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28 de marzo de 2024
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Por Carlos Nasif
Diferencias entre el campo y la ciudad
1 de diciembre de 2006
¿Quién gana la carrera por quedarse con el manejo de los commodities? Como si fuese el juego del Pato, no hay que olvidarse que es el deporte Nacional, todos tiran de la cincha para quedarse con la pelota de manijas que forma parte juego y, de ser posible, también todos quieren embocarla para ganar. Las posiciones pueden ser entendidas según el cristal con el que se la mire.

No es lo mismo el campo que la ciudad. El productor cuando echa la semilla o planea una campaña anual nunca piensa que el producto que cosechará terminará en un plato. Que ese trigo que hoy está levantando será luego una galletita, en un pan o en fideos; o que la soja finalmente será aceite o alimento para animales de aquí o del mundo.

No es la concepción natural del hombre de campo, aunque en la percepción sí sabe con certeza que en su campo se inicia el camino de los agroalimentos. Y ahora, como para sumar un ingrediente para a la guerra de los alimentos, también se suma el uso de los commodities agropecuarios para energía.

Entonces, el productor agropecuario de cualquier lugar del mundo produce para llenar los silos. Sabe que cuanto más saque del campo, más posibilidades tendrá de cerrar un buen año.

Por eso invierte en sanidad, en fertilizantes, en paquete tecnológicos y en fe para que clima acompañe.

En los últimos 5 años, la Argentina superó varias veces sus cosechas récord, aún con adversidades como climáticas, políticas y monetarias (corralito de fines del 2001 con la cosecha de trigo adentro y retenciones a las exportaciones).

Otra manija de esta imaginaria pelota del Pato está en la industria, que trata de que es producto que le llega del campo sea de la mejor calidad posible y al menor valor. Claro que muchas veces debe regirse por mercados que se definen por la oferta y la demanda, pero muchas otras no y allí se generan focos de conflictos: lácteos, porcinos, pollos.

También está jugando el Gobierno este hipotético partido del Pato, que aspira a mantener en línea el precio de los alimentos que van al consumidor y que sabe que el origen de esos precios es el campo, pero no logra desenmarañar las otras etapas de la cadena de formación del valor de la mercadería.

Al productor le quieren pagar bien su cosecha, pero el Gobierno cree que es desestabilizador para el resto de la comunidad. En esa comunidad está la industria, que está de acuerdo en no dejar que se pague bien la materia prima y el consumidor está montado en el caballo del referí, todavía sin actuar demasiado en este partido.

En infinidad de productos que habitualmente tomamos de las góndolas, la incidencia de la materia prima en el precio del producto final es ínfima. Por eso los productores aducen que no son formadores de precio. En alimentos podemos citar el pan, donde el valor del trigo afecta como máximo el 18 % del valor final, y en otros rubros, la hoja de tabaco, cuyo precios incide en menos del 10 % del valor final del atado.

La falta de definición en el programa de Estado del papel del agro es una de las mayores limitaciones que hoy ofrece el negocio rural y, tal vez, el principal obstáculos para que los adversarios que hoy están tironeando de la imaginaria pelota del Pato, se vuelvan compañeros de equipo y cinchen para el mismo lado.

Los productores seguirán haciendo lo mismo que han hechos por siglos: producir más y más, de la mano de la tecnología o ampliando fronteras, pero no pueden llegar muy lejos con el actual contexto. Los restantes participantes del juego conocen sus límites y los están defendiendo a rajatabla, como si se tratara de uno de los bienes más preciado.

En definitiva, la voluntad siempre tiene como límite la realidad y cada uno tendrá que chocar con sus propias aspiraciones para poder seguir conviviendo.