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Por José Calero
Super Moreno quiere ponerle candado a los precios
21 de abril de 2006
La Argentina ha sido muy afecta a apelar a superfuncionarios en las últimas décadas, tal vez con la ilusión de que personas de alto perfil permitirían encontrar soluciones a problemas estructurales de larga data.

Lo curioso es que esto se produjo aún en casos en que gobernaban presidentes fuertes, como ocurrió con Carlos Menem en los 90 y, ahora, Néstor Kirchner.

María Julia Alsogaray y Domingo Cavallo en los 90, y Julio De Vido en la etapa actual, encarnan, con distintos matices, ejemplos de superfuncionarios.

Manejan mucha plata y, si bien con aval presidencial, hacen y deshacen en cuestiones clave.

A su modo, también Roberto Lavagna fue un superfuncionario para Eduardo Duhalde y para el propio Kirchner, que en cuanto pudo se desembarazó del jefe de la Economía.

La lógica de los superfuncionarios demostró tener alas muy cortas y hasta terminó siendo contraproducente para consolidar un proyecto a largo plazo.

Tras su triunfo en las legislativas, Kirchner pareció encaminarse a desprenderse de funcionarios con peso específico propio, en una decisión coherente con el altísimo perfil que le imprime a su gestión.

Así, trocó a Lavagna por Felisa Miceli, y designó a una desconocida Gabriela Ciganotto al frente del Banco Nación, principal banco del país, para mencionar cambios destacables en la esfera económica.

Sin embargo, Kirchner parece haber retrocedido sobre sus pasos al crear una supersecretaría para colocar allí a un funcionario de su máxima confianza, Guillermo Moreno, quien se hará cargo de Comercio Interior, controlará defensa de la competencia y, especialmente, la negociación por los precios.

La misión, ¿imposible?, que Moreno ha decidido aceptar, es negociar con todas las "armas" disponibles con las empresas para ponerle un candado a los precios y evitar que la inflación se vaya de las manos.

El nuevo superfuncionario tendra carta blanca para sentarse cara a cara con las cámaras empresarias que, si bien lo miran con renuencia, destacan haber encontrado a un interlocutor con capacidad para tomar decisiones, e ideas claras.

Moreno, que ya anunció una ampliación del acuerdo de precios por la carne que es resistido por algunas entidades, visitó esta semana por separado a las cúpulas de la UIA y de las alimenticias nucleadas en COPAL.

Ante los directivos de ambas entidades se presentó con una imagen dialoguista, alejada de sus antecedentes que generan cierta prevención en el sector privado.

Pero por las dudas recordó que todavía el gobierno puede echar mano de varias herramientas para poner en caja los precios y, si lo obligan, no dudará en hacerlo.

Tras esas reuniones, las dos entidades emitieron comunicados en los que, por las dudas se preocuparon en aclarar que los encuentros habían sido "cordiales".

Tal vez para alejar sospechas sobre la supuesta falta de cordialidad que, aseguran desde varias privatizadas, habría tenido Moreno al frente de la secretaría de Comunicaciones cuando debieron tratar temas vinculados con la renegociación de tarifas telefónicas.

La designación de Moreno representa cierto alivio para la ministra Miceli, cansada de lidiar con la microeconomía, pero también le significa una pérdida de poder en una cuestión central, un punto que por ahora no parece quitarle el sueño a la jefa de la Economía.

En cambio, Miceli aprovechó esta movida para ocuparse a pleno de pisar lo más fuerte posible en su viaje a Washington, en lo que representó su presentación formal ante los número uno de las finanzas mundiales.

En Estados Unidos, le dijo al FMI que sus apreciaciones críticas sobre la Argentina eran "innecesarias", recordó los pasos en falso dados por el organismo durante la crisis argentina y transmitió la idea, ya explorada por Lavagna, de que el Fondo debe reconsiderar sus funciones y de paso terminar con una burocracia que gana millones.

No hay muchas posibilidades de que Rodrigo Rato, el mandamás del Fondo, haya entrado en razones con la postura que llevó Miceli, mucho menos cuando un día antes un informe del Fondo había advertido sobre la necesidad de ajustar tarifas y flexibilizar el tipo de cambio en la Argentina para que el dólar baje.

Pero a Miceli pareció irle algo mejor con el secretario del Tesoro, John Snow, quien se mostró sinceramente sorprendido por el crecimiento de la economía local.

La Argentina sigue creciendo a un ritmo del 9 por ciento y, más allá de advertencias en contrario, por ahora nada parece minar semejante performance, sólo imitada por China en una economía global cada vez más sofisticada.

La ministra quiso dejar en Washington la impresión de que hay crecimiento para rato, que el gobierno está dispuesto a mantener a raya tanto a los salarios como los precios, y que de a poco se irán dando más señales a los inversores para que vuelvan a confiar en el país. Lo planteó como un proceso natural.

Pero no cedió en temas clave: aseguró que se mantendrá el tipo de cambio alto como estrategia de crecimiento y rechazó que las compras de dólares realizadas por el Banco Central puedan presionar sobre la inflación.

Tanta firmeza al menos cosechó un elogio interesado del propio FMI, que destacó el fuerte superávit alcanzado por el país, en un informe que brindó un viejo conocido, el indio Anoop Singh, encargado del caso argentino durante algún tiempo.

Es muy pronto para saber si el paso de Miceli por Washington ayudó en algo para revertir la posición crítica que el poderoso Grupo de los 7 tiene del país, especialmente por no dar una salida a los bonistas que siguen en default.

Pero el gobierno de Kirchner dejó la impresión ante los jefes de las finanzas globales de estar dispuesto a mantener cueste lo que cueste esta política económica y, llegado el caso, a "morir en su ley".