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26 de abril de 2024
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Por Aldo Abram
Vivir con lo nuestro, igual que Robinson Crusoe
18 de junio de 2009
Recientemente, el empresario automotriz Cristiano Rattazzi lanzó una frase que irritó a algunos de sus colegas industriales: “Vivir con lo nuestro lleva a más pobreza”.

Incluso, alguno argumentó que si uno no vive con lo propio es porque vive de lo ajeno. Una simplificación sin sentido que desconoce el significado de la mitológica frase que se instaló en la Argentina desde hace ya mucho tiempo. Con “Vivir con lo nuestro” se pretende llegar a una economía autosuficiente en términos de ahorro e inversión.

En una palabra, la Argentina pasaría a ser como Robinson Crusoe en su isla y todos sabemos que dicho naufrago no vivía precisamente bien.

Esta teoría se basa en que es malo endeudarse con el mundo; por lo tanto, es mejor ahorrar mucho internamente para hacer las inversiones necesarias para desarrollarse.

Pues bien, para ahorrar más, debe consumirse menos. Por lo tanto, si el nivel de bienestar económico está definido por la cantidad de bienes y servicios a los que tienen acceso sus ciudadanos, éste deberá ser menor. Además, como esta restricción de gasto afecta al conjunto de la sociedad, será mayor la pobreza.

Con esto basta para demostrar que tiene razón el Dr. Rattazzi; pero continuaremos argumentando a su favor para que no queden dudas. Es por lo expuesto anteriormente que los países que verdaderamente se han desarrollado, para hacerlo minimizando el costo en nivel de vida de la población, han tendido a aprovechar los flujos de inversiones y el financiamiento extranjero. De lo producido con el capital externo,
siempre, la mayor parte se distribuirá en el país receptor, como salarios y pagos a proveedores, brindando empleo y mejor nivel de vida. Una porción menor, fluirá al exterior como beneficios y repatriación del principal, para compensar el riesgo empresario asumido.

En tanto, si alguien tomó prestado a un extranjero, debe haber considerado sus posibilidades de repago con los ingresos que puede generar en el país y seguramente realizó un gasto que, de otra forma, o no se hubiera podido hacer o hubiera tenido que sustituir a otro; disminuyendo el bienestar del conjunto de los habitantes de dicha nación.

El mito de que el financiamiento externo es malo se basa en que, en la Argentina, quién tomaba esas deudas impagables fue el gobierno, para despilfarrársela desde el Estado o desde las empresas públicas. Por supuesto, ese gasto improductivo no generó capacidad de repago y el pasivo terminó enfrentándolo un exprimido sector privado, que se volvió ineficiente y poco competitivo gracias a este aumento del costo tributario que se le impuso.

También, ha sucedido que las políticas públicas han incentivado artificialmente la acumulación de deuda externa por parte de empresas y ciudadanos para, de esa forma, hacer crecer la economía más allá de lo sustentable. Por lo tanto, a la larga, cuando esos modelos económicos inconsistentes se caían, se volvían impagables los pasivos en moneda extranjeras asumidos.

Un claro ejemplo de que “Vivir con lo nuestro” no es una virtud, sino un defecto, lo da la actual crisis. Si durante los años de bonanza la Argentina se hubiera dedicado a construir credibilidad (es decir crédito), hoy tendríamos financiamiento externo para sostener nuestra demanda interna y minimizar los costos del ajuste; como hacen otros países emergentes que siguieron este camino.

Sin embargo, en los últimos ocho años, nos dedicamos a destruir la reputación del país como deudor y, por ende, hoy no contamos con los instrumentos necesarios para disminuir el impacto de la incertidumbre internacional. Por lo tanto, el resultado será menor actividad y mayor nivel de desempleo y pobreza.

También, el “Vivir con lo nuestro” apunta a un mayor proteccionismo que permita producir todo en la Argentina. Hace ya mucho que la Ciencia Económica ha demostrado que eso es imposible, incluso para las más grandes economías del mundo que tienen muchos recursos y podrían aplicarlos a fabricar más tipos de bienes y servicios a grandes escalas. Cuanto más pequeña una nación, menor la cantidad de rubros en los que se puede lograr los niveles de producción necesarios para ser eficiente.

Una economía es el resultado de las decisiones y acciones de cada uno de los individuos que la componen. Por lo tanto, podemos asimilarla a una familia. Ninguna familia produce todo lo que consume. Sus miembros generan ciertos ingresos brindando algunos bienes y servicios en los que son más eficientes. Luego, compran lo que necesitan y no pueden o no les conviene desperdiciar su tiempo y esfuerzo en producir ellos mismos.

Por ejemplo, una familia con muchos miembros seguramente podrá destinar más tiempo a las tareas del hogar que una más pequeña; aunque siempre puede existir la posibilidad de que se considere tercerizar esas labores para dedicar dicho esfuerzo a otras cosas que se prefieran. Sin embargo, siempre, la mayor parte de lo que consumen lo deberán adquirir de otros individuos.

Con los países pasa lo mismo, con los recursos disponibles, deben producir aquello que se hace más eficientemente y, luego, con las divisas obtenidas con su venta al exterior, comprarle al mundo aquello que afuera se hace más barato. Así se logra el máximo posible de disponibilidad de bienes y servicios para la comunidad. Es decir, se maximiza su bienestar económico.

Además, cuando un gobierno protege a un sector con aranceles, restricciones a la importación o un tipo de cambio artificialmente alto, está incrementando su rentabilidad a costa de la calidad de vida de quienes consumen su producción. Dado que las ganancias son la señal que tienen los empresarios para asignar su inversión, éstos tenderán a destinar una mayor cantidad de recursos a proveer ese bien o servicio; cuando hacerlo localmente es ineficiente y más costoso que importarlo.

Para el conjunto de los argentinos, hubiera generado mayor empleo y bienestar el
destinar ese esfuerzo a otros sectores donde el valor de lo producido sea más alto y, el nivel de rentabilidad, real. Con esa mayor riqueza, el país hubiera podido contar con muchos más bienes y servicios de producción propia y del exterior.

Conclusión, hemos demostrado que el Dr. Rattazzi tenía razón y, también, que es fácil entender la indignación que generó en algunos industriales. Muchos de ellos, están acostumbrados a ganar plata sin invertir ni hacer el esfuerzo suficiente para ser más productivos; por lo que dependen de que el Estado los proteja del ingreso de productos extranjeros fabricados por empresarios que sí buscan mayor eficiencia. Por supuesto, esta protección implicará que los consumidores argentinos deberán pagar mayores precios por esos bienes y, así, deberán sostener la riqueza de dichos empresarios ineficientes con un menor nivel de vida propio.

Además, los pocos recursos con los que cuenta la Argentina, especialmente el capital, se destinarán en mayor medida a sectores que generarán un menor nivel de bienestar y empleo para el total de la economía; aunque incremente el ingreso de los empresarios y trabajadores privilegiados. Por ello, es cierto que para algunos “empresarios” resulta más conveniente “Vivir con lo nuestro”; es decir, a costa de más pobreza y menor calidad de vida del resto de sus conciudadanos.

- Aldo M. Abram, Director Ejecutivo del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE).