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Por Gretel Ledo
Nace una contra hegemonía
2 de julio de 2007
Si andamos en luz,… tenemos comunión unos con otros. 1 Juan 1:7

La palabra comunión proviene del griego, koinonia (de koinos: común a varias personas). Es la relación donde dos partes tienen algo en común. La koinonia no sólo es espiritual sino que se extiende a la asociación y la libertad. Así koinonos también significa socio. Nosotros somos socios de la República unidos bajo el espíritu común de la hermandad. En estas elecciones hemos ejercitado nuestra koinonia en términos de libertad política.

A pesar de su distancia geográfica existe un punto en que convergen: el triunfo de la contrahegemonía. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Tierra del Fuego y Neuquén han resquebrajado las vestiduras reales confundiendo al imaginario hegemónico.

Para hablar de hegemonía, Antonio Gramsi (1891-1937) articula dominación política con dominación cultural. La primera utiliza la coerción en tanto la segunda se caracteriza por la prevalencia de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida social. Así, la supremacía de un grupo social se expresa de dos modos: como dominio y como dirección intelectual y moral. El aporte principal del político italiano es su visión acerca del predominio de lo moral, ético, ideológico y cultural en detrimento de lo político instrumental, la coerción.

Existe una fase en particular en que opera la lucha por la hegemonía. Una hegemonía como potencialidad de un grupo social para dirigir (ideológica y culturalmente) a otros grupos sociales aliados que se expresa a través de aparatos hegemónicos que son las instituciones de la sociedad civil. Como instituciones de la trama privada, los tres poderes junto a las provincias han funcionado bajo el paraguas del aparato hegemónico. El trazado de las relaciones políticas traducido en pactos, estrategias, operaciones espurias también representa intereses del hegemón.

¿Qué demostró la ciudadanía en el resultado electoral de Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Tierra del Fuego y Neuquén? Indudablemente tiene dos lecturas que convergen: a- un modelo perimido que presionó demasiado el globo de ensayo titulado “concentración del poder” y terminó explotando dejando un tendal de cuestionamientos a la lógica imperante del aparato hegemónico y b- una contrahegemonía en construcción. Se trata de una nueva voluntad colectiva nacional-popular (una nueva sociedad) que se levanta desde un proceso de reforma intelectual y moral. Dos voluntades en conflicto: la nacional-estatal y la nacional-popular que desencadenó una crisis de hegemonía, crisis del Estado en su conjunto. Así hablamos de dos momentos: un antes y un después de las elecciones. Antes la reconciliación nacional de los intereses fragmentados de la sociedad se daba a través de un consenso “espontáneo” expresado en valores hegemónicos. Ese ideario político sufrió un quiebre total después de los comicios. La nueva sociedad gestó una reforma intelectual y moral.

El desafío a nivel nacional será para el Nuevo Príncipe, es decir aquél partido político que sea capaz de articular los distintos intereses de la sociedad civil aprovechando el replanteo de legitimidad hacia el hegemón protagonizado por la ciudadanía.

¿Dónde encontrar la fractura para construir una contrahegemonía? Es en la sociedad civil en donde deben instalarse los dispositivos contrahegemónicos. Aquí opera el campo de acción del partido político como intelectual colectivo. Solo a través del Nuevo Príncipe se puede generar una alternativa al bloque hegemónico para disputar el poder que mantiene como “rehén” a la sociedad civil.

Sin duda el punto en común de las tres jurisdicciones ha sido el discurso favorable hacia la participación tornada en acción concreta. Una de las estrategias más utilizadas por la clase hegemónica es el privatismo público. En términos de Jürgen Habermas se trata del mecanismo empleado por el Estado para evitar la pérdida de la lealtad difusa de masas. El privatismo público se expresa en la práctica del ocio y el consumo acentuando la individuación creando intereses individuales y no políticos. Aquí en términos de Hannah Arendt (1906-1975) opera una crisis de la República: pasan de ciudadanos a consumidores. Claro está que la lógica de no participación resulta funcional al sistema político en el sentido de perpetuar la práctica del manejo de poder de una clase dirigente que ve como conveniente la apatía hacia la esfera de lo público y otorga aprobación a la individuación creciente (esfera de lo privado).

Quizás el hegemón esté manteniendo la crisis en estado latente. A pesar de ello, los resultados han demostrado un “ataque feroz” o “reacción feliz” de la sociedad civil hacia la lógica operacional en los “usos” del poder. Para Habermas las crisis sistémicas pueden desplazarse a otro sistema para que resuelva el problema. En este caso, ¿se habrá corrido hacia el sistema social cual es la sociedad civil? Las crisis energéticas, políticas y de credibilidad, ¿pueden traducirse en “peligros” potenciales para la supervivencia del aparato hegemónico?

Salimos de la crisis de la República. Entramos a ser ciudadanos. El traspaso se operó en koinonia...