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Por Federico Baraldo
La comunicación política: ni poco, ni demasiado
29 de enero de 2010
La comunicación política tiene, como toda acción humana, varias facetas. Persuasión, seducción, amenaza, promesa, ruego y varios etcéteras más forman parte de un manual de estilo que se utiliza a gusto o conveniencia.

Es así desde que el mundo es mundo y la historia está repleta de ejemplos que van desde la humilde transparencia hasta la soberbia desatada. Oradores clásicos al estilo Cicerón, han convivido con vociferadores como Mussolini. Es interesante hacer notar que la variedad de modos ha respondido - en general - a etapas de la cultura planetaria. Sin embargo, es posible encontrar expresiones de racionalismo junto a desbordes emocionales en sociedades vecinas y unidas por su origen, como ocurre hoy al comparar Colombia y Venezuela.

Ortega y Gasset caracterizó estos aparentes contrasentidos en el concepto de que el hombre es él y su circunstancia. De otra manera no encontrarían explicación diferencias tan sustanciales en forma y contenido. Adolfo Hitler galvanizó con sus discursos a un país de buena formación cultural. Casi al mismo tiempo, Francisco Franco comunicaba sus decisiones con la frialdad que le fue característica a una sociedad con elevados índices de analfabetismo. El primero se dirigía a una población que clamaba por orden y por la restauración de su orgullo nacional. El otro trasmitía sus mensajes a sufrientes - vencedores y vencidos - ciudadanos que procuraban volver a la normalidad despues de una guerra civil.

Los ejemplos abundan y mucho se ha hablado sobre métodos, medios y formas Como en todo lo que concierne al rey de la creación, poco es lineal y mucho transita por los matices del gris. Sin embargo, hay un momento para cada estilo y la habilidad del político y de sus asesores debería orientarse a lograr buena sintonía con la realidad que le toca vivir.

Pruebas al canto y bien locales. La verba inflamada de los grandes oradores de comienzos del siglo pasado se estrelló contra el mutismo de Hipólito Yrigoyen. El tono racional o académico de los dirigentes posteriores, sucumbió ante el lenguaje directo y emotivo de Juan Domingo Perón y de su esposa. El lapso inmediato posterior pasó del laconismo del gobierno militar al estilo didáctico de Arturo Frondizi y luego de otro interregno, a la mesura de Arturo Illia.

Para no retornar a las filipicas de los períodos castrenses, cabe recordar el cambio que los años produjeron en el Perón de su última época; la capacidad retórica de Raul Alfonsín; el tono seductor de Carlos Menem; la frialdad en las palabras de Antonio De la Rúa y la reserva de Eduardo Duhalde, ya comenzado el siglo veintiuno.

Y llegó el turno del matrimonio Kirchner. Al ex Presidente y actual diputado, se le pueden achacar virtudes y defectos, pero no halagarlo por sus dotes de orador. El contenido de sus discursos se respalda en el modo autoritario. Carece de la seducción, capacidad didáctica o laconismo de varios de sus predecesores. En todo momento asoma la voz de mando, similar a las que son propias del cuartel. Esta comparación no lo satisfaría, pero resultó oportuna para poner orden en una sociedad que sufría el desquicio de los acontecimientos de 2001 y posteriores.

Vale la pena reiterarlo; fue oportuna. Dejó de serlo desde el momento en que se pudo retornar a cierta normalidad y aunque las presentaciones públicas no abundaron, cada vez que tuvieron lugar siguieron en la línea de la confrontación.

Su esposa y sucesora tiene un perfil comunicacional diferente. Los años pasados en el Congreso de la Nación la entrenaron en el arte de la oratoria. En sus presencias iniciales lo hizo notar. Por coquetería o autosuficiencia, desechó la lectura en sus discursos y ni siquiera apeló a las fichas temáticas que suelen servir de guía. Juzgó necesario adoptar el rol docente, que en buena medida resultó exitoso. Pero todo cambió a partir del conflicto con el campo.

Surgió entonces la expresión de fastidio contenido, que pretende suavizar esporádicamente con apelaciones a la complicidad y el humor. En realidad, ante los públicos no adictos, resultan singularmente inoportunas.

¿Qué pasa entonces? ¿Como debe hablar un Presidente para conformar, o por lo menos para no irritar al bien llamado Soberano? Parecería ser la pregunta del millón, para la que no existe la respuesta simple.
No obstante, existen algunas reglas básicas que todo orador profesional - y los políticos lo son - debe conocer y respetar. A saber:

- Características y expectativas del auditorio al que se dirige
- Preparación de contenidos sólidos y creíbles del discruso
- Ensayo. Todas las veces necesarias
- Aceptación de las críticas que ayuden a mejorar contenido y estilo
- Actuación. Recordar que sin perder la naturalidad, está asumiendo un rol
- Oportunidad

Hay más y conviene apelar a la ayuda de especialistas para evitar caer en errores. El carisma personal o el mesmerismo son dones concedidos solamente a algunos elegidos. La mayoría de los mortales, incluidos los políticos, no los poseen. La práctica y el asesoramiento adecuado colaboran a evitar errores, pero lo principal continúa siendo la capacidad para interpretar lo que espera y desea la sociedad por parte de quienes las presiden. O mejor dicho y aunque suene fantasioso, las administran.