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Una pareja que se cierra cada vez más
Por Joaquín Morales Solá, publicado en LA NACION
23 de abril de 2008
¿Cómo entrar en la residencia de Olivos? ¿Cómo decirle a la cima del poder que las cosas no van bien en la Argentina? ¿Cómo explicarle que no se juega a la guerra muy cerca de la cornisa? Esas preguntas se hacen en los últimos días muchos hombres del propio partido gobernante. Algunos son ministros que han quedado relegados en las semanas recientes; otros son gobernadores a los que la inflación les ha evaporado la esperanza de un superávit. Necesitan de los Kirchner hasta para pagar los salarios.

En Olivos no se abren las puertas ni las ventanas. Dentro de la residencia de los presidentes se vive un clima de encierro. Doblar la apuesta; ésa es la única indicación que sale de allí, aun cuando las encuestas (algunas ya empiezan a ser públicas) señalan una fuerte caída en la imagen de la Presidenta y un descenso vertical en la opinión social da en la imagen de la Presidenta y un descenso vertical en la opinión social sobre la gestión del Gobierno. No importa. Guillermo Moreno sigue destruyendo los escasos acuerdos que el Gobierno y el sector agropecuario habían logrado, a trancas y barrancas, hacía apenas dos días hábiles.

Moreno es la expresión corporal de la estrategia establecida por el matrimonio Kirchner, aunque dicen que en su elaboración ha tenido más influencia él que ella. Consiste en amenazar y descalificar al adversario o, simplemente, al que piensa distinto. Se trata de otro síntoma de debilidad: cualquier crítica se convierte, para la percepción oficial, en una tormenta perfecta. Una declaración de insatisfacción de cualquier dirigente rural es recibida en el penacho del poder como una definitiva declaración de guerra. Lo peor consiste en que se actúa luego de acuerdo con esa impresión.

La realidad camina por un lado. Un poco más allá, el poder se blinda. ¿Qué fue si no un aislado y poderoso grito de alarma la confesión del presidente de la Asociación de Magistrados de la Justicia, Ricardo Recondo, cuando advirtió que la arquitectura institucional del kirchnerismo impide investigar al poder político? Los delegados del oficialismo en el Consejo de la Magistratura, Carlos Kunkel y Diana Conti, son personas hechas para avanzar sin detenerse. Llegan hasta donde el jefe quiere que lleguen. Así, la Justicia, como dijo Recondo, necesita de héroes -y no de jueces- para avanzar en investigaciones que podrían poner a los magistrados en el banquillo de los acusados. Ningún gobierno ha evitado la tentación de hacer una justicia a su medida. Pero ninguna lealtad judicial duró nunca más que lo que duró el poder.

Néstor Kirchner es virtualmente el nuevo presidente del Partido Justicialista. Sólo la necesidad de blindarse, políticamente en este caso, lo aupó a ese cargo. "Nunca competiré con Rodríguez Saá por la jefatura del partido", decía hasta hace no más de un año. No competirá con Rodríguez Saá, pero será el jefe del partido. En los próximos días, una escenografía de multitudes virtuales lo acompañará al podio. La imagen se sucede cada quince días: el peronismo bonaerense moviliza al clientelismo político para conformar al jefe.

Adiós, de todos modos, al viejo intento de la concertación multipartidaria. Quien convoca a concertar a varios partidos políticos no puede ser el jefe de un partido, sino el referente de una amplia corriente político-ideológica. Es cierto que los radicales K se le estaban yendo y que el socialismo está más cerca de Elisa Carrió que de él. Gran parte del radicalismo se ha ido también con la fundadora de ARI o ha emprendido el camino hacia ella.

Ya no puede afirmarse que la oposición es sólo fragmentación. La política odia los espacios vacíos. De alguna manera, y de forma embrionaria todavía, las corrientes opositoras van convergiendo, desaparecidos Roberto Lavagna y Ricardo López Murphy como fuertes expresiones antikirchneristas, en Elisa Carrió.

Kirchner empieza a mirar con temor las elecciones legislativas del próximo año. No encontró mejor atajo que el peor: el ex presidente volvió al peronismo más verticalista y cerril. Le huye a la mala noticia que podría suceder: las indisciplinas internas. Hugo Moyano o Luis D Elía son los aliados que mejor le sientan en estos momentos, cuando necesita restablecer el temor. Importantes empresarios recorren despachos oficiales preocupados por dos temas: la inflación y el poder creciente de los gremios.

Moyano esperará hasta ser reelegido titular de la CGT y luego pedirá una revisión del aumento salarial que ya pactó. La UOM y Smata, los grandes gremios industriales, han conseguido más aumentos salariales que los camioneros. Moyano no permitirá eso.

La inflación les preocupa a los empresarios porque advierten que nadie hace nada serio en el Gobierno para enfrentar el flagelo. Pero la inflación está ahuyentando del Gobierno aún más a los sectores medios, que ya estaban lejos de la administración por otras razones. El enfado cubre hasta los sectores pobres de la sociedad, que son los que más sufren la inflación. Moreno podía servir para asustar a los empresarios en el primer momento de una suba de precios, pero nunca fue una solución seria al problema. Ahora, ya ni siquiera asusta, aunque desbarata todo blandiendo una ley de abastecimiento que fue hecha para otro país y para otro mundo.

Los ministros de Cristina Kirchner parecen tambalear. Agrietado el gabinete por las luchas internas, las distintas facciones no viven ni dejan vivir. El ministro de Economía, Martín Lousteau, está políticamente agotado cuando ni siquiera pudo demostrar si es bueno o malo. Racimos de candidatos se intercambian entre uno y otro sector del oficialismo, desgastando al ministro que está y a los que no han llegado aún. Los distintos candidatos muestran además que la crisis en la cima no carece de desorden intelectual. Se mezclan candidatos ortodoxos y heterodoxos con el único requisito de la simpatía o la antipatía de los bandos en pugna.

La política y la sociedad avanzan, a todo esto, hacia otro duro enfrentamiento entre el campo y el Gobierno. ¿Quién podría decirle al Gobierno -y cómo- que ése es un lujo que ya no puede darse?