Noticias actualizadas las 24 horas Información clave para decidir
23 de abril de 2024
Seguinos en
Estreno de la semana: paranoia en la Casa Blanca
Michael Douglas interpreta en "El Centinela" a un agente del Servicio Secreto envuelto en un plan para matar al presidente de Estados Unidos
16 de agosto de 2006
Por Sebastián Martínez Daniell

Si bien las películas sobre complots políticos e intimidades del poder siempre han dado resultados, el escenario cultural dispuesto desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 es el ideal para volcarse a este terreno y explotar sus posibilidades creativas y, esencialmente, comerciales.

La paranoia social, el estado de alerta permanente, la hipersensibilidad en temas de seguridad ya son y seguramente seguirán siendo por años herramientas que encontrarán con mejor o peor suerte su correlato en la pantalla grande. Con sus matices, con sus subtramas, El Centinela se enrola en la lista de películas que exploran esta veta.

En el caso de este filme dirigido por el debutante Clark Johnson, la acción gira en torno al personaje encarnado por Michael Douglas, un veterano agente del Servicio Secreto de los Estados Unidos que salvó la vida de Ronald Reagan allá por 1981 y ahora pasa sus días como guardaespaldas de la primera dama, interpretada por Kim Basinger.

Por supuesto, aparecerá un complot para asesinar al presidente, a cargo de David Rasche (¿se acuerdan de Martillo Hammer?), que será investigado por dos aplicados agentes con las caras de Kiefer Sutherland y la morocha Eva Longoria.

Los guionistas de El Centinela se preocuparon muy bien de que la película contenga un poco de todo lo que se espera de un filme de este tipo. Tiene acción (algo confusa por momentos), tiene romances prohibidos, tiene intriga y revelaciones.

Hay ex agentes de la KGB en insólita connivencia con narcotraficantes colombianos y terroristas islámicos, hay ex compañeros distanciados por problemas de polleras, hay persecuciones en autos y de a pie. En fin, un cóctel al gusto y semejanza del imaginario norteamericano.

Lamentablemente, todo queda un poco lavado y ligeramente inverosímil. Está claro que hay muchas películas que requieren cierta suspensión del escepticisimo. Pero a veces los guionistas se pasan de la raya Para aceptar todo lo que ocurre en los 108 minutos de rollo y, en definitiva, disfrutar de este thriller, hay que adoptar una actitud condescendiente o, tal vez, algo cándida.

Con una estética que no propone nada que no se vea a diario en la televisión, el mayor acierto de El Centinela, a decir verdad, es el casting. Douglas regresa a los papeles protagónicos con su habitual prestancia para llevar adelante estos roles a medias policiales y a medias románticos, que han marcado su carrera.

Quizás, de todos modos, haya que esforzarse en algunos momentos del film por olvidar que aquel actor de Wall Street, Bajos instintos o La guerra de los Roses ya tiene 61 veranos en sus espaldas.

El resto del elenco cumple prolijamente con su rol. Sutherland ya no corre el riesgo de equivocarse cuando le proponen ser un agente del gobierno de los Estados Unidos. Después de cinco temporadas de 24 estos papeles ya conforman prácticamente su segunda identidad.

A Basinger, a 20 años de Nueve semanas y media, no se le exige aquí demasiado y, por otra parte, ha demostrado que puede desempeñarse con dignidad ante retos más complicados. Más fácil todavía la tiene Eva Longoria: le basta con poner gesto de sagacidad para responder a las exigencias del filme.

Martillo Hammer Rasche es un poco caricaturesco, pero siempre lo ha sido y no es del todo desagradable que haya equipado al presidente de los Estados Unidos con sus muecas.

Es que, en definitiva, toda la película es una mueca (una deformación naif, pero no por eso inocente) del mundo real. En El Centinela es más o menos lo mismo ser fundamentalista islámico que narco colombiano.

En El Centinela el gobierno de los Estados Unidos dispara sólo contra los culpables. En El Centinela los sexagenarios exhiben un envidiable estado físico. En El Centinela las primeras damas son sensuales y apasionadas. En el mundo real, mal que le pese a Hollywood, las cosas no son así.