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19 de abril de 2024
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Por Pablo Sirvén
Ley de Medios: más cantidad, chiquitos y pobres
Columna publicada en La Nación por el especialista en medios
10 de octubre de 2010
Notables contrastes latinoamericanos: mientras que la TV mexicana pisa con fuerza en la TV norteamericana (Televisa acaba de cerrar un monumental acuerdo para poner 1200 millones de dólares en Univisión, tener así una más amplia vidriera hacia la audiencia hispana e incluso, si le va bien, podrá quedarse hasta con un 25 por ciento de esa importante cadena estadounidense), la Argentina, vía la controvertida y kirchnerizada ley de medios, marcha en dirección opuesta, tal su afán en desmembrar los holdings más grandes, atomizar el mercado audiovisual y restringir los tiempos de la publicidad en pantalla.

Que el Gobierno venda todo esto como un paso vital para que "se escuchen más voces y todos puedan expresarse" tiene doble lectura: particularmente para los que nada tienen, la ley de servicios de comunicación audiovisuales es casi la única puerta de acceso al sueño de contar con medio propio, por más precario y chiquito que sea; pero para la gran industria audiovisual, en cambio, puede llegar a ser una honda estocada al corazón. Si la idea del Gobierno es que ya no haya más "pocos y fuertes" medios, lo que se busca es exactamente lo contrario: "muchos y débiles".

Es que con una supuesta infinidad de voces, cuyo impacto se diluye por efecto de la mera "socialización" que se procura, el único que gana es el poder de turno: se uniforma la recepción de contenidos y se impide que la competencia haga prevalecer unos sobre otros.

Nadie se destaca por sus propios méritos, sino que la burocracia estatal le garantiza una cuota rígida del mercado.

Si estamos a las puertas de un nuevo "ecosistema de medios audiovisuales", lo que quedará atrás es un paisaje florido y atractivo donde retozaban muy poquitos elefantes, en tanto que nos dirigimos hacia el modelo opuesto, donde habrá muchos más especímenes distintos, pero famélicos, en un paisaje más gris y rutinario, que interesará a audiencias bien específicas y segmentadas, un público dividido en muchas porciones. La temida "opinión pública" habrá sido diluida.

Pero son tantas las bombas pensadas para estallar al mismo tiempo, que las consecuencias pueden llegar a ser realmente impredecibles para todos, incluso para quienes las armaron.

Ya la tecnología estaba haciendo de las suyas con el torrente de nuevos dispositivos, aparatajes y sofisticadas maneras de consumir contenidos como para que, además, el Estado (mejor dicho, el Gobierno, aprovechando su agónica mayoría legislativa de fin del año pasado) haya puesto sus inexpertas manazas sobre tan compleja situación.

¿Se acuerdan de la reforma constitucional de 1994? Claro que tenía buenas cosas, pero Carlos Menem la llevó adelante sólo por una: su reelección. Del mismo modo, la ley de medios está llena de muy buenas intenciones (algunas impracticables), pero los Kirchner la llevan obsesivamente adelante por sólo una cosa: darle en la línea de flotación al Grupo Clarín.

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Por efectos del crecimiento del consumo, más las pautas especiales por el Bicentenario y el Mundial, el mercado publicitario argentino, según la Cámara Argentina de Centrales de Medios (Cacem), experimentó un aumento significativo en el primer semestre de este año de nada menos que un 40 por ciento. De los 5250 millones de pesos invertidos, 2086 millones fueron para la TV abierta y 487 millones para la TV por cable.

El pretendido estrangulamiento del mercado comercial audiovisual tal cual lo conocimos probablemente no dé lugar a un ámbito más saludable y repartido de negocios, sino a uno más empobrecido, donde Papá Estado seguirá distribuyendo su cada vez más abultada pauta oficial, pero con una más minuciosa discrecionalidad.

En la publicidad también ya se viene dando un proceso natural y paulatino de éxodo de sus inversiones hacia soportes extramediáticos (promociones directas en shoppings , supermercados y centros turísticos; eventos especiales, auspicios a espectáculos y deportes, sinergias con tarjetas de compra y de crédito, etcétera). La ley de medios, con su falsa concepción de equidad, es probable que desencadene un aceleramiento de esa fuga.

Sólo un pensamiento avieso o ingenuo puede suponer que las grandes pautas publicitarias nacionales se van a repartir democráticamente entre la "infinidad" de nuevos medios que, aseguran, aparecerán tan pronto la ley de medios impere en todo su esplendor. Aquellas ondas importantes que queden libres serán casi con seguridad para los amigos del poder. Las nuevas que eventualmente se abran, también. No se sabe aún con qué dinero otras expresiones comunitarias no comerciales afrontarán las inversiones de instalación, equipamiento, operatividad y gastos de contenidos, administración y emisión de esas señales. ¿Alguien lo sabe?

En Occidente, la industria de los medios de comunicación tiene una fuerte impronta privada, obviamente regulada (no intervenida) por el Estado. Los particulares tienen más olfato y creatividad para enfrentar los desafíos de esa actividad que el sector oficial, máxime si éste es burocrático y está a cargo de una dirigencia voraz, autocrática y alérgica a los medios que no le son dóciles.