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Menem, el caudillo y su alianza con el establishment
La dirigencia empresarial desconfiaba de él cuando llegó al poder, pero luego le brindó un millonario apoyo sin fisuras a su plan de convertibilidad
14 de febrero de 2021
De la desconfianza al amor hubo solo un paso. El establishment acogió a Carlos Menem en su seno sin fisuras, y respaldó con fondos multimillonarios al plan económico ideado por Domingo Cavallo.

El "uno a uno" entre peso y dólar definido por la convertibilidad no solo convenció a los propios, sino también a los extraños, permitiéndole a Menem gobernar la Argentina casi sin sobresaltos luego de un arranque difícil en 1989.

Prometió salariazo, revolución productiva y juró no defraudar a sus votantes. La inflación cercana a cero, las privatizaciones, el endeudamiento y la apertura importadora terminaron una década después siendo un cóctel explosivo que dejó a su paso un tendal de desocupados y de industrias cerradas.
Apostó a la renovación peronista que proclamaba la democratización del PJ, fue a internas, con el respaldo del peronismo del conurbano derrotó en 1989 en forma sorpresiva al líder de aquella renovación, Antonio Cafiero.

En su dramático discurso de inauguración, el 9 de julio de ese año, fue perentorio: “Argentina, levántate y anda”, exclamó como un deseo consumado y en líneas escritas, o sugeridas, por la pluma de Gustavo Beliz, hoy secretario de Asuntos Institucionales.

Beliz se fue del gobierno pocos meses después de asumir como ministro del Interior con una frase lapidaria: “Estoy rodeado de corruptos”.

La década menemista fue pródiga en corrupción, varios de sus funcionarios fueron a juicio; uno que evitó el banquillo, José Luis Manzano, confesó con candor: “Yo robo para la corona”, y fue el título de uno de los libros políticos más importantes de la década. El propio Menem sufrió varios procesos penales ya como ex presidente: en los más graves, terminó absuelto. La ilusión de la estabilidad económica nació luego del tormentoso inicio de su gobierno, después de entregar la economía a representantes del grupo Bunge y Born, y luego de que Erman González, que salió al toro como ministro, confiscara los depósitos en dólares a plazo fijo y los cambiara por bonos externos en dólares en aquel duro verano de 1990.

Menem ató el destino del país al Consenso de Washington, la receta que los gobiernos republicanos de Estados Unidos fijaron como salvación para los países emergentes: achicamiento del Estado, privatización de las empresas públicas, desregulación de la economía.

La convertibilidad, un dólar igual a diez mil australes (¿quién recuerda cuánto valía eso?), creó una nueva moneda, el peso convertible: un peso, un dólar. Se frenó así la emisión de moneda para financiar al Estado, se aplacó la indomable inflación sin detenerla del todo, floreció el clima para las inversiones extranjeras, el ingreso de capitales y el crecimiento del PBI.

Pero se trataba de una falsa ilusión. La reducción de aranceles y la importación de bienes de consumo destruyeron buena parte de la industria argentina; las privatizaciones de empresas públicas hicieron que se perdieran cientos de miles de puestos de trabajo.
La brecha entre pobreza y riqueza se hizo más profunda. La deuda externa de 45.000 millones de dólares que Menem recibió de Alfonsín, había trepado a 145.000 millones al dejar Menem su mandato. El triple. Fue parte de la pesada herencia recibida por Fernando de la Rúa, quien buscó mantener la convertibilidad cuando ya estaba muerta.
La ilusión duró hasta la terrible crisis de diciembre de 2001, cuando el país debió salir de la convertibilidad insostenible. Esa sí fue una cirugía sin anestesia, como la que Menem prometía para llevar adelante su plan de gobierno.

Sentó a vedettes en su regazo, manejó una Ferrari endiablada en la ruta a Pinamar, jugó al fútbol, al básquet, al golf; recibió a Lady Di, estrechó las manos de los Rolling Stones, hizo sentar en su sillón presidencial a Nelson Mandela, prestó la Casa de Gobierno para que Alan Parker filmara la Evita que soñaron Andrew Lloyd Weber y Tim Rice; sorteó un divorcio tumultuoso primero con paciencia árabe y, luego, con el uso de la fuerza militar para desalojar a su ex esposa de la Quinta de Olivos, convirtió la residencia presidencial en un centro deportivo y la abrió al público la noche de la trágica muerte de su hijo Carlos Jr, de 26 años. Menem gozó del poder. Solía decir que algo era “nesario”, para decir que era “necesario”. El truco le daba un éxito formidable. La gente hasta lo aplaudía porque se había equivocado de discurso.

Logró, con éxito y sin pagar un alto costo, arriar las banderas y torres más altas del peronismo, la de la justicia social, la libertad económica y, casi, hasta la de soberanía política.

Lo hizo, Menem lo hizo, cuando ya era un candidato lanzado a la conquista de la presidencia y mostró apenas su inclinación a las políticas neoliberales en boga en el continente. El inefable Jorge Altamira, del PO, lo vaticinó con sorna antes de las elecciones de 1989: “Vote a Menem y le saldrá un Alsogaray”, dijo.

En efecto, Menem convirtió en su ladero al ingeniero y ex ministro de Economía, un hombre que no gozaba de la simpatía popular, por decirlo de alguna manera, y menos de la de los peronistas. Su hija, María Julia, sería una de las figuras más aparatosas de su gestión.
Entre las empresas privatizadas de un plumazo por Menem estaban los ferrocarriles, que Juan Perón había comprado a los ingleses en 1946, a un precio exorbitante es verdad, enarbolando la bandera de la independencia económica.

La privatización de YPF, generadora de riqueza en años anteriores, desató un alzamiento popular impresionante en las ciudades petroleras de Plaza Huincul y Cutral-Co que parieron a los piquetes como una nueva forma de protesta social; la moda se trasladó a Jujuy, cuando la privatización de los Altos Hornos Zapla y terminó por desembocar en Buenos Aires como un inédito fenómeno social que otros gobiernos intentaron cobijar bajo sus alas, con resultado diverso. Entre las demás empresas privatizadas figuraban también las emblemáticas Gas del Estado, Aerolíneas Argentinas, los canales de televisión excepto ATC (hoy Canal 7), ELMA, el Banco Hipotecario y la Caja Nacional de Ahorro y Seguro.

La otra ilusión que Menem forjó, y la sociedad menemista compró de buen grado, fue la de la reinserción de Argentina en el primer mundo. Menem abandonó el Movimiento de Países No Alineados, que Perón ensalzaba, y se alió a Estados Unidos.

Su canciller, Guido Di Tella, estableció las "relaciones carnales" con el país que gobernaba entonces George Bush, quien visitó Argentina en 1990, como luego lo hiciera su sucesor, Bill Clinton.

Su gobierno decidió también enviar tropas a la Primera Guerra del Golfo en 1991 y reanudó relaciones con Gran Bretaña, interrumpidas por la Guerra de Malvinas de 1982.

El espejismo sugería que la Argentina había dejado de lado su aislacionismo y obtendría un espacio en el nuevo orden internacional que dictaban la globalización y la post Guerra Fría. Ese alineamiento, las buenas relaciones con el poder financiero internacional, el FMI, el Banco Mundial y la banca privada extranjera, junto a la política económica implementada en el país, favorecerían el crecimiento económico, las inversiones y la tan ansiada salida del subdesarrollo.

Era otra ilusión. Ni el trato preferencial de los estadistas del primer mundo, ni el tu a tu en los foros económicos mundiales, ni el desfile victorioso de las tropas argentinas por la Quinta Avenida de Nueva York, bajo una lluvia de confetti, amagaron siquiera sacar al país de su estancamiento, de su decadencia que empezaba a ser inclinada y de sus recurrentes crisis económicas.

Menem no pudo evitar la tentación peronista de cargar contra la Corte Suprema de Justicia. Lo hizo Perón en 1949, Néstor Kirchner en 2004 y hoy lo impulsa el presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández. Con la aprobación del Congreso, convertido en una escribanía del Poder Ejecutivo, la Corte sufrió un aumento en el número de sus jueces, de cinco a nueve, lo que dio origen a la “mayoría automática”, que seguía los dictados del Gobierno.

El Gobierno tuvo éxito relativo en su intención de copar y dominar al Poder Judicial: tuvo como aliados a un grupo de jueces, los llamados “jueces de la servilleta”, porque Cavallo confesó haber visto anotados en ese papel descartable los magistrados que actuaban según las órdenes y necesidades del Presidente.

El Pacto de Olivos impulsado por Menem tuvo un solo objetivo: su reelección. Contó con el apoyo del ex presidente Raúl Alfonsín, quien inspiró la figura del Jefe de Gabinete como una forma de atenuar el tradicional poder presidencialista y también promovió la creación del Consejo de la Magistratura para designar de modo más transparente a los jueces. Nada de eso sucedió tampoco. Menem se hizo con la reforma, que incluyó al decisivo tercer senador por la minoría, otra astucia del Presidente, y fue reelecto en 1995 y prosiguió con su plan de reformas estructurales que, pese a los índices altos de desempleo, no encontró mayores resistencias en el sindicalismo.

Los años de la década menemista fueron también años de violencia. El violento alzamiento carapintada de diciembre de 1990, sofocado a sangre y fuego por el Ejército leal, fue el último de la larga y sangrienta cadena de rebeliones internas en la fuerza, lideradas por el entonces coronel Mohamed Alí Seineldín, pero dejó un tendal de muertos entre militares y civiles.

El atentado contra la Embajada de Israel de marzo de 1992 mató a 22 personas e hirió a 242; fue investigado por la Corte nunca llegó a juicio y tiene pendientes pedidos internacionales de captura. El atentado contra la AMIA de julio de 1984 mató a 86 personas y dejó más de 300 heridos. Años de investigación dejaron al descubierto una gran red de encubrimiento del atentado que determinó la destitución del juez y de dos fiscales (el tercero, Alberto Nisman, murió de un balazo en la cabeza en circunstancias todavía no aclaradas en enero de 2015), y tiñó de sospechas a los servicios de inteligencia que llegaban de manera directa a Menem, absuelto en los dos juicios AMIA. El asesinato en Catamarca de la adolescente María Soledad Morales, determinó que Menem interviniera la provincia, lo que puso fin al gobierno de la familia Saadi. En 1994, el asesinato en Zapala del soldado Omar Carrasco, hizo que Menem anulara el servicio militar obligatorio.

En noviembre de 1995 voló la Fábrica Militar de Río III (murieron siete personas), ligada al tráfico ilegal de armas a Ecuador y a Croacia, por la que Menem fue a juicio y también resultó absuelto. El asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas en enero de 1997 hizo decir a Menem ante los compañeros del fotógrafo: “Se van a olvidar de él ustedes antes que yo”. Un año y tres meses después, se suicidó el empresario postal Alfredo Yabrán, titular de OCA y ligado a funcionarios del menemismo, cuando era investigado por ese asesinato.

El 15 de marzo de 1995 el helicóptero que piloteaba el hijo de Menem, Carlos, de 26 años, se estrelló en Ramallo, el joven murió junto al piloto de automovilismo Silvio Oltra. La ex mujer de Menem, Zulema Yoma, aseguró siempre que su hijo había sido asesinado. Menem lo negó hasta que en 2016 dijo saber quién y por qué había asesinado a su hijo.

El menemismo terminó con Menem. Para entonces había dejado ya su marca imborrable en la sociedad. En 2003 volvió a ser electo en primer término en las presidenciales de ese año, con un magro 24,5% de los votos. Declinó jugar la segunda vuelta porque sabía que ese porcentaje era irreversible. Así llegó a la presidencia Néstor Kirchner.

La sociedad menemista también llegó a su fin con el adiós de Menem y con el doloroso despertar de sus ilusiones de época. Surgieron entonces las primeras grandes críticas hacia aquella década y hacia su responsable, una especie de catarsis de la inocencia que ni siquiera le dejó al ex presidente el amparo siempre esquivo del apego o la empatía.

Menem intentó volver a ser gobernador de su La Rioja natal, pero terminó tercero en las elecciones de 2007. Igual, logró mantenerse como senador, jugó su voto a favor del kirchnerismo, y así logró quedar siempre lejos de los tribunales.