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19 de abril de 2024
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Por José Luis Fernández Valoni
La tragedia de Buenos Aires
El ex diputado nacional dice que el pueblo de la Ciudad de Buenos Aires 'vuelve a ser un rehén político'
7 de febrero de 2005
La sociedad porteña esta siendo sometida a una nueva prueba de fuerza y dolor, en la que se juega su destino como ciudad autónoma y su capacidad de convertirse en una verdadera comunidad organizada.

Si bien su incidencia cultural sobre el resto del país se puso en evidencia en las aciagas horas de los “cacerolazos” del 2001, su debilidad política estructural se manifiesta ahora en las consecuencias institucionales derivadas de la trágica noche del 30 de diciembre de 2004, en la “República Cromagnon” en el barrio de Balvanera.

Con liderazgos locales de insuficiente compromiso social, sin arraigo territorial definido, o derivados de rondas puramente mediáticas, Buenos Aires no encuentra la forma de salir por sus propias fuerzas de esta nueva encrucijada.

Con dirigentes extraños a las élites locales, producto del deslizamiento de imagen de otras jurisdicciones, con políticos que influyen en la ciudad por extrapolación de su poder provincial, con aspirantes basados en una representatividad referenciada en internas foráneas y ajenas a los legítimos intereses de la ciudad y con sus partidos históricos arrastrando un dígito de apoyo popular, el pueblo de la Capital Federal vuelve a ser un rehén político.

Su enorme potencialidad cultural y económica, y hasta su peso demográfico, aparecen como un bien sustancialmente débil y dominialmente mostrenco, de todos y de nadie, que ve pasar la primera década de su autonomía local sin haber alcanzado la organización de su seguridad pública, carente de justicia propia y sin expresión orgánica alguna, en cuanto a las comunas que prevé su moderna Constitución.

Tres millones de habitantes, con un presupuesto anual que supera los cinco mil millones de pesos y más de cien mil empleados públicos, están siendo manejados por televisión, avisos y carteleras; viven en un completo desorden urbano y de tránsito, indescriptible suciedad y total incertidumbre legal y desprotección institucional, sin posibilidad cierta de ejercer algún control de gestión, recuperar el espacio público u ordenar la vida ciudadana.

Su jefe político no es ahora el Presidente de la Nación, como ordenaba la Constitución histórica, ni tiene Gobernador como lo estableció la reforma del 94.

En el marco de una constante promoción de la transgresión, el abandono de la responsabilidad, y la desconexión con la realidad, solo algunos miles de iniciados y beneficiarios en el escenario de un supuesto Buenos Aires 10, la Ciudad del Futuro o el “hermanamiento” con San Pablo o Berlín, la inmensa mayoría de la comunidad porteña es ignorada por completo en los derechos que la asisten como ciudadanos, vecinos y padres de familia.

Sin la gesta de liderazgos locales auténticos, surgidos en la fragua de sus propios dolores y experiencias, el pueblo de la Capital jamás alcanzará la estructuración de una comunidad organizada, y continuará desmembrado, expuesto y vulnerable.

Y en la instancia terrible en la que nos encontramos se intenta evitar el debate abierto, el señalamiento de las responsabilidades y la búsqueda de soluciones políticas, con la excusa de no prestarse al circo, evitar el drama o caer en la especulación.

Pues bien, lo que sea Buenos Aires en el futuro, dependerá de lo que los porteños sean capaces de definir culturalmente, afrontar políticamente y construir institucionalmente, y de la consistencia de su voluntad colectiva de transformarse en una verdadera Ciudad-Estado.

El autor fue Presidente de la Comisión Bicameral de la Ciudad de Buenos Aires y Vicepresidente de la Comisión de Seguridad Interior de la Cámara de Diputados de la Nación (1999/2003).