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18 de abril de 2024
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Por Julio Burdman
Hay un modelo de coalición exitosa
El director del Observatorio Electoral Latinoamericano de CADAL destaca la experiencia del Frente Cívico en Catamarca
3 de mayo de 2005
En las elecciones 2005 la oposición se enfrenta al estigma de la Alianza UCR-Frepaso: la sociedad, marcada a fuego por esta experiencia, ya no admitirá otra coalición meramente electoralista y sin una genuina base de sustentación.

Sin embargo, el Frente Cívico y Social de Catamarca muestra que a nivel provincial existen antecedentes alentadores de coaliciones no peronistas que han podido llegar al gobierno, y perdurar desde el poder.

El Frente Cívico y Social surgió de abajo hacia arriba, a fines de 1990. El tremendo crimen de María Soledad Morales había sobrepasado las fronteras del caso judicial y se convertía en un hecho político.

Lo que movilizaba a los catamarqueños en las famosas "Marchas del Silencio" no era sólo la condena del asesinato o la sospecha del encubrimiento al asesino.

En perspectiva, podemos ver que el fenómeno era más complejo: lo movilizante era la percepción generalizada de que las instituciones, capturadas por el poder político oficialista, iban a impedir la acción de la justicia.

Los eventos siguieron el efecto "bola de nieve", casi como en un libro de texto. Las famosas "Marchas del Silencio" comenzaron sólo con los estudiantes de quinto año del colegio secundario al que asistía María Soledad, acompañados por amigos y familiares.

Luego, encabezadas por la directora del colegio –la Hermana Pelloni-, se sumaron a ellas las autoridades y docentes de la escuela. Más tarde llegó la sociedad, y por último la política.

Así fue que el 17 de abril de 1991 el gobierno de Menem firmó la intervención federal de la provincia, con una batería de argumentos que iban desde la necesidad de esclarecer el crimen, hasta denuncias de corrupción administrativa, represión e ingobernabilidad.

El interventor Prol ponía fin al gobierno ininterrumpido de la familia Saadi desde 1983, con raíces que se remontaban al primer peronismo.

En todo ese proceso, condicionados por un cambio político ejercido desde abajo, comienza a cobrar forma desde fines de 1990 el Frente Cívico y Social, que en las elecciones de gobernador en octubre de 1991 se impuso con el 50% de los votos.

La construcción del Frente fue tumultuosa. A la oposición provincial, fragmentada y resignada a la hegemonía del Justicialismo, el cimbronazo la tomó por sorpresa, y puso en evidencia sus fragilidades. Pero desde el comienzo, tuvo la sabiduría de ver sus propias vulnerabilidades, y de admitir que sin un acuerdo, ni la formación de un gobierno ni la ulterior gobernabilidad iban a ser posibles.

La intervención menemista intentaba lanzar un peronista no saadista para las elecciones de gobernador.

La UCR venía de la derrota a nivel provincial y nacional. Y a los pequeños partidos, el vendaval y las imprevistas tribunas que ofrecían las marchas y los medios de comunicación que llegaban de Buenos Aires les decían que ahora estaban todos en el llano; las fuerzas mayores ya no tenían tantas credenciales que imponer.

En ese contexto, de las Marchas surgió la Mesa Política, con una fuerte presencia de la UCR y de Movilización -una escisión del peronismo en los 80-, y con la participación de otra media docena de partidos de todas las extracciones. Crearon el Frente Cívico y Social, encontraron una fórmula electoral equitativa –gobernadores radicales, vicegobernadores neoperonistas, y bancas provinciales para los partidos menores- y desde entonces siempre fueron la coalición electoral mayoritaria.

Como reconocen propios y ajenos, en estos quince años no se produjo el "milagro catamarqueño". Y el Frente Cívico no superó todas las mañas que caracterizaron al período anterior. En el Noroeste y en buena parte de nuestro país, las relaciones de patronazgo constituyen toda una dimensión cultural de la representación política, y sería ingenuo pretender quebrarla con sólo un cambio de gobierno.

Lo mismo puede decirse del rol de las familias políticas (Vicente y Ramón Saadi; Arnoldo y Oscar Castillo), que en las culturas políticas más tradicionalistas contiene sentidos más complejos que el que les atribuye el espíritu anti-nepotista porteño (que lo reduce a la conservación pecuniaria del poder).

La exclusión electoral de Barrionuevo en 2003 (no hay que olvidar que, si bien la respuesta violenta del sindicalista fue torpe y deplorable, su candidatura había sido impugnada con un tecnicismo discutible) tampoco fue su momento más feliz. La convivencia dentro del Frente Cívico no fue fácil, y aún hoy las disputas internas son intensas.

Pero la experiencia fue sin dudas positiva. No es exagerado decir que, aún con todos sus defectos, el Frente Cívico y Social de Catamarca es uno de los grandes activos de la democracia argentina desde 1983. Es una fuerza política que surgió desde abajo, y que supo unirse a partir de una agenda institucional, transformar lo existente en algo nuevo, lograr la convivencia de diferentes ideologías, y construir las condiciones de gobernabilidad.

No casualmente, fue un modelo a imitar en Jujuy, Tucumán, o Santiago del Estero (donde viene de vencer al oficialismo). Es el modelo que inspira a la reciente unión de socialistas y radicales en Santa Fe.

Y será, probablemente, el espejo de muchas coaliciones en el futuro. De la fragmentación del campo opositor en la Argentina de hoy, difícilmente podamos esperar otro camino que el de las coaliciones, ya que compitiendo entre sí, el margen de crecimiento de los fragmentos es limitado.

Frente a ese devenir inexorable, el Frente Cívico y Social de Catamarca se convierte en un modelo de unión política genuina, perdurable, no meramente electoralista, cooperativa en la diferencia, basada en un programa institucional y capaz de entender los sentimientos y las demandas de la gente.