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Las balas contra la Democracia que Sarmiento no escuchó
Fue el primer presidente argentino que sufrió un atentado contra su vida. Pero el padre de la educación salvó su vida por milagro. Fue un mandatario electo en alta mar
10 de septiembre de 2008
Por Roberto Aguirre Blanco

La vida de Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX fue, entre muchas historias de personajes históricos, una de las más intensas, llenas de contradicciones humanas y pobladas de intenciones revolucionarias para el progreso de un país en ciernes.

Escritor, maestro, soldado, político, presidente, amante de las buenas mujeres y la investigación, el sanjuanino más terco hilvanó su rica historia con hechos que marcarían la vida nacional, y hasta hoy son puntos de inflexión para los argentinos.

Más allá de su agitada vida pública durante más de medio siglo, Sarmiento fue protagonista también de hechos históricos que intentaron modificar la realidad nacional y de la cual salió indemne.

Uno de ellos fue el intento de asesinato que sufrió hace exactamente 135 años cuando transitaba el último tramo de su presidencia que se inició en 1868, tras ser embajador plenipotenciario en los Estados Unidos.

Sarmiento había construido por aquellos días de 1873 un romance con una joven de 20 años hija de uno de sus mejores amigos, el abogado Dalmasio Vélez Sarsfield, hombre de la misma edad del primer mandatario: 62 años.

El presidente de la Nación tenía la costumbre de visitar cada noche a su joven amada en su domicilio con el visto bueno de su padre con quien además compartía largas charlas sobre la actualidad de la Argentina.

Como todos los atardeceres, el jefe de Estado abandonaba su domicilio particular en Maipú entre Tucumán y Temple (hoy Viamonte) y se dirigió con su carruaje tirado a caballo hacía la casa de Vélez Sarsfield, ubicada en la entonces calle Cangallo (hoy Juan Domingo Perón) y Florida.

Al llegar a la esquina de Corrientes y Maipú, desde hoy esta el edificio de la empresa Telefónica, dos anarquistas italianos, conocedores de las rutinas nocturnas del presidente lo esperaban para asesinarlo.

Eran las 21:00 del 23 de octubre de 1873, cuando de la noche cerrada salieron los dos hombres de la oscuridad, uno de ellos con un trabuco en su mano que fue apuntado directamente hacía el lugar donde viajaba Sarmiento que iba semidormido.

Los nervios de los sicarios hicieron que cargaran con excesiva pólvora el arma y al gatillar esta explotara en las manos de Francisco Guerri quien perdió uno de sus miembros y se quemó la cara por el accionar de la pólvora.

Sarmiento solo iba con el conductor del carro que atino a sacar su arma y disparar mientras los Hermanos Guerra escapaban heridos. Estos fueron contratados por seguidores del político Ricardo López Jordán enfrentado a Sarmiento.

Así el sanjuanino inauguró una triste seguidilla de atentados presidenciales que luego también sufrieron, saliendo ilesos, Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen.

El presidente Sarmiento, a pesar del disparo del trabuco, el incendio de la mano del autor del atentado y de la defensa de su cochero no se enteró en ese momento del hecho porque sufría de una profunda sordera.

Solo reaccionó cuando su amada lo esperó en la puerta de la casa, ya enterada del intento de asesinato, y esa noche lo cuidó con esmero al decidir los hombres del presidente en que no volviera a su domicilio por temor a otro atentado.

Una historia más en la vida de este intenso hombre de la vida argentina que fue elegido presidente a “dedo” –muy común en aquellos años— y se enteró de esa designación en medio del océano Atlántico, cuando regresaba de Estados Unidos con sus ideas revolucionarias y el deseo de hacer un país mejor.