1810: el día que las brevas estuvieron maduras - Asteriscos.Tv
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29 de marzo de 2024
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1810: el día que las brevas estuvieron maduras
Fue un viernes de 1810, llovió mucho y no hubo paraguas. Poca gente se acercó al Cabildo. La fuerza de las armas y un grupo de patriotas vehementes hizo la historia
25 de mayo de 2008
Por Roberto Aguirre Blanco

Juan José Castelli se paró y lo miró al jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra. El militar que hasta ese momento de la noche del 24 de mayo dudaba sobre las acciones a seguir, se paró y dijo: “Ya es tiempo, no debemos perder ni una hora”.

Con esta determinación, el abogado de lengua filosa junto al jefe militar salieron de la jabonería de Vieytez donde se reunían los patriotas y cruzaron toda la Plaza de la Victoria rumbo al Fuerte. El objetivo era muy claro: exigir la renuncia del virrey Baltasar de Cisneros.

Había pasado casi una semana desde la llegada de las noticias de España donde se revelaba que el rey Fernando VII había caído en manos de Napoleón y los criollos sintieron que era el momento de romper el dominio sobre estas colonias.

No sirvió de nada que el virrey Cisneros, que había llegado un año antes a Buenos Aires, pidiera calma y sumisión al poder que representaba.

Un importante grupo de porteños iluminados por la revolución francesa de 1789 encabezados por Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Castelli, Juan José Paso, Domingo Matheu, Bernardo de Monteagudo, Nicolás Rodríguez Peña e Hipólito Vieytez, entre otros.

Tras rechazar la acción del virrey y con la seguridad del apoyo de los hombres de Saavedra, los patriotas presionaron para un llamado a un Cabildo Abierto que se produjo el 22 de mayo, adonde llegaron 251 vecinos de las 450 invitaciones que se repartieron de urgencia para la asamblea.

Muchos de ellos –españoles-- no pudieron acceder al Cabildo a raíz de la “presión” de grupos de militares encabezados por Antonio Beruti y Domingo French, quienes a punta de pistola y cuchillos no los dejaron acceder a la Plaza principal de la ciudad.

Con la seguridad de que los “fierros” estaban del lado patriota, los cabildantes de la revolución exigieron un nuevo gobierno, mientras los defensores del régimen buscaron la última salida, pedir la votación para la continuidad o no del representante de la monarquía española.

La votación fue 155 en contra de la continuidad y 69 a favor. Sin embargo, en una maniobra inesperada que descolocó a los criollos, se armó una nueva junta de gobierno con Cisneros como presidente y varios españoles, además de Castelli y Saavedra, como integrantes de ese gobierno provisorio.

Tras un día sin reacción por parte de los revolucionarios, la noche del 24 fueron decididos a todo.

Cuando el 25 amaneció lluvioso y frío, nadie había en la Plaza de la Victoria y mientras Cisneros se daba cuenta de que no tenía más poder para resistir, Belgrano y Paso arengaban a los que se iban acercando a “ver qué pasa”.

French y Beruti siguieron con su tarea de alejar a los españoles del lugar de las decisiones y en esa oportunidad repartieron sables y armas a los civiles, por las dudas. Castelli, ya muy enojado le gritó a Cisneros, quien era sordo, “No hay opciones: o renuncia o lo cuelgan. Usted decide”.

En el Cabildo, el síndico procurador, Jaime de Leiva, no aceptaba la renuncia de Cisneros que fue llevada por Castelli y Saavedra.

Para presionar, desde las galerías del Cabildo se abrieron las puertas para que voces iracundas hicieran escuchar su reclamo.

Como manotazo de ahogado los españoles pidieron enviar delegados al interior para que consultaran sobre estas decisiones de esa asamblea, moción rechazada por los integrantes de Cabildo.

Los seguidores del virrey se vieron acorralados cuando todas las guarniciones militares de la ciudad se negaron a defender al gobierno, y French y Beruti, ingresaron –en una efectiva puesta en escena-- al salón principal con 400 firmas de vecinos que pedían un nuevo gobierno. La suerte estaba echada.

Nacía el nuevo gobierno revolucionario, Leiva a las 3 y media de la tarde quiso informar los nuevos integrantes de la junta desde el balcón del Cabildo. “¿Y, dónde está el pueblo?, preguntó el funcionario ante la poca concurrencia”, lo que escuchó lo asustó. “Están en los cuarteles listos con las armas para actuar”, respondió Beruti.

Cinco horas después, la primera Junta quedaba conformada por un militar, varios jacobinos enamorados de la revolución francesa, un religioso y dos comerciantes españoles.

Eran las nueve de la noche y ya nada sería igual en esta parte del mundo. La página inicial de una nación de ahora apenas 198 años empezaba a escribirse.