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El "rey de la fuga" sigue libre
Rafael Bueno Latorre escapó de la cárcel hace 24 años. Desde entonces, la policía le sigue el rastro
2 de agosto de 2008
Rafael Bueno Latorre sigue encabezando la lista de los delincuentes más buscados y más peligrosos. Está entre los top ten, pese a que hace ya más de 24 años que se escapó de la cárcel de alta seguridad de Alcalá-Meco (Madrid), un fortín de hormigón del que teóricamente era imposible evadirse, señaló el diario El País.

Desde entonces no hay el menor rastro de él. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Hay quien dice que fue visto en Marsella (Francia). Hay quien le considera autor de algún atraco en bancos de la costa mediterránea española. Y hay policías que aventuran la teoría de que está muerto. Sin embargo, nadie ha visto su cadáver.

Si vive, Rafael Bueno Latorre es hoy un hombre de 53 años, posiblemente con mucho menos pelo del que tiene en las últimas fotos conocidas. ¿Pero quién es Bueno Latorre? Un tipo indómito, un hombre violento, un fuguista nato, el rey de las fugas. Forjado en el hampa barcelonesa, parece uno de esos tipos que hacen las cosas por las bravas: por cojones. Originario de Utrera (Sevilla), miembro de una familia numerosa que recaló en las barriadas marginales de Santa Coloma de Gramanet (Barcelona), fue un adolescente conflictivo (por decirlo de forma suave). Tanto que ingresó muy joven en el viejo reformatorio barcelonés de Wad Ras, de donde tardó poco en largarse. Eso -la huida perpetua- sería una constante en su vida.

Más tarde fue detenido en repetidas ocasiones entre 1970 y 1983 por asaltar bancos a punta de pistola. El 26 de mayo de 1978 se escapó de la prisión de Carabanchel (Madrid), y fue capturado unos pocos meses después.

El salto a la fama de este peligroso atracador se produjo el 12 de octubre de 1983, cuando se fugó del hospital Provincial de Burgos, adonde había sido llevado dos días antes desde la cárcel porque se había autolesionado clavándose unas tijeras en el vientre. Todo formaba parte de un plan perfectamente urdido: varios compinches le rescatarían aunque tuvieran que abrirse paso a tiros. Y así fue: dos colegas, disfrazados con batas de médico, asesinaron a Jesús Postigo Pérez y a Raúl Santamaría Alonso, dos de los tres policías nacionales que le custodiaban, y se apoderaron de sus armas. Una operación perfectamente orquestada, en la que intervino un comando integrado al menos por cuatro hombres y tres mujeres. Después de liberar a Bueno Latorre de los férreos grilletes que le mantenían amarrado a la cama, el grupo huyó en tres coches hasta su refugio de Barcelona.

Apenas un mes después de la sangrienta evasión, su banda secuestró a dos delincuentes -Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red- por considerarlos soplones de la policía. Ambos fueron llevados a un descampado próximo a Barcelona y allí les dieron un pico y una pala: "Empezad a cavar". Cuando ya habían hecho un hoyo profundo, los dos secuestrados fueron asesinados a tiros y sepultados en el agujero. Dice un veterano policía que fue Bueno Latorre quien supuestamente ordenó luego a sus colegas: "Enterradlos boca abajo. Por si todavía están vivos. Así, si escarban, que escarben para abajo".

El rastro de sangre que iban dejando a su paso Bueno y su banda hizo saltar todas las alarmas. Fue declarado enemigo público número 1 y toda la maquinaria policial tensó sus resortes para capturarle. Hasta que la Brigada Provincial de Policía Judicial de Barcelona le echó el guante el 25 de noviembre de 1983.

El apresamiento de este criminal fue celebrado como uno de los mayores logros policiales de la época. Sin embargo, la alegría iba a durar bien poco. Bueno Latorre volvió a demostrar sus dotes de fuguista el 20 de abril de 1984. Viernes Santo. Ese día, en unión de otros dos reclusos -Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González-, logró evadirse del penal de alta seguridad de Alcalá-Meco después de encañonar con dos pistolas (hechas con dos trozos de jabón pintado con tinta china) a varios funcionarios de prisiones, a quienes desnudaron, para ponerse luego sus ropas y abandonar la prisión tranquilamente.

Bueno, Álvarez y Retuerto comenzaron hacia las nueve de la noche la ejecución de un plan que habían rumiado durante mucho tiempo. A esa hora, la mayoría de los reclusos de Alcalá-Meco veían la televisión, jugaban a las cartas o charlaban. Mientras tanto, el trío de fugitivos se dedicaba a arrancar la taza del retrete de una celda para así descender por el agujero hasta una galería de servicio y, tras serrar una rejilla de hierro, acceder al sótano donde estaban las llaves de paso del agua y los interruptores eléctricos. Una vez allí, esperaron la llegada de algún funcionario.

El plan de Bueno, Álvarez y Retuerto precisaba de la cooperación de otros reclusos. Y éstos cumplieron su parte de trato: entraron en una celda desocupada, rompieron un grifo y provocaron una aparatosa inundación. Para atajarla, tres funcionarios corrieron hacia el sótano con objeto de cerrar las llaves de paso e impedir que siguiera saliendo agua a raudales.

Nada más entrar en el sótano, los carceleros fueron asaltados por los tres delincuentes, armados con un pincho rudimentario y dos pistolas. Lo que los funcionarios no sabían entonces era que las supuestas pistolas no eran sino dos canteros de jabón pintados de negro y dos trozos de tubo de acero. Retuerto, que en otro tiempo había sido pastelero, fue el encargado de moldear las armas. Daban el pego. Tanto, que ninguno de los funcionarios se atrevió a comprobar su funcionamiento. Álvarez y Retuerto, los compañeros de Bueno, ya habían utilizado con éxito una estratagema similar para largarse en 1983 de la vieja prisión de Carabanchel: en aquella ocasión emplearon pistolas de escayola pintadas de negro, una obra de arte que mereció en su día el honor de figurar en las vitrinas del Museo Penitenciario. La evasión, en cualquier caso, tenía un argumento digno de la película Fuga de Alcatraz.

Una vez reducidos los funcionarios, éstos fueron atados, amordazados y despojados de su uniforme, de su placa de identificación y de las llaves. Dos de los fugitivos se disfrazaron de guardianes y el tercero se embutió en un mono de albañil. Salieron al patio y caminaron sin prisas hacia el edificio donde estaban las cocinas generales, en las que existía una puerta que daba directamente a la calle. El resto fue coser y cantar. Echaron a andar hacia el campo y se perdieron entre las sombras de la noche sin despertar las sospechas de los vigías. La evasión fue descubierta al hacerse el último recuento de presos del día. Aullaron las alarmas, pero ya era demasiado tarde.

Antonio Álvarez, madrileño, había sido detenido con anterioridad en 21 ocasiones, y la del Viernes Santo era su cuarta fuga. Estaba acusado de participar en la muerte de un sargento del Ejército durante un atraco a un banco de Leganés (Madrid) en enero de 1981.

Antonio Retuerto había sido arrestado en 12 ocasiones anteriores. Y la escapada de Alcalá-Meco era la tercera que protagonizaba: la primera vez se largó de la vieja prisión de Alcalá de Henares, y la segunda lo hizo de la de Carabanchel, siempre en compañía de Antonio Álvarez. Dos años después de aquello, Retuerto declaraba a Amelia Castilla, redactora de EL PAÍS, que todo lo pasado era fruto de "la falta de madurez y las malas compañías". Y agregaba: "Si cuando me detuvieron a los 18 años por robar un coche no me hubieran condenado a ocho años de cárcel, todo esto no habría pasado".

Veinticuatro años después de que Bueno Latorre dijera adiós al penal de Alcalá-Meco, nadie ha vuelto a ver sus ojos verdes. Los policías que mejor le conocen creen que huyó a Francia y que posiblemente allí contactó con hampones relacionados con grupos de corte anarquista. También barajan la hipótesis de que se marchara a Suramérica aprovechando sus contactos con narcotraficantes con los que coincidió en las cárceles. Pero eso no deja de ser una mera elucubración.

En muchas comisarías sigue estando la ficha de uno de los más famosos fugitivos, junto con una ajada foto de 1983 y su descripción física: 1,70 de estatura, de complexión atlética, ojos verdes, cabello rubio (con entradas pronunciadas e incluso calvicie por el paso del tiempo). También se hacen constar sus cicatrices (un viejo costurón transversal en el vientre, posiblemente recuerdo de aquella vez que se clavó unas tijeras para que le trasladaran al hospital de Burgos) y sus tatuajes (un hombre en el brazo derecho y una pantera negra en la espalda). Esa pantera es todo un símbolo de su carácter, porque él, como el felino, es un hombre astuto, silencioso y hábil para ocultarse.

"La trayectoria delincuencial de Bueno Latorre es una de las más importantes de España, no sólo por la cantidad e importancia de los delitos que se le atribuyen, sino por la peligrosidad de este hombre", asegura un informe del grupo antiatracos de Barcelona que aún le sigue el rastro.

¿Pero cómo es este individuo que continúa siendo una pesadilla para los cuerpos de seguridad del Estado más de 20 años después de su desaparición? Es un tipo con una inteligencia normal, tiene un pensamiento pobre de contenido, su capacidad de ideación está parcialmente bloqueada por sus escasos recursos y sufre una gran inestabilidad afectiva, con predominio de la depresión, según determinó un psiquiatra que le exploró pocos días antes de que se evadiese.

La policía no tiene elaborada una lista oficial con los delincuentes más buscados. Pero, sin duda, en la lista oficiosa figura en un lugar preeminente el despiadado atracador barcelonés, junto con Antonio Anglés, el asesino de las tres niñas de Alcàsser (Valencia) en 1992; el capo mafioso Carlos Ruiz Santamaría, El Negro, y Aribert Heim, el médico nazi conocido como el Doctor Muerte por las barbaridades que cometió en el campo de exterminio de Mauthausen, que se sospecha pueda estar oculto en España.

"Creemos que Bueno Latorre está en algún país europeo, tal vez Francia o Bélgica, y que actúa como delegado de alguna red de tráfico de hachís marroquí", confiesa un agente. La Comisaría General de Policía Judicial ha impulsado recientemente la búsqueda de este delincuente, a la vez que el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón ha cursado órdenes internacionales de busca y captura a los países en los que se sospecha que esté escondido y utilizando documentación falsa. La persecución continúa.