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Por Federico Baraldo
Una sombra se extiende sobre el mundo
11 de agosto de 2009
No pretendo asustar a nadie al plagiar a Carlos Marx, aunque me refiero a revoluciones y tiempos de cambio. Ocurre que la causa de tales remezones proviene de la potente tormenta que las novedades informáticas ofrecen a la sociedad mundial.

No hace falta ser un experto para entenderlo, pues basta con mirar sobre el hombro para advertir que los escenarios estables ya no lo son y que el futuro anticipa nuevos instrumentos que se acercan a una velocidad imposible de imaginar para el común de los mortales.

Gutenberg -seguramente sin quererlo- provocó una formidable transformación en el sistema de vida medieval.

La impresión de las palabras permitió que llegaran a lugares distantes sin sufrir distorsiones y - de paso - dejó sin trabajo a los monjes escribas y a los pregoneros.

Con su imprenta rudimentaria permitió que se vincularan poblaciones hasta entonces aisladas aunque no necesariamente lejanas y creó una nueva clase social, la de los alfabetizados que tardó poco en asumir su capacidad para controlar a los demás.

Cada avance y desarrollo en materia de instrumentos de comunicación provocó fenómenos similares aunque de tono diverso.

Las mejoras de la primera imprenta hasta llegar a los equipos de impresión sofisticados disponibles hoy.

La comunicación a distancia permitida por el telégrafo (vale la pena recordar que el famoso Reuters comenzó transmitiendo noticias mediante el empleo de mástiles situados a distancia visible y provistos de una vara movible cuya posición indicaba las letras, algo equivalente a las señales de humo).

La revolución que provocó el teléfono. La llegada de la radio, de la televisión, del teletipo, del fax, de internet y... Todo lo que vino y está por venir.

Vale la pena mirar sobre el hombro. Las primeras novedades tardaron siglos en aparecer para reemplazar o complementar a las anteriores.

En épocas recientes los plazos se midieron por décadas -teléfono, radio, tv- y a partir de la aparición de internet y el teléfono móvil, llegan año tras año y en más de un caso sin necesitar los doce meses.

El análisis del impacto que provocan es materia propia de científicos sociales.

Sin duda cada novedad creó grupos de privilegio -ser experto en telegrafía hace cien años y aún menos garantizaba un empleo razonablemente bien pago- a la vez que desplazó a los especialistas en instrumentos que perdieron su vigencia.

¿Alguien puede dudar de las ventajas que disfruta quien accede a la red informática respecto del marginado?

La diferencia nada sutil es que esta nueva clase se caracteriza por rasgos absolutamente propios, con tantas ventajas como inconvenientes.

El diario o el libro no significaban nada para los analfabetos que fueron mayoría hasta pocas décadas atrás.

Hoy son comparativamente pocas las personas que no saben leer ni escribir, de manera que están habilitadas para acceder al SMS o "mensajito" del celular, tanto como para utilizar internet.

Así han nacido y se multiplican las redes de comunicación que -como resultado no previsto ni deseado- colaboran para destruir el idioma tanto como para facilitar las comunicaciones.

Se trata de un extraño efecto paradojal e incluso involutivo. La palabra impresa estimuló el florecimiento del lenguaje.

La palabra informatizada promueve el efecto inverso. No hay culpas. Se trata de los modos en que transcurren los días de una sociedad que favorece la inmediatez antes que la reflexión. Sencillo de entender pero complicado de proyectar hacia el futuro.

Bienvenidas sean, como fuere, estas oleadas sucesivas de nuevos medios de comunicación. Son tan recientes, que aún no han sido digeridos convenientemente por las sociedad. Llegará su momento y se aprenderá a utilizarlos.

Suena como una afirmación, pero encierra una incógnita. Cada uno puede darle el tono que le parezca adecuado.