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Por Federico Baraldo
¿Vamos bien? Redes sociales, medios y comunicación
18 de agosto de 2010
Suena a metafísica, pero es comunicación. Un estudio reciente -de los tantos que se hacen en los Estados Unidos de Norteamérica- reveló que los índices de hipoacusia han crecido en términos alarmantes entre los estratos más jóvenes de la población.

Nadie que haya transitado por una disco, o soportado los volúmenes de emisión musical que brotan algunos de los artilugios que los adolescentes o creciditos portan para ese fin, debería sorprenderse ante este resultado. Más aún, no es imposible que el grado de sordera inicial resulte algo más elevado en una ciudad como Buenos Aires, que agrega un infernal concierto de bocinazos, escapes y otras lindezas típicamente urbanas.

Ante este panorama, la respuesta al título resulta sencilla. No vamos bien, pues el camino lleva a la incomunicación. Pero hasta puede resultar más alarmante , si al obstáculo físico se le adiciona la barrera emocional y psicológica propia del tiempo en que vivimos.

Aquí conviene detenerse un instante y volver a formular la pregunta. ¿En que medida y cuanto influye este obstáculo en el individuo y en la sociedad?

El interrogante es muy amplio y corresponde a especialistas en ciencias humanas. Las comunicaciones forman parte de este grupo, pero no alcanzan para brindar un informe completo. Sin embargo, y sin incursionar en territorios ajenos, se puede ensayar una aproximación al tema.

El fenómeno de la comunicación humana y de la parafernalia que contribuye a su desarrollo, se ha constituido en uno de los ámbitos de investigación más apasionantes de la época.

El desborde de medios disponibles - orientados a la información o simplemente a la interrelación - ha creado y sigue generando posibilidades e interrogantes de alcances insospechados.

Ejemplos más que recientes así lo muestran. Ya no es necesario apelar al comentario editorial de un gran medio para crear un fenómeno mediático. Basta con apelar a los 140 caracteres del twitter. Su uso - popularizado a partir de Barack Obama - forma parte del arsenal utilizado por ministros del gobierno local, que hasta llegan a la confrontación con periodistas.

Claro. No todo es tan sencillo ni lineal como se podría suponer. Para que un mensaje en esa red social u otra se difunda a públicos amplios, debe llegar al conocimiento de los medios todavía llamados masivos.
Alguien tiene que tomarse el trabajo de acceder a la red o alguien debe entregarle el mensaje a un periodista. Nuevamente el fenómeno de la sinergia. No basta con "treparse" a la red. Así se llega a muchos, pero no a todos, valga la simplificación.

Algo similar ocurre con todas las redes sociales. Han abierto ventanas inesperadas para el reencuentro de amigos verdaderos o virtuales que habían desaparecido en la multitud. Así despertaron euforia, pero también han provocado preocupación. En momentos en que la inseguridad encabeza los rankings de inquietud social, exponer vida y costumbres ante cualquier interesado sin considerar sus intenciones es, por lo menos, arriesgado.

Volvamos entonces al motivo de estas reflexiones. Por una parte vamos bien, hasta se puede afirmar que muy bien, al mirar las fantásticas posibilidades que ofrecen los medios de comunicación tradicional y alternativos. Se supone que al existir estos últimos, carecen de sentido decisiones tan pintorescas como las del Presidente de Venezuela al prohibir la inclusión de imágenes sobre la inseguridad que campea en su tierra. En términos bíblicos, equivale a la pretensión de tapar el sol con un colador. Quizás parezca exagerado, pero tiene mucho de verdadero.

Sin embargo, no conviene apartar la mirada de los riesgos que llevan a la sordera física o mental. El exceso de ruido - del tipo que fuere - impide percibir voces y mensajes vitales. Nuevamente surge la imprescindible apelación a la responsabilidad individual y gubernativa. De ninguna manera hay que poner trabas a la libertad de expresión, pero así como se apela a normas regulatorias que "deberían" limitar el barullo callejero, es más que conveniente educar e inducir al uso correcto de la batería de elementos de comunicación con que hoy cuenta la sociedad.

Vamos bien, pero hay que ser tan cuidadoso para apelar a esta maravillosa panoplia comunicacional, como para conducir un automóvil.