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Por Federico Baraldo
La impactante estética de los funerales de Kirchner
5 de noviembre de 2010
En este caso, para la construcción de un mito. Ya se sabe, los personajes mitológicos acceden a tal categoría después de abandonar el reino de los vivos. Es muy difícil inmovilizar la figura de una persona -por importante que sea- cuando todavía, sufre, duerme, acierta y se equivoca.

El fallecimiento del ex Presidente de la Nación, como ocurrió en casos anteriores y comparables, obligó a seguir un protocolo preestablecido. Se trata de una figura pública, merecedora de respeto y de la presentación de honores que le corresponden por el cargo que ha desempeñado. Estas características se acentúan cuando su fin llega de manera inesperada y lo encuentra en una posición de máxima expectativa.

Tal fue lo ocurrido con Néstor Kirchner. Aunque se tejían múltiples especulaciones sobre su salud, es poco probable que alguien no se sintiera sorprendido al enterarse de su deceso.

Asumido el impacto y el dolor, fue notable el enfoque estético de sus funerales. Obra de especialistas en comunicación visual, vale la pena repasar los detalles:

- El breve lapso transcurrido hasta el armado del lugar donde se velaron los restos

- La elección de un ámbito vinculado con los héroes de Latinoamérica

- La decisión de preservar la imagen en vida, al hacerlo a cajón cerrado

- La ubicación de su cónyuge como protagonista principal, en la que se encarna la suma del poder

- La falta de discursos

- La decisión de evitar el traslado de los restos en una cureña

- La rapidez del retorno con los restos a su provincia natal

La sumatoria de estos gestos revelan una cuidadosa planificación estética. La sede del Poder Ejecutivo transmite la fuerza de la concentración del poder. La Plaza de Mayo tiene un contenido simbólico del que carece la Plaza de los Dos Congresos. La preservación de la imagen del dirigente activo, atenúa el rigor de la muerte. La ubicación en un espacio dedicado a héroes, anticipa su condición de tal. El protagonismo de su cónyuge revela donde se ubica el poder.

El traslado en coche cerrado lo separa de los sepelios comparables, en particular el de Raúl Alfonsín, cuyo recuerdo está presente y la inhumación en su tierra de origen, a tres mil kilómetros de Buenos Aires, tiende a crear la imagen del destierro en el imaginario colectivo.

Los mitos mueren jóvenes, activos y sufriendo. Los grandes caudillos que cumplieron el ciclo vital hasta su vejez, despertaron el cariño y la admiración, pero no alcanzaron el carácter de mitos. Al Parnaso ingresan los que vieron truncados sus sueños por alguna pirueta que los privó de la vida. Se da en la política -basta recordar el impacto de la desaparición de John Kennedy con el de Ronald Reagan- y se da en otros ámbitos.

Gardel no hubiera mantenido intacta su fama si hubiera llegado a la vejez ya sin voz ni encanto. Marilyn Monroe no podría haber conservado su glamour a los 80 años, por más cirugías a las que se hubiera sometido.

Los mitos escapan a la racionalidad. Su fuerza pasa por dejar vibrando la incógnita sobre todo lo que dejaron por hacer. La estética ayuda. La imagen del funeral de Kennedy, con la foto de su hijito haciendo el saludo militar ante el paso de los restos de su padre, tuvo una potencia infinitamente superior a la de todos los discursos y crónicas del momento.

En definitiva y una vez más, aparece el rol vital de la comunicación en la vida y en la muerte.