honesto también. Ese debate sucedió alrededor de la utilidad de rebajar o no las retenciones a la soja, como se resolvió con el trigo y el maíz. Los kirchneristas ultrapuros señalaron a Sergio Massa como promotor de la idea. Pero esa misma idea estuvo también en los bocetos de Carlos Cheppi, el secretario de Agricultura, y de Débora Giorgi, la ministra de la Producción. Lo sostuvieron hasta que se percataron de que aquellos kirchneristas traducían el pensamiento de Kirchner y de Cristina.

Están comenzando a advertirse en el Gobierno cosas nuevas. Afloran internas que en las épocas de Kirchner se mantenían bajo la alfombra. Salvo aquella célebre de Roberto Lavagna con Julio De Vido. Ahora es Giorgi la que empieza a percibir el acoso combinado del ministro de Planificación y de Guillermo Moreno, el secretario de Comercio. El jefe de la ANSeS, Amado Boudou, intenta terciar entre los bandos para granjearse la simpatía del matrimonio presidencial. Boudou no mira bien a Carlos Fernández, el titular de Hacienda.

Esas novedades no alcanzan aún a perturbar el carácter ni los hábitos de los Kirchner. Fieles a sí mismos, no conocen otro libreto político distinto al de la hosquedad y el rigor.