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29 de marzo de 2024
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Por José Calero
Faltan ideas para salir del autismo
14 de junio de 2008
Alfredo De Angeli detenido a lo tirones en Gualeguaychú. Néstor Kirchner irrumpiendo fuera de sí en la Plaza de Mayo. Convulsión en todas partes. Frases altisonantes por doquier.

El Gobierno y el campo quedaron entrampados en su propia intransigencia, y ahora ninguno sabe cuál es el paso a dar para salir de semejante encrucijada.

La Casa Rosada, tras varios días de parálisis, se decidió a sacar de la ruta a los revoltosos cueste lo que cueste, pero la lectura política es que el tira y afloje continúa y tiene final abierto.

Cuando Cristina Kirchner asumió hace poco más de seis meses, la economía marchaba sobre rieles, el campo era una fiesta, o al menos un festejo, la industria sonreía porque le jugaba a favor el tipo de cambio y el único fantasma que asomaba en el horizonte era la inflación.

Incluso, el gran debate era si convenía seguir creciendo al 9 por ciento anual, o levantar el pie del acelerador para bajar al 6 por ciento, como herramienta para evitar una disparada de los precios.

Pero una medida anunciada con pompa por un joven ministro de Economía el 11 de marzo último, desató una tormenta impensada, que fue creciendo como bola de nieve hasta alcanzar dimensiones riesgosas.

Al principio, pasó casi desapercibida entre la gente común, porque "retenciones móviles" era un término poco amistoso para los oídos del gran público.

Pero para el sector agropecuario representó un "asalto" directo a sus bolsillos, que explicó la iracundia que sobrevino después, con la huelga agraria más fuerte y prolongada que se recuerde.

El Gobierno no supo prever semejantes consecuencias, a pesar de que existió una pregunta directa de la presidenta al ministro de Economía de entonces sobre si el anuncio no traería complicaciones con el campo. La respuesta, ingenua, fue que no pasaría nada.

Lo que vino después será materia de los manuales de historia, para saber si alguna vez la presidenta evaluó la posibilidad de dar marcha atrás con la medida y asumirla como un error, o si Cristina se fue convenciendo de que era acertada para redistribuir
ingresos.

Lo cierto es que, a esta altura de los acontecimientos, el Gobierno está totalmente decidido a defender las retenciones móviles porque considera que en eso se juega buena parte de su capital político.

Para la presidenta, pero sobre todo para el hombre más poderoso de la Argentina, su esposo Néstor Kirchner, recular ahora con las retenciones móviles sería una derrota deshonrosa, que incluso hasta podría sellar el futuro del gobierno de su esposa.

El problema es que, al reclamo del campo, se sumaron otros sectores de la economía, como el de los transportistas, que en estado deliberativo paralizaron el país y provocaron el desabastecimiento más importante desde que el apellido Kirchner está en la Casa Rosada.

Le asiste razón a los camioneros cuando advierten que, si el campo no mueve sus granos, ellos se quedan sin ingresos porque no tienen mercadería para trasladar.

Faltaron reflejos de todos los sectores, pero sobre todo desde el Gobierno, para dejar que el conflicto se fuera de las manos y la economía próspera del último lustro se transformara en la incertidumbre de esta hora.

Las partes en pugna mantienen contactos solapados, silenciosos, para tratar de que la sangre no llegue al río.

Hay gobernadores, como el chaqueño Jorge Capitanich, haciendo gestiones; también Hugo Moyano mantuvo contactos con los dirigentes rurales más moderados, como Luciano Miguens, de la Rural.

El secretario de Transporte, Ricardo Jaime, convocó de urgencia a las cámaras que nuclean a transportistas para decirles que la situación no daba para más.

La UIA, las cámaras de Comercio y de la Construcción, y la COPAL hicieron un llamado amplio al diálogo y alertaron sobre el desabastecimiento inminente.

Millones de litros de leche se tiran a diario mientras buena parte del país está en la pobreza. El sector avícola sacrifica miles de pollos por día. La mercadería se echa a perder sobre los camiones en las rutas.

Los líderes que deberían sentarse a solucionar semejante desquicio no salen de su autismo. Los argentinos no salen de su asombro.