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Por José Calero
Los 100 días del nuevo ministro de Economía
21 de julio de 2007
La ya lanzada candidata presidencial Cristina Fernández tenía "in pectore" al sucesor de Felisa Miceli casi desde el mismo día que se difundió la noticia sobre la aparición de la "bolsa" con dinero, y por eso la llegada de Miguel Peirano terminó siendo un hecho casi natural para los Kirchner.

No había nadie más entusiasmada que Cristina en el acto de asunción del joven economista medalla de oro, que supo ganarse estos años la confianza de la Casa Rosada gracias a una combinación de acertados pronósticos, dureza en la mesa de
negociación comercial y un perfil de austeridad que suena a música en los oídos del matrimonio más poderoso de la Argentina desde Perón y Evita.

Hasta el propio Néstor Kirchner se sorprendió cuando vio el nivel de convocatoria empresarial de Peirano en el Salón Blanco: estaban todos los top del mundo industrial, financiero y agropecuario, y el lugar desbordaba.

El nuevo ministro llega con un crédito enorme pero deberá aprender rápido que, en política, ese capital puede evaporarse en un tris si no se adoptan decisiones correctas desde los primeros días de gestión.

El gran objetivo de esta transición será encaminar los puntos débiles que dejó Miceli en el frente económico y garantizar la continuidad del crecimiento, con el fin de asegurar un "aterrizaje suave" de Cristina en el Sillón de Rivadavia el 10
de diciembre próximo.


Hay euforia en el gobierno por la performance de la primera dama en las encuestas: aseguran que ya alcanzó a su marido, porque la gente entendió rápido el mensaje con el cual machaca el presidente desde hace dos semanas: "Cristina es continuidad,
pero también puede asegurar un gobierno de mayor calidad institucional y grandes consensos sociales", es el mensaje del jefe de Estado.

En esa estrategia, Peirano deberá atender rápido distintos frentes, y tratar de equivocarse lo menos posible.

El primero está vinculado con la caída en picada del prestigio histórico del INDEC.

Allí pareció resbalar inicialmente el ministro, que en su primera entrevista dijo que los índices del organismo eran "confiables".

No es lo que piensa el establishment empresario y financiero, la mayoría de los economistas independientes y, en especial, la población, que ve cómo sus ingresos se evaporan con cada vez mayor celeridad a la hora de comprar bienes y servicios.

¿Son "confiables" datos sobre los cuales la mayoría desconfía? Peirano deberá librar una dura batalla para poner en orden el INDEC, y por eso ya le dijo al titular del organismo, Alejandro Barrios –nombrado por Miceli- que se llamará a concurso para ocupar cargos clave en la órbita técnica, comenzando por el de la actual directora del Indice de Precios al Consumidor (IPC), Beatriz Paglieri, mujer de confianza del
secretario Guillermo Moreno y fuertemente cuestionada.

El costo de vida es uno de los indicadores más importantes de la política económica, y no debe haber dudas sobre su legitimidad, pero también lo son la pobreza y el crecimiento, todas variables que proporciona el instituto que quedó en la
mira desde que al gobierno se le ocurrió intervenirlo porque sus números le disgustaban.

Otro frente de conflicto que tiene Peirano está vinculado con el agro, tal vez el sector que más festejó la salida de Miceli, y que ya le pidió señales al nuevo funcionario de que habrá cambios en la política hacia el sector cárnico y aliento a la producción agropecuaria.

"La industria no será privilegiada en esta etapa, se atenderá a todos los sectores", dijo Peirano, ex hombre de la UIA, en una de sus primeras declaraciones, lo cual fue muy bien recibido por las entidades del agro.

El nuevo ministro de Economía también deberá trabajar en el mediano y largo plazo, en especial con las expectativas de un aparato productivo que fue sorprendido este año por las restricciones de la crisis energética.

Aquí, el nuevo ministro, un "hombre de consensos" como le gusta definirse, le saca ventaja a su antecesora, porque mantiene un muy buen diálogo con su poderoso par de
Planificación Federal, Julio de Vido, uno de los primeros que se acercó a abrazarlo el día de la asunción en la Rosada.

Algunos observadores señalan que faltó coordinación entre Planificación y Economía durante los días en que arreciaba la crisis energética, y eso tal vez se revierta ahora.

El empresariado, agradecido por el rumbo económico, está esperando un plan productivista de largo aliento, que garantice un rumbo económico y social por décadas.

No fue casual que Cristina centrara su discurso de lanzamiento en la necesidad de alcanzar un acuerdo social para mantener un "modelo de acumulación con inclusión social".

En los planes del kirchnerismo, Peirano puede jugar un rol clave en atraer a todo el arco empresarial a la mesa donde se discuta ese "acuerdo institucionalizado" del cual habló Cristina, convencida cómo está de que el país debe seguir y profundizar el rumbo actual por larguísimo plazo.

De ahí la dura alusión de la candidata a que las elecciones "no pueden ser más una ruleta rusa, donde si gana uno vamos para allá y si gana otros vamos para otro lado".

En los 80, al gobierno alfonsinista, preocupado por consolidar la democracia, se le escapó el control de la economía y terminó en catástrofe. En los 90, al menemismo, deseoso de demonizar lo vicios de un Estado fracasado, se le perdió de vista que el modelo de la convertibilidad dejaba fuera a un tercio de la población.

A fines de los 90, la institucionalidad del "uno a uno" había calado tan hondo en la gente que el débil y dividido gobierno aliancista de Fernando de la Rúa no pudo intentar la "salida ordenada" con la cual amagó Domingo Cavallo, casi en un intento
desesperado, al sugerir una canasta de monedas que nunca pudo aplicar.

Tras la hecatombe del 2001, con muertos otra vez en las calles, la Argentina echó mano de la dura medicina de la devaluación y, contexto internacional mediante, inició un proceso de recuperación que aún no logró la "inclusión social" de quienes padecen el núcleo duro de desocupación y pobreza.

Para lograrlo, el próximo gobierno deberá transformar el crecimiento en desarrollo sostenido, sentar las bases de un plan económico de largo plazo con fuerte consenso social y dotar a la Nación de anticuerpos suficientes para evitar los cimbronazos
que, se sabe, llegarán.