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Por José Calero
Un ministro incómodo y un secretario casi fuera de control
2 de marzo de 2008
Cuesta entender lo que viene ocurriendo en la órbita económica del gobierno, con peleas y supuestos amagues de trompadas entre funcionarios de primera línea, cuando los números muestran un sendero libre de espinas que debería comprometerlos en la necesidad de consolidar un proyecto de crecimiento a largo plazo, en lugar de quedarse en internas de patas cortas.

Los operadores económicos locales, hombres y mujeres que a diario toman decisiones que representan millones de pesos, y los referentes de los mercados externos, no encuentran explicación a la disputa cada vez menos disimulada entre el ministro Martín Lousteau y su ¿subordinado? secretario de Comercio, Guillermo Moreno.

¿O habría que decir entre el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido?

Es que Lousteau es hombre de Fernández, mientras que a Moreno lo identifican con De Vido, aunque cerca del secretario destacan cada vez que pueden la excelente sintonía que existe no sólo con Cristina, sino también con Néstor Kirchner, quien sigue de cerca la disputa desde sus oficinas de Puerto Madero, a esta altura una especie de segunda Casa Rosada.

A mediados de semana, cuando arreciaron los rumores de renuncia de Lousteau, cerca del jefe de Gabinete sugirieron que esas versiones eran una jugada de hombres de De Vido, y hasta especularon con que desde Planificación se deseaba instalar la idea de que Roberto Lavagna --reconciliado con Kirchner-- volvía al gobierno, para esmerilar a la joven promesa fogoneada por Alberto Fernández.

El escenario sería tragicómico, si de los intérpretes no dependiera buena parte del futuro de millones de argentinos, y obligó al gobierno a salir en la semana a ratificar el ministro de Economía.

Tal vez la presidenta Cristina Kirchner podría decir, como lo viene sugiriendo en cuanta oportunidad se le presenta, que en realidad esas disputas en la cumbre del poder son magnificadas por esa prensa a la que suele calificar de “carente de rigurosidad y mal intencionada”.

Pero a esta altura cabe preguntarse, como se viene insinuando desde la oposición, si el conflicto entre Lousteau y Moreno no alcanzó ribetes cercanos al grotesco por la ausencia de un mayor liderazgo para llamarlos al orden con el fin de que limen sus discrepancias y encarrilen la política económica con un rumbo claro.

Lousteau, una joven promesa de la economía argentina, está incómodo desde que llegó al Palacio de Hacienda.

En la city circula una anécdota que refleja esa incomodidad: aseguran que pocas semanas después de asumir Lousteau recibió a un economista que ocupó un alto cargo durante el gobierno de Eduardo Duhalde, y que mantiene excelente diálogo con el gobierno actual.

La conversación giraba sobre temas varios cuando el joven ministro habría revelado cierta decepción por sus primeras semanas en el Palacio de Hacienda y hasta comentado su deseo de irse.

La razón: la mayoría de las propuestas que realizaba, incluso de nombramientos de colaboradores, le eran objetadas.

Pero Lousteau no se fue y parece haber aprendido a pasos acelerados el esquema de supervivencia en el reino kirchnerista. Por ello, ahora se lo ve más suelto y dispuesto a dar pelea en distintos ámbitos, dicen quienes lo conocen.

Eso explica que haya operado sobre el Congreso la ley de Inversiones, aunque con suerte dispar porque finalmente la autoridad de aplicación será el Ejecutivo y no Economía, como él quería, y que se le haya plantado a Moreno en distintas oportunidades.

Las anécdotas que se cuentan sobre las ya legendarias discusiones entre el joven Lousteau y el curtido Moreno son más dignas del realismo mágico que de una crónica rigurosa, pero más de una fuente coincide en que estuvieron a punto de irse a las manos en alguna oportunidad.

Igual, en lugar de abundar en estos cruces más a tono con la modalidad barrabrava, parece más útil concentrarse en las diferencias de fondo que mantienen ambos funcionarios, y sobre las cuales debería decidir Cristina más temprano que tarde.

En primer lugar está el tema de la inflación, una cuestión central para el gobierno que es incumbencia de Lousteau, pero que Moreno debe atender día a día desde su “trinchera” de “soldado de la causa”, como le gusta decir.

El ministro de Economía está convencido de que se debe ir a fondo para restablecer la credibilidad del INDEC o, lo que es lo mismo, de las estadísticas en la Argentina, y cree que eso es inviable si la cara visible de los cambios son Moreno y la gente que puso en el organismo cuando fue virtualmente intervenido.

Lousteau también rechaza un nuevo intento de Moreno por imponer férreos controles en el mercado de la carne, supervisando los precios de la hacienda a la salida de los frigoríficos.

La lectura es clara: el ministro busca despegar a la política económica argentina de la idea del control de precios, mientras el secretario considera que los actores económicos son hijos del rigor a los que se debe seguir “apretando”.

En esa línea debe entenderse el intento de Moreno de avanzar con una suerte de “ejército” de economistas y técnicos para meterse en la estructura de costos de las empresas y supervisar su rentabilidad, lo cual generó una batahola entre los hombres de negocios.

La presidenta avala esa iniciativa del secretario de Comercio, aunque su implementación despierta más dudas que certezas.

Es en este marco de fuerte disputa que trascendió con fuerza en los últimos días que Lousteau no avalaría el nuevo índice de precios si no tenía total garantía de que la definición de la letra chica del nuevo sistema de medición sería potestad de su área.

Esta discrepancia se hizo ver también por las urgencias de uno y otro funcionario en poner en marcha el nuevo indicador.

Mientras la gente de Moreno asegura que ya se podría haber aplicado desde enero, cuando de hecho se hizo un ensayo que arrojó un costo de vida del 0,4 por ciento, menos de la mitad del 0,9 que dio el IPC tradicional, en el Palacio de Hacienda consideran que se deber ir gradualmente hasta lograr una consistencia entre el nuevo índice y el actual.

Lousteau considera que la Argentina tiene la oportunidad de terminar con las dudas de los operadores económicos sobre las mediciones oficiales, y que eso también contribuirá a que no se desboquen las disputas por salarios, ya que los gremios volverán a confiar en el costo de vida oficial.

Del otro lado, Moreno bate el parche y endulza los oídos de la presidenta y de su esposo, recordando cuántos miles de millones de pesos se hubiese ahorrado la Argentina con una medición distinta de la inflación, ya que buena parte de los bonos de la deuda en pesos se ajustan por el coeficiente CER.

Un dato grafica qué es lo que se juega con los índices del INDEC: si la inflación oficial de enero hubiese sido 0,4, en lugar de 0,9, la Argentina se habría ahorrado en un solo mes entre 500 y 600 millones de pesos de intereses por los bonos de la deuda.